La mayor parte del tiempo me creo el cuento, en este caso español en vez de chino, de que vivo en un país moderno, un país europeo, un país que ha dejado atrás los años de represión peri y post franquista... Seguro que muchos de los que hayan nacido en el pasado siglo -¡y qué mal suena eso!- recuerdan aquellos tiempos, que desde luego no fueron mejores por ser pasados: años en los que sólo los varones podían ser titulares de las cuentas bancarias, las mujeres nos dedicábamos a nuestras labores, o como mucho podíamos ser secretarias o enfermeras, si no monjas o putas, los novios se convertían en maridos o te convertías tú en una apestada y la única finalidad del sexo era la de procrear, porque si querían diversión los hombres se la buscaban fuera del respetable hogar y las mujeres? Bueno, las mujeres sencillamente no nos divertíamos.

A veces me creo que por el hecho de que algunas ahora podamos ser directivas de grandes empresas, tengamos relaciones sentimentales con otras mujeres sin escondernos, viajemos solas porque nos apetezca, disfrutemos del sexo abiertamente o decidamos que no queremos tener hijos el cuento es otro diferente de aquel. Pero qué va.

Como antes, tu novio del instituto todavía pretende decidir sobre la ropa que te pones o los amigos que tienes, tu profesor te educa a ti, ¡a ti!, para que aprendas a defenderte de los maltratadores, tu revista favorita te ayuda a conquistar a los hombres con ardides y poses falsas, tus libros preferidos cuentan historias de amores posesivos y hombres protectores y dominantes, tu madre te enseña a poner a tu marido por delante de cualquier otra cosa, tus amigas todavía asumen que vas a anteponer a tu pareja a la hora de tomar cualquier decisión y tu señor esposo se cree con derecho a pegarte y hasta asesinarte o matar a tus hijos si no te ciñes al modelo establecido en aquellos tiempos oscuros y de los que hablaba al principio.

Sin embargo, lo verdaderamente grave no es que los empresarios paguen más a los del sexo masculino, que lo es también, sino que un juez, el máximo representante de la ley, ese que debería salvaguardar los derechos básicos de cualquier ciudadano de manera totalmente imparcial, porque además para eso le pagan, ese juez, considere un atenuante en un juicio por violación el hecho de que la víctima haya hecho una vida aparentemente normal después de haberse consu-mado el delito, o que le pregunte a la víctima si "ha-bía cerrado bien las piernas y el aparato sexual" o había opuesto suficiente resistencia a la violación, como si ella, pobre infeliz, se hubiese buscado haciendo o dejando de hacer nada de lo que cualquier de esos salvajes hijos de puta le hicieron aquel aciago día.

Y yo, qué quieren que les diga, queridos machos ibéricos, jueces paternalistas, empresarios caraduras y demás especímenes rancios y repugnantes: estoy hasta los cojones -sí, los cojones, esos que tengo, a veces más grandes que cualquiera de ustedes, aunque la naturaleza no me los haya dado-. Porque ustedes, todos ustedes, son la manada. Una manada que acosa, que persigue, que castiga, que denigra, que maltrata o viola y que convierte a esta sociedad en la mierda machista y vergonzosa que es.