Canarias es una versión macaronésica del eterno retorno. Un perpetuo revival de sí misma. Una versión inacabada e inacabable de lo que no son ya obsesiones, sino manías esclerotizadas, pero irresistibles. Nos hemos enamorado de nuestras estupideces, de nuestras poquedades, de nuestros sueños rotos, de las mentiras que queremos suponer contradicciones y solo son falsedades para seguir tirando. De nuevo aparece el presidente del Cabildo de Gran Canaria para denunciar el maltrato presupuestario de la isla. Es su seguro de vida electoral. También aparece el presidente del Gobierno de Canarias para hablar de las regiones ultraperiféricas de la UE y del liderazgo político, económico, geoestratégico, aeroespacial y espiritual de la patria guanche entre esos infelices compañeros sin padre ni madre reconocidos. O la cantinela infinita de la diversificación de la economía canaria. Desde que la economía canaria se diversificó de verdad en los años sesenta -y especialmente desde la década de los ochenta- con la irrupción del turismo masificado no dejamos de exigir, rogar, clamar por la diversificación económica. O la enseñanza de idiomas en el sistema escolar. No, la mayoría de los jóvenes canarios sigue sin hablar fluidamente el inglés. También es cierto que abandonar la enseñanza secundaria sin conocimientos de la geografía, la historia, la sociedad, las artes o la literatura de su propio país. ¿Y el escándalo periódico, zalamero y necio sobre la pobreza? De vez en cuando alguien repara en que la mayoría de los canarios disponen de sueldos que, como media, son alrededor de un 20% inferiores a los de las regiones más desarrolladas de España, y se escandaliza. Es realmente hilarante porque yo no recuerdo otra situación. Pobreza, marginalidad, exclusión social, la vida del menesteroso que dispone de un iphone pero a los treinta años está social y laboralmente acabado. Las decenas de miles de cuarentones y cincuentones que jamás volverán a currar en su vida. Pero si la última vez que la tasa de desempleo fue inferior al 5% fue en 1973. ¿De dónde sale esta delectación mezquina e hipócrita en un diagnóstico que consiste básicamente en una cansina e indignada queja?

Estas islas tienen la misma agenda política que hace un cuarto de siglo. Básicamente la misma. Porque se ha redistribuido mal la riqueza a través de un Estado de Bienestar insuficiente pero, sobre todo, ampliamente ineficaz. Porque el crecimiento de la población es al mismo tiempo resultado de la prosperidad económica y su capacidad de atracción en épocas de bonanza y una dificultad estructural con un alto coste en épocas de crisis y estancamiento. Porque no se ha diseñado y aplicado una política educativa que no consista exclusivamente en construir centros y ampliar las plantillas docentes ni una política agraria que no se limite a firmar pachorrudamente las subvenciones europeas. Porque en ningún punto del mapa ideológico se puede encontrar una fuerza política que tenga y explique un proyecto para este país que no sea continuismo agónico luchando por mantener compromisos presupuestarios e inversores del Estado, chucherías socialdemócratas para engordar burocracias o sueños de trasformar la realidad a golpe de decreto, que lo que ocurre es que lo que están en el poder son los malos y cuando lleguen los buenos ya verás. Lo último que nos faltaba entre los regresos incesantes es la bandera de las siete estrellas verdes y, sobre todo, la obcecación por denunciar, perseguir o prohibir un trapo patriótico que es tan inútil, melancólico y tramposo como todos. La bandera de las siete estrellas verdes. Treinta años. Cuarenta años. Esto no terminará nunca.