Sergio Maccanti es, casi sin discusión, la persona razonablemente más irracional que conozco. Me explico. Es un buen tipo, que ejerce como padrazo y que, según me aseguran, es muy competente en sus labores profesionales. Defiende la bicicleta como medio de transporte por la ciudad, sueña con que la capital recupere el espacio que ahora ocupa la Base Naval y tiene Las Canteras como su paraíso natural en la Tierra. Con él se puede mantener siempre un rato agradable de charla, intercambiar opiniones y hasta discrepar en algún momento. Todo normal hasta que se toca un punto concreto: el fútbol. Ahí, Maccanti ejerce como aficionado fiel al primer amor. Es la Unión Deportiva Las Palmas. Y nada más.

Durante los últimos años, me he cruzado con él en multitud de lugares y circunstancias. En Triana, por el Puerto, en alguna ciudad perdida en el mapa donde ese día le tocaba jugar a la UD Las Palmas, en los días duros para cualquier fiel amarillo y en las noches felices. Cuando me tocaba ir al Estadio de Gran Canaria para trabajar, desde las cabinas de prensa, minutos antes del pitido inicial -como si fuera un talismán-, buscaba su bandera en la grada Sur. Y cada vez que nos vemos, en algún momento de la conversación, la actualidad del equipo sale a escena.

Con la UD Las Palmas en el centro del debate, Maccanti siempre me pide, con un tono tan respetuoso como paternalista, una pizca de más cariño por parte de la prensa hacia al club cuando las cosas van mal. No exige forofismo, pero sí más colaboración para remar todos juntos y salir del agujero en comunión. Y, aunque siempre nos entendemos, intento explicarle que en este oficio -a veces- no hay lugar para la ternura. Hay que contar las cosas como son y, en ocasiones, el mundo es un lugar horrible. Incluso para la UD Las Palmas.

Siempre he pensado que la sobreprotección que recibió la UD Las Palmas por parte de la prensa durante muchos años -aquel famoso "no pudo ser"- tapó las miserias que le llevaron a un estado catatónico en 1983. Y siempre he sostenido que la mejor manera de apoyar a la entidad es poner el foco sobre las chapuzas o las genialidades de sus dirigentes, subrayar los aciertos o los errores en la gestión deportiva o contar que el equipo ha firmado un partido calamitoso o brillante en el estadio de turno.

En una temporada en la que todo lo que podía salir mal ha salido mal -la venta de Roque Mesa, el sainete con De Zerbi, la espantada de Boateng, la incapacidad de Márquez, la broma de mal gusto con Ayestarán, el no federativo a Almirón y el lamentable rendimiento de los futbolistas- la prensa no puede mirar hacia otro lado y convertir a la UD Las Palmas en el País de las Maravillas. Es imposible por mucho que todos llevemos al equipo en el corazón.

Pese a tanto caos, en un escenario así, con la Unión Deportiva colista, sin entrenador y con una fractura social evidente -corte de mangas mediante frente al "Ramírez vete ya"-, Maccanti -durante las últimas semanas y sobre todo a través de las redes sociales- ha solicitado que rememos todos juntos para regatear el descenso. En un escenario así, después del empate contra el RCD Espanyol, no encuentro razones lógicas para imaginar un final feliz, pero por una vez en la vida voy a intentar ser como Maccanti, una persona razonablemente irracional. Y aunque no encuentro motivos para sostener mi siguiente afirmación: #NosVamosASalvar. Después de todo esto es fútbol y Paco Jémez está en camino. ¿Por qué no?