De manera cíclica, El Museo Canario tiene que levantar su humilde voz y recordar lo valiosas que son sus colecciones para la historia de Canarias. Un toque de atención que, cómo no iba a ser de otra manera, suele tener que ver con los retrasos de las subvenciones para su maltrecha economía. La última llamada de socorro, ¡mayday, mayday!, va dirigida al Ayuntamiento capitalino, cuya pereza en hacer el libramiento de la partida -acumula varias anualidades- impide a la institución proceder al equipamiento de la primera fase del edificio de la ampliación, un proyecto de los reconocidos arquitectos Sobejano y Nieto. El inmueble cayó en desgracia con la crisis y quedó ahí, en medio de Vegueta, como un fantasma a la deriva con su aire acondicionado embalado y con sus tripas llenas de retortijones por la carencia de público: no puede alimentarse de visitas. El retraso municipal -al parecer El Museo Canario no es una prioridad- va a obligar a la gerencia a poner a la venta parte de su patrimonio privado, donado por ciudadanos, para que, entre otras cuestiones, pueda ofrecer una sede accesible. Muchos pensarán que para eso están los bienes, pero está claro que no es lo mismo vender por voluntad propia que hacerlo por la asfixia provocada por la dejadez de un patrocinio público. A los gestores de El Museo Canario hay que agradecerles que no hayan caído en un profundo estado de apatía por los desengaños a los que se han visto sometidos en su dilatada trayectoria. Sólo hay que hacer un cotejo de todos los máximos representantes de gobierno que han pasado por allí con alguna promesa, y después nada o lo mínimo. Cualquier otro ya hubiese perdido la paciencia con un cierre hasta más ver. Y luego alarma general, desgarros de vestiduras, lamentos y remordimientos. El Museo Canario no se merece tanto desprecio.