La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aquí la tierra

Frivolidad de Unamuno

El escritor, que estuvo en Las Palmas en 1910, escribió que la ciudad tiene escaso interés para quienes persiguen el cultivo del espíritu

En el capítulo La Gran Canaria de su libro Por tierras de Portugal y de España (1911) Miguel de Unamuno afirma: "Esta ciudad de Las Palmas poco, muy poco tiene de interés para los que vamos buscando emociones que nos aren por dentro del espíritu". Sorprende que alguien de tan voraz curiosidad y tan formidable inteligencia pueda pregonar de un sitio, de cualquier sitio, que resulta poco interesante para quien se dedique a cultivar su espíritu. Obviamente, todo depende de los estereotipos y la disposición de apertura con el que el viajero llega a un lugar. De su disposición de espíritu. En esta coyuntura, o por lo menos en el momento en que su pensamiento se ocupaba en escribir estas líneas, Unamuno no estuvo a la altura de sí mismo.

El pensador, que había arribado a la ciudad en 1910 como mantenedor de sus Juegos Florales, dice que ésta "ha crecido mucho, se ha ensanchado, se ha embellecido según entienden la belleza los comerciantes y los turistas". Pese al comentario desdeñoso, Unamuno comienza su semblanza de Las Palmas con datos que figuran en las guías turísticas de entonces, como que Colón hizo parada en la Bahía de La Isleta "cuando iba al descubrimiento del Nuevo Mundo", que Canarias es "una avanzada de Europa, de España sobre América, y una avanzada de América sobre Europa, sobre España y sobre África" y, en una impropia efusión de cursilería dice, así mismo, que las Islas "son un mesón colocado en una gran encrucijada de los caminos de los grandes pueblos".

Sabido es, porque se ha contado muchas veces, que el autor de Tulio Montalbán y Julio Macedo quedó extasiado en su visita a Teror, Valleseco, Tejeda y Artenara, pero menos se suelen citar estas líneas suyas sobre Las Palmas, seguramente porque no se deshacen en cumplidos sobre la ciudad. Pasa con otros viajeros que también desfilaron por aquí, como el surrealista Michel Leiris, quien, en una escala antes de emprender la expedición Dakar-Yibuti, llama a la urbe insular "espléndida zahúrda hispanomediterránea". Como ocurre en todas partes, los aduladores del público que viven del enaltecimiento vacío de Las Palmas obvian las palabras de Unamuno porque no casan con sus parámetros zalameros.

No cabe pues reprochar a Unamuno que no se deshiciese en alabanzas de Las Palmas, faltaría más. Pero sí procede hacer constar que cuando dice que "esta ciudad de Las Palmas poco, muy poco tiene de interés para los que vamos buscando emociones que nos aren por dentro del espíritu", muestra un rasgo sorprendentemente frívolo. ¿Qué mala pasada le juega su espíritu arado que cuando está en este trance de escritura es incapaz de apreciar lo diferente?

Es cierto que Unamuno hace en este texto observaciones con más mordiente, como las que conciernen a las huelgas de los obreros carboneros, al control de la economía insular por empresas europeas, a la epidemia de cólera de 1851 o al caciquismo de Fernando León y Castillo. Pero todo ello se entrevera con tópicos que no se avienen con la roturación, la siembra y el riego del espíritu, como cuando hace afirmaciones del tenor de que "el aplatanamiento, la soñarrera, se curaría merced a comunicaciones más rápidas, más frecuentes y más intensas, sobre todo más intensas, con España y con el resto de Europa y con América".

Se cuenta que en una ocasión le pidieron a Bernard Shaw su opinión sobre los ingleses y que el dramaturgo irlandés rehusó darla aduciendo que "no los conozco a todos". Su coetáneo Unamuno, en cambio, en un corto viaje, pretendió tener un juicio concluyente sobre todos los habitantes de Las Palmas y, en general, de Canarias, con lo cual, al calificativo de frívolo hay que añadirle el de arrogante.

Por lo demás, alguien tan deudor de Unamuno como Alonso Quesada -a quien el vasco prologaría su libro El lino de los sueños-, que experimentaba una desazón similar a la de aquel respecto a Las Palmas -"Yo estoy en medio de este clima localista con una irremediable temperatura universal"-, demostraría, pese a todo, con sus crónicas de mirada abundante, que esta ciudad, como cualquier punto del planeta, puede ser un sitio de extraordinario interés. Pero para ello es preceptivo que el ego del observador -y el de Unamuno no era pequeño- deje sitio para algo más que sí mismo.

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