La Provincia - Diario de Las Palmas

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LAS SIETE ESQUINAS

Mi casa

Hacia 1946 o 1947, cuando la izquierda gobernaba en Inglaterra por vez primera en la historia (salvo un paréntesis de unos meses en 1929), George Orwell escribió que el peor enemigo de un partido político de izquierdas que acababa de llegar al poder era su propia propaganda, esa misma propaganda que le había permitido llegar al poder. ¿Por qué? Muy sencillo: porque las imposiciones de la realidad harían imposibles muchas de las promesas o desmentirían muchos de los juicios de valor con que ese partido había convencido al electorado. Y eso que la izquierda laborista que gobernó Gran Bretaña en aquellos años -con Clement Attlee a la cabeza- fue de una honestidad y de una ejemplaridad asombrosas.

Conviene recordar los hechos, porque aquella izquierda impuso su programa en medio de una economía destruida por la guerra, con un sistema bancario prácticamente en bancarrota y con la población sometida al racionamiento por la falta de recursos. Pero aun así, la izquierda británica creó el Sistema Nacional de Salud, nacionalizó la electricidad y los ferrocarriles, construyó miles de viviendas sociales para albergar a las familias que habían perdido sus casas en los bombardeos e impuso un sistema fiscal que prácticamente requisaba el 80% de las ganancias a los más pudientes. La moda de los exilios fiscales (que llevaron años después a los Stones a pasar medio año en Francia o a Graham Greene a radicarse en Antibes) se creó en aquellos años de férrea política fiscal, que por cierto los conservadores no tocaron cuando llegaron al gobierno en años sucesivos, como tampoco tocaron la política de vivienda ni de salud. Aquel compromiso político de respeto mutuo entre derecha e izquierda creó el modelo de Estado del Bienestar que por suerte acabó imponiéndose en toda la Europa democrática. Y hasta que Margaret Thatcher llegó al poder en los años 80, la política británica fue prácticamente la misma que diseñó el laborista Attlee en 1945.

Clement Attlee, por cierto, vivía en una casa de clase media en Stanmore Road, con un jardín muy parecido al de miles de sus compatriotas y con un gallinero en el que criaba gallinas, como hacían también miles de sus compatriotas en aquellos años de cartillas de racionamiento y de falta de comida. Hay una foto en la que se ve a Attlee dando de comer a sus gallinas con sus dos hijas, que le ayudan y parecen muy contentas de hacerlo. La foto puede parecer propaganda, y quizá lo era, pero todo el mundo sabía que aquel hombre y su familia vivían así. Eran austeros y se conformaban con tener una casa como cualquier otra casa de su clase social, ni mucho mejor ni mucho peor que las de sus compatriotas. Orwell, que colaboró con el gobierno de Attlee y lo defendió todo lo que pudo, no se refería a la forma de vivir de los laboristas cuando escribió aquella frase sobre la propaganda como el mayor enemigo de los partidos de izquierda. Se refería a esa vieja tentación de la izquierda de gritar más de la cuenta y de prometer cosas que todo el mundo sabía que eran imposibles.

Y ahí es donde aparece el problema de la casa de 600.000 euros que se han comprado Pablo Iglesias e Irene Montero. En principio, no habría nada que objetar, ya que el dinero se lo han ganado de forma honrada y cada uno es muy dueño de vivir donde quiera (si es que puede pagárselo, claro está). El problema es la clase de propaganda que ha llevado a Iglesias y a Montero a liderar un partido con cinco millones de votantes, porque de pronto esa propaganda se ha convertido en su peor enemigo, como decía la frase de Orwell sobre los laboristas británicos que llegaron al poder en 1945. Todo el discurso de Iglesias y Montero se basaba en el resentimiento social y en la agitación de los peores instintos hacia quienes vivían de forma obscena mientras una gran parte de la población vivía sometida a los recortes y a la precariedad laboral. El odio contra la casta y contra los ricos -todos tenemos memoria- alimentó continuamente el combustible ideológico de Podemos. Y Pablo Iglesias, además, alardeaba de vivir en un barrio obrero y de no tener apenas gastos porque era una persona extremadamente austera (que se conformaba con un sueldo que era tres veces el salario mínimo).

Iglesias y Montero podrían haber hecho como el gran Clement Attlee y vivir en una casa normal de clase media en un barrio normal. Pero se van a ir a vivir a una casa que no está al alcance de muchas familias de clase media como ellos dos dicen ser, con piscina y parcela de dos mil metros cuadrados y una casa de invitados. Se mire como se mire, es muy difícil imaginar cómo se van a poder pagar esa casa con un sueldo individual de apenas dos mil euros al mes. Aquí hay algo que no encaja. Y sobre todo, que demuestra hasta qué punto había mucho postureo en la demagogia histérica con que Pablo Iglesias irrumpió en la vida política hace ahora cuatro años. Espero que sus votantes no lo olviden.

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