Ahora que se ha puesto de actualidad la idea de descubrir el cauce del antaño barranco Guiniguada, se nos ha ocurrido recordar la época en la que un gran alcalde, que lo fue indiscutiblemente con sus muchos aciertos y algunos errores, como fue su cubrimiento para convertirlo en carriles para el tráfico rodado. Que José Ramírez Bethencourt fue un gran alcalde --dejando aparte el régimen político en el que lo protagonizó-- y que su mandato se caracterizó por llevar a cabo numerosas grandes obras de infraestructura en la ciudad, no creemos nadie lo ponga a estas alturas en tela de juicio. Durante su larga gestión municipal se iniciaron, e incluso se terminaron, por ejemplo las obras de la Avenida Marítima y el acceso por el Centro de la isla aunque respecto a esta última supuso la desaparición de los puentes de Verdugo y de Palo y el cubrimiento del barranco Guiniguada, desde siempre señas de identidad que, en opinión particular, nunca debieron desaparecer. Respecto al acceso por el Centro bien se pudo realizar un proyecto que, salvando la vista del cauce del barranco y evitando su cubrimiento, incluyera en las márgenes laterales respectivos las dos calzadas, de subida y de bajada, para que el barranco siguiera dividiendo la ciudad en sus dos barrios tradicionales: el antiguo y primigenio de Vegueta y el moderno de Triana que con el tiempo se fue alargando hasta llegar al puerto. Hay grandes ciudades europeas que aparecen divididas por un río y sus rectores nunca tuvieron la ocurrencia de cubrir su cauce.

A propósito de las abundantes lluvias que este año han caído sobre la isla y han hecho correr muchos barrancos desde hace años resecos por la sequía, se nos viene a la memoria aquellos tiempos, no tan lejanos, en los que un invierno si y otro también, el Guiniguada se convertía en un aprendiz de río que hacía reunir en los bordes de aquellos tradicionales puentes a los curiosos para no perderse el espectáculo de contemplar su cauce cubierto por el agua de color terroso que en algunas de sus avenidas alcanzaba los dos o tres metros de altura cubriendo su cauce de lado a lado. Acaso por eso las crónicas de la Conquista refieren que Rejón montó su campamento del que nacería nuestra ciudad "al borde de un riachuelo o barranco llamado Guiniguada".

La última gran avenida del Guiniguada la recordamos a mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo, y otra menos caudalosa en diciembre de 1970 cuando ya el barranco estaba cubierto con el primer tramo de sus túneles que lo esconden y que en aquel año ya estaban construidos desde el puente de Palo hasta el de Verdugo, según las fotos que lo recuerdan. Pero tradicionalmente, desde muchas centurias anteriores el Guiniguada solía ofrecer, de vez en cuando según la virulencia y crudeza de los inviernos que azotaban la isla en aquellas épocas con lluvias copiosas, la estampa de aprendiz de río como aquella de de 1910 en que se recogieron 117 litros por metro cuadrado, o en 1912 en el que la ciudad sufrió inundaciones por la invasión del mar en el litoral, sobre todo en la que entonces se llamaba calle de La Marina (hoy Francisco Gourié). De bastante virulencia fueron también las lluvias caídas en 1926 que registró una gran avenida del Guiniguada que "cubrió todo su cauce alcanzando los tres metros de altura y el Puente López Botas o de Palo corrió el peligro por la fuerte presión que ejercía la impetuosa corriente", relato que nos dejaron los periódicos de la época, que añadían que "el Café Universal, sede de tertulias futboleras que estaba en la esquina Bravo Murillo quedó inundado alcanzando el agua un metro de altura y los techos del garaje París, en la calle Perojo, se desplomaron", así como varias casas en San Cristóbal y el tranvía estuvo dos días sin funcionar. Posteriormente hubo otros crudos inviernos que también hicieron correr los barrancos de la isla, incluido el Guiniguada: en 1946 el temporal dejó entre 160 y 217 litros por metro cuadrado en 24 horas; y en 1950, en el mes de noviembre, se produjeron otras grandes precipitaciones a consecuencia de las que se recogieron entre 190 y 300 litros por metro cuadrado.

Pero eran otros tiempos en que, afortunadamente, la isla no sufría la pertinaz sequía de los actuales. En los que el agua de lluvia era tan abundante que proporcionaba la alegría de los agricultores y a nuestros convecinos la curiosa estampa, contemplada desde los puentes, del Guiniguada con caudalosas avenidas discurriendo sin problemas bajo el puente de Piedra aunque hubo inviernos en que su gran caudal tenía problemas para pasar por los ojos del de Palo amenazando el Bar Polo, los establecimientos de tejidos de Santiago Said, de José El-mir y la Tabaquería El Deportivo.