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crónicas galantes

También las revoluciones se hipotecan

Se atribuye imparcialmente a Aristóteles y a Bismarck la idea de que la política es el arte de lo posible, pero en España es más bien el arte de hacerse un chalé. Han dado cátedra al respecto toda suerte de presidentes, ministros, alcaldes y hasta concejales que hicieron de este tipo de vivienda unifamiliar casi un símbolo de su profesión. A un político sin chalé parece como si le faltase algo.

El último en incorporarse al club ha sido Pablo Iglesias, líder de un partido que alcanzó gran predicamento entre los electores al identificar como enemigos del pueblo a la gran empresa del Ibex 35, a la banca y en general a la peña o casta de los plutócratas.

Lo suyo tiene más mérito porque ni siquiera ha ocupado aún puesto de gobierno alguno. El látigo de capitalistas y banqueros se ha limitado a ir al banco, como cualquier hijo de vecino, para solicitar la pertinente hipoteca. Iglesias podrá ser marxista de la rama leninista, antisistema o lo que quieran colgarle; pero en el fondo -y en la forma- es un español típico. Esto debería tranquilizar a las fuerzas del capital, que ya lo tienen hipotecado de por vida.

La caída de Iglesias y su señora en la tentación bancaria no hace sino demostrar que la devoción por el pisito o el chalecito -es decir: por la propiedad- trasciende en España las ideologías. Tanto da si de izquierdas o de derechas, la ilusión de un español de ley consiste en ser dueño de su casa y formar una familia como Dios manda.

Nada hay más conservador que eso. Se puede ser informal en la indumentaria o en la decisión de evitar la boda por la Iglesia o el juzgado, lo que no deja de constituir una mera anécdota. En realidad, las parejas españolas se casan en el banco -templo del dinero-, mediante el sacramento de la hipoteca que ata mucho más que cualquier otra de las anteriores fórmulas.

Iglesias no ha hecho otra cosa que ejercer de español, y por tanto de conservador en lo tocante a los asuntos del bolsillo. Todo el que posee algo tiene, en estricta lógica, algo que conservar: y si además se trata de una propiedad susceptible de especulación, como la vivienda, no queda sino concluir que la española es una de las sociedades más conservadoras del mundo.

Ninguna razón existe, en consecuencia, para el alboroto que ha suscitado el chalé del líder de Podemos. A lo sumo, podría causar alguna confusión entre sus votantes. Efectivamente, el partido de Iglesias ganó millones de apoyos en las urnas sin más que pintar una España en blanco y negro, llena de pobres y pústulas, en la que los malvados gerifaltes de la banca disfrutaban desahuciando a la gente de sus casas.

Ese panorama -quizá un tanto exagerado- se condice bien poco con el hecho de que una pareja de asalariados pueda obtener un crédito de más de medio millón de euros en condiciones asumibles. O no era verdad el retrato que antes hacían del país o tal vez ellos sean una excepción a la ruina general de la que hablaban.

También pudiera ocurrir que algunos vean contradicción entre el político que predicaba las maldades de la banca y el que acude a una institución financiera para solicitar -con éxito- una hipoteca medio millonaria. Pero eso sería tanto como pedir coherencia a un político. Iglesias ha sido coherente, en realidad, con los hábitos de compra de los españoles: y eso, a fin de cuentas, es lo que importa. A ver si los antisistema no van a poder hipotecarse al gran capital, como todos, hombre.

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