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El ojo crítico

Lo mejor para el PP

La primera conclusión que se puede obtener una vez leídas o escuchadas las conversaciones que el excomisario Villarejo mantuvo y grabó con la expresidenta de la Comunidad de Madrid y exministra de Cultura Esperanza Aguirre, así como con la expresidenta de la Junta de Castilla La Mancha, exministra de Defensa y exsecretaria general del Partido Popular María Dolores de Cospedal, es que el principal beneficiario de la moción de censura que supuso que Pedro Sánchez se convirtiese en presidente del Gobierno fue el propio Partido Popular. Si en algún momento de la historia de la democracia española un partido político ha necesitado regenerarse en la oposición ese fue, sin ninguna duda, el Partido Popular del año 2018 que dirigía Mariano Rajoy. Pocas veces en la reciente democracia española un partido ha sumado tantas corruptelas y tanto uso particular de los recursos públicos, como se hizo durante los dos años de mandato de Mariano Rajoy y en todas las legislaturas autonómicas del Partido Popular en la Comunidad de Madrid, territorio en el que se acerca a los treinta años seguidos de gobiernos. Son tan graves las conversaciones que mantuvieron estas dos políticas populares con el actualmente en prisión excomisario José Manuel Villarejo, que cualquier otro recuerdo político que se tenga de ellas queda anulado por las conversaciones que hemos conocido.

Por un lado, Esperanza Aguirre se ha retratado como una política experta en las artes del comadreo y la mentira, además de haber aceptado, durante los años de sus mandatos, que consejeros suyos se hicieran millonarios gracias a la corrupción sin que lo pusiera en conocimiento de la Justicia. Sólo cuando la denuncia de los medios de comunicación, de personas anónimas y la actuación judicial fueron poniendo nombres y caras a la corrupción en la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre soltó en la Asamblea madrileña la boutade aquella de «yo descubrí la trama Gürtel». Esta comunidad autónoma ha sido, desde que el PP se hizo con ella, el epicentro de la puesta en marcha de políticas ultraliberales cuyo principal fin ha sido la privatización de todos los servicios públicos posibles para entregarlos a empresas privadas en las que, casualmente, encontraban acomodo laboral los mismos políticos populares que habían privatizado ese servicio público adjudicado a estas empresas. Esto en el mejor de los casos porque el otro gran negocio de los políticos populares madrileños ha sido desde siempre la adjudicación de servicios públicos a cambio de una comisión y el cobro de sobresueldos. Esto no lo afirmo yo. Fue la propia Esperanza Aguirre la que se lo dijo al excomisario Villarejo.

Por otro lado, ahora por fin sabemos a qué se dedicaba exactamente Maria Dolores de Cospedal en la sede de Madrid del Partido Popular y en los Gobiernos de Mariano Rajoy. Muy simple. A tratar de ocultar toda la porquería derivada de prácticas corruptas que el Partido Popular puso en marcha desde que llegó al poder en 1996. Si Luis Bárcenas llegó a amasar una fortuna de 50 millones de euros que guardaba en Suiza fue porque los empresarios hacían cola en la sede de Génova para hacer donaciones a cambio de favores. Ese dinero se repartía entre los principales directivos del PP en Madrid mientras en el País Vasco decenas de concejales populares se jugaban la vida a diario por 300 euros al mes. Lo que más molestó a Cospedal y compañía de Luis Bárcenas fue que mientras ellos cobraban sobresueldos de seis mil euros al mes el responsable de las finanzas del PP, Luis Bárcenas, se adjudicó 50 millones de euros de aquellas «aportaciones voluntarias» de los principales empresarios de este país. La cara de tonto que se le debió quedar a más de uno cuando en el Partido Popular se enteraron de lo de los 50 millones debió ser antológica.

Con estos nuevos elementos conocidos ahora relacionados con la corrupción, se constata el eterno viaje de ida y vuelta del PP a las entrañas de la corrupción. Una corrupción de la que los populares no logran deslindarse porque ha estado protegida e instalada en los despachos más importantes. El principal error de Pablo Casado fue creerse aquella milonga de que el nuevo PP era ajeno a la corrupción y había roto con el pasado. Cuando tuvo ante sí un nuevo evidente caso de tráfico de influencias cometió el error de querer investigarlo de manera privada olvidando lo que desde los tiempos de Aznar se había hecho con la corrupción en el PP: taparla, seguir para adelante y hacer desaparecer de la primera línea política a los que se habían hecho ricos. No denunciarles a cambio de su silencio. Sin embargo, el PP de Madrid sigue siendo el de siempre a tenor de lo visto con el caso de Luis Medina y Alberto Luceño. Mejor que un buen currículum es un buen enchufe, y no hay nada que guste más a los populares de Madrid que un señorito ejerciendo de tal o a una política campechana enfangada en las cloacas de la política.

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