Mónica Oltra, de Compromís, vicepresidenta del gobierno valenciano y socia del PSOE, ha presentado la dimisión. El patíbulo político ha funcionado como de costumbre. Solidaridad con la imputada ante las cámaras e implacable ejecución en los despachos. Los errores en política se pagan con dimisiones.
Sin entrar en el fondo del asunto judicial, que resulta inquietante y nauseabundo por los abusos a menores supuestamente encubiertos, Oltra, que es inocente hasta que no se demuestre lo contrario, ha sido tratada con la misma medicina que recetaba a sus adversarios de la derecha.
En los periodos electorales, y este de sucesión de comicios autonómicos que se prolonga sin interrupción, es cuando se pone de manifiesto que algunos partidos malviven en la confrontación y en el empeño de destruir al adversario.
Uno de los aspectos que más ahuyenta a los ciudadanos es el uso deliberado de la mentira como forma de ejercer el poder. Y entre los errores más comunes en el combate de la corrupción se encuentra el de confundir consecuencias con las causas. La corrupción política, prima hermana del amiguismo y del clientelismo, provoca un efecto disolvente sobre la sociedad. Seamos claros. No es igual que sea imputado un ciudadano de a pie que un cargo público, un juez un policía ó un funcionario. Su comportamiento crontibuye a destruir el sistema.
Todos sentimos fascinación por la autocrítica, pero nadie practica y se le exige a los demás. Mónica Oltra, con la lupa sobre Francisco Camps y manga ancha en su caso, se ha estrellado con la dura y tozuda realidad de los hechos: imputada.
Sin pretender tener la solución perfecta para un problema complejo, queda claro que no pasa por publicar más leyes en los boletines oficiales. El camino es largo y tortuoso hacia una mejor democracia en la que el estado de Derecho se respete y las instituciones funcionen. La mezquindad es un gran peligro y, en cambio, la confianza lo mueve todo. Se acaba de comprobar en Andalucía.