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Juan José Millás

A la intemperie

Juan José Millás

¿Qué haces aquí?

En los aviones, los asientos están colocados en la dirección de la marcha: el pasajero mira hacia el punto hacia el que se dirige la nave. Lo mismo ocurre en los coches y en los tranvías y en las motos y en las bicicletas… En el tren, en cambio, te puede tocar un asiento que te obligue a ver de dónde vienes, no hacia dónde vas. A lo mejor al poco de sentarte no notas nada, o notas algo raro que no consigues identificar, pero tarde o temprano te das cuenta de lo que ocurre, y lo que ocurre es que viajas al revés, como si anduvieras de espaldas, lo que tarde o temprano resulta psicológicamente agotador. Escribo estas palabras en un AVE en el que me ha tocado viajar de espaldas. En vez de ir al encuentro del paisaje, lo veo desaparecer. Retrocedo y retrocedo como si rebobinara. Imaginen a un jinete galopando sobre una montura colocada al revés.

Con el traqueteo del vagón, me duermo y sueño que empiezo una novela desde la última página, como cuando en el cine ves a alguien descomiéndose un plátano. Me despierto enseguida, miro hacia afuera y veo cómo huyen, espantados, los árboles, los postes de la luz, los rebaños de ovejas, la pequeña vegetación. Cierro los ojos, me pienso hacia atrás y llego a un momento de cuando tenía seis años en el que estoy mirándome en el espejo del armario del dormitorio de mis padres. Me observo detenidamente, de arriba abajo, para comprobar que el del otro lado soy yo. Estoy tratando de descubrir, en fin, el truco del espejo: quizá el del otro lado es un genial imitador en el que trato de descubrir alguna falla. Parpadeo muy rápido, a ver si le pillo cerrando los ojos cuando yo los abro. Muevo un brazo de repente sin previo aviso, compongo una mueca rara… Todo es inútil: la sincronía entre mi reflejo y yo es perfecta.

Si dejar de mirarme, doy unos pasos hacia atrás y el reflejo se aleja de mí. Si la habitación no tuviera límites y pudiera alejarme indefinidamente, dejaría de verme como dejo de ver en el tren los árboles, los postes de la luz, los rebaños de ovejas, la pequeña vegetación… La idea de alejarme de mí me pone nervioso. En esto, se abre la puerta de la habitación y aparece mi padre:

-¿Se puede saber qué haces aquí?

-No -respondo avergonzado.

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