Enormes avenidas; edificios futuristas aunque horteras; senderos iluminados; árboles cuyas copas forman un túnel fresco y umbroso; fuentes que acaban con las altas temperaturas; plazoletas con setos perfectamente cortados que imitan a elefantes y rinocerontes; silencios dulces con risas de niños de fondo; cataratas de agua sobre un lago donde flotan unas aves blancas como el merengue; miradores para observar un horizonte donde las nubes adquieren un color anaranjado; una luna que enciende la noche y provoca un reflejo único sobre unos callaos mojados; gatos enormes de una belleza extraordinaria que van de un lado a otro y a los que les repugnan las ratas; hombres y mujeres de musculatura perfecta que corren encima de una alfombra de césped oloroso; canoas de madera dispuestas a echarse al mar para un paseo dentro de una bahía donde los marineros llevan auriculares con los que escuchan a Mozart; motos silenciosas con parejas enternecedoras llegan hasta la reja de entrada; en una terraza de colores ocres toman un refresco pandillas vestidas con ropas de tonalidades crudas; las risas suenas cristalinas y transparentes mientras una joven hermosa señala el buque de casco celeste que abandona la Isla... ¡Punto y final! Acaba la recreación, o sea una entidad a priori para conocer la realidad que vamos a disfrutar a posteriori. ¿Dentro de cuánto tiempo? Pues depende de lo que tarde en surgir la realidad material que suprimirá finalmente la creación audiovisual.
A los políticos que van a ser candidatos de algo les encanta la recreación, porque nada más clamar por el verde serán complacidos, o porque si se pasan con la paleta y el proyecto final no está igual que en la recreación echan la culpa al creador del engendro. Pese a estas descoordinaciones, vamos a vivir una etapa donde el género va a brillar. El aspirante al vellocino de oro se creerá cada vez más un paisajista a lo Turner, un maestro que expande la luz entre la oscuridad de las monsergas electorales. Él irá a los hechos, aunque sea una mera recreación.
