Ángel Ortega Ortega, monaguillo de la Basílica del Pino, recordará siempre a lo largo de su vida la mañana del viernes 17 de enero de 1975. Vivía en el pueblo y, como todos los días, acudía a abrir el templo. Se suponía que a las siete y media de la mañana sería el primero en llegar. Sin embargo, ese día no fue así. Aquella mañana se encontró el camarín revuelto y una cuerda colgando a un lado del presbiterio. Enseguida sospechó que habían robado en la basílica y avisó al párroco, Isidoro Demetrio Peñate, y a su coadjutor, que se vestían para celebrar la misa de las ocho.

Los temores se confirmaron rápidamente y desde el principio quedó clara la magnitud del robo. La misa se celebró sin que los feligreses supieran lo sucedido, mientras agentes de la Brigada de Investigación Criminal de la Policía y de la Guardia Civil se personaron poco después en el templo. El obispo Infantes Florido llegó a Teror pasadas las nueve.

Las autoridades se enfrentaban a uno de los mayores expolios que ha sufrido el tesoro de la basílica de Nuestra Señora del Pino en sus cuatrocientos años de historia. "Una profanación", comentaban todos. Los ladrones tuvieron acceso al camarín a través de la torre amarilla, donde se habrían escondido durante la tarde anterior. Esa noche, una vez cerrada la basílica, se desplazaron por el tejado hasta llegar a una ventana que da acceso a la zona situada sobre la armadura del camarín. Allí moverían uno de los faldones y bajaron hasta el tesoro. Para salir se descolgaron por uno de los balcones que dan a la capilla mayor. Una vez en el suelo, abandonaron el templo por la puerta lateral ubicada en el muro de la torre.

Los autores del robo actuaron como profesionales y tuvieron tiempo de seleccionar el oro y desmontar las piezas. De allí se llevaron, entre otras alhajas, un rostrillo de oro de ley, con amatistas, diamantes y esmeraldas. Otra de las joyas destacadas fue el colgante con una esmeralda que se conocía popularmente como 'la rana'. Esta joya que estrenó la Virgen el viernes 28 de agosto de 1767, cuando se inauguró la tercera iglesia de Nuestra Señora del Pino, la actual.

El resto del botín estaba integrado por todas las joyas del manto, que los ladrones se entretuvieron en arrancar una a una; la célebre custodia donada por doña Pura Bascarán y Reina en 1943, labrada con joyas de su propiedad y de su difunto esposo, Sixto del Castillo; y una gran cantidad de pequeñas alhajas que estaban en el camarín, algunas de cuatro siglos de antigüedad. El manto no sufrió un grave deterioro. En cambio, el Niño sí sufrió daños, al arrebatarle la corona.

El importe de lo sustraído superaba con creces los diez millones de las antiguas pesetas. Una cantidad importante, pues un piso en la capital podía comprarse con menos de un millón.

Han pasado tres décadas, el delito ha prescrito y las joyas de la Virgen siguen sin aparecer.