La mirada de Jean Remy Genty refleja el peso de la desesperanza. Y mirarle a los ojos, aunque sea a través de la pantalla, contagia una parte de su zozobra. La cinta Jean Gentil no deja resquicio para la fe, aunque su protagonista no deje de hablar con dios, y aunque por momentos, la luz de la selva invite a pensar que le va a brindar la oportunidad de vivir.

"Yo no estoy vivo, estoy viviendo, pero no estoy vivo", reclama Jean en medio de una obstinada tristeza que se empeña en seguirle los pasos. Habla tres idiomas y es contable, pero en Haití no encuentra una salida para una existencia que va camino de la desesperación. El silencio del protagonista inunda la proyección y agudiza aún más la sensación de vacío que se agarra a la butaca. Los sonidos de la selva se encargan de ponerle telón de fondo a una historia íntima en la que las palabras son escasas pero suficientes. Sin embargo, en algún momento los escasos diálogos arrancan alguna sonrisa que ayuda a soportar el peso de una historia colmada de melancolía.

La soledad se convierte en la única compañera de Jean en su viaje hacia República Dominicana en busca de una oportunidad que parece que le fue negada desde un principio, antes incluso de llegar a ningún acuerdo. La solidaridad le ayudará a sobrevivir en un territorio hostil, pero ni siquiera la fe podrá librarle de su condena. Cuando la realidad cae como plomo no queda espacio para la esperanza, ni para el mañana, ni para la fe.