El objeto de todas la miradas y el tema de todas las conversaciones, al borde de la carretera que lleva a la localidad de La Restinga, en la proximidad de la Hoya de Los Roques, es un cono perfecto de vapores, burbujas y pequeñas rocas humeantes que cada quince minutos emerge del fondo marino. De esta forma, cada vez más grande, con más evaporación e intensidad, ayer, hasta media tarde el 1803-02, el volcán que crece a partir de dos fisuras de lava submarinas al sur de la isla de El Hierro, demostró su presencia ante los prismáticos y la mirada temerosa de los vecinos evacuados, que, en una procesión de coches y furgonetas, esperaron su turno para acceder a sus hogares.

Hosteleros, pescadores, empleados de la reserva marina y buceadores, todos vecinos de La Restinga y ante la necesidad apremiante de atender sus respectivos negocios abandonados tras la evacuación del martes pasado, optaron ayer por rentabilizar a la carrera los escasos treinta minutos de acceso permitido, tras la autorización de Pevolca y el control de carretera realizado por la Guardia Civil. A su regreso, en sentido contrario, el desfile fue entonces de neveras, maletas llenas, enseres de cocina, animales y un buen número de barcos, tanto pesqueros como de recreo y buceo.

"Queremos bajar para asegurar nuestros botes y si no nos dejan sacarlos por mar poder hacerlo por tierra", explicó a su llegada Ángel Ramos, propietario y capitán del Peje Verde, una embarcación dedicada a la pesca de atunes. Aún no sabía éste hombre de mar, el favor concedido posteriormente para que los barcos de mayor calado fueran escoltados a media tarde por un barco de Salvamento Marítimo, costeando el litoral hasta el muelle de la Estacada, un puerto más seguro.

Evacuación marina

El cese de la burbujas coincidió con esta maniobra de evacuación marina. Minutos después de las cinco de la tarde apareció un avión científico que sobrevoló en círculos la zona, ahora, tranquila en el mar de nombre homónimo. "Esta zona se jodió para la pesca", lamentaron, en grupo los marineros del Peje Verde, entonces inmovilizado en el puerto. "Mira que era bueno el pescado pero, aquí, ya está todo muerto, hasta las morenas que viven escondidas en las rocas", afirmó, a su vez y desde su experiencia José Hernández. "No sé qué futuro nos espera pero desde luego la pesca tardará años en reponerse", concluyó Ángel Ramos, el patrón. Mientras ante la mancha, oscurecida ayer por un cielo nublado, la mayoría de vecinos de La Restinga seguían en vilo ante la posibilidad de volver a sus casas, de manera provisional y hasta una próxima evacuación.

Alberto Arvelo Marín, otro marinero, resumía el sentir general al señalar: "Hasta que esto no acabe solo bajaremos para recoger algunas cosas, visitar lo nuestro y estar atentos a los negocios, pero por la noche volveremos a subir", señaló éste. "Qué necesidad hay de pasar apuros si tenemos la opción de refugio en El Pinar. Ahora se trata de vivir seguros". La gran mancha de azufre toca ya la tierra y muchos se preguntan como podrán convivir con el olor intenso a las puertas del litoral y frente a sus propias casas.

La actividad fue plena en la zona damnificada. En una finca de plataneras, un grupo de empleados se afanó en la tarea de salvar parte del producto que había quedado abandonado y a la espera de su recogida. La preocupación en torno al futuro de sus negocios fue la constante entre los lugareños.

Giuseppe Breda es un veneciano que hace tres meses pasó de camarero a propietario de la Pizzería La Restinga. Era el sueño de su vida tras más de veinte años de oficio en Alemania. Con su mujer, Kerstin Siemsen, de Hannover, se había lanzado a la aventura de un negocio propio en una tierra que prometía la calma y la paz imperecedera que ambos buscaban, "como una forma en la que el trabajo se hace para vivir y no al revés", confiesa éste. Tenía todo preparado, como la mayoría de negocios de la zona, para comenzar la temporada alta, la que arrastra el Fotosub, pero ahora, ante la amenaza volcánica, solo alcanza a hacer cuentas de sus pérdidas. "Aquí hemos hecho una inversión importante la de toda una vida de esfuerzo que se va al traste. Ahora quién nos da una solución, porque el alquiler hay que pagarlo", se preguntaba desesperado.

Mientras, Antonio Gutiérrez, arrastra con su furgoneta un buen número de bombonas de oxígeno. Él es uno de las numerosas personas de la zona que viven del atractivo submarino. Ahora, como muchos otros buceadores y pescadores, dirige su centro de buceo, hacia el agua en paz del Muelle de La Estaca. Antonio Silva, otro de los vecinos, asegura, "Ahora nos queda más opción que aprender a convivir con esta erupción". Qué remedio. Para ellos el futuro y su estilo de vida, está ahora comprometido.

La jornada, con el ojo del volcán desaparecido bajo las aguas tranquilas del sur de la isla del meridiano, languidecía poco a poco. Los vecinos, esperaban noticias de las autoridades y científicos al refugio de sus nuevas casas, junto a sus huéspedes o sentados en una de las mesas de dominó que a media tarde florecen en El Mentidero de El Pinar, lugar de reunión habitual.

Alarma nocturna

De pronto, ya entrada la noche, el rumor de un géiser de vapor surgió de la nada, de la misma oscuridad opaca que escondía en silencio el epicentro del conflicto. La Guardia Civil desplazó un vehículo a las proximidades para desmentir cualquier erupción, tanto de lava, como de agua o vapor. Los científicos, a través de una cámara térmica tampoco encontró signo de erupción. El volcán de las Calmas dormía tranquilo, o no. Algunos vecinos anunciaron haber avistado pequeñas piedras encendidas sobre la superficie marina.