De pronto el motor se paró. El Moncho II perdió la inercia con la que viajaba hasta quedar a merced de las olas a una hora y media escasa del muelle de La Restinga. La caja estaba rota. No había nada que hacer y se acercaba una gran tormenta. La odisea de los tres náufragos herreños no había hecho sino comenzar. Tardarían un mes en volver a su hogar.

José Benito Morales tenía entonces 22 años, dos de matrimonio y una hija de 12 meses. Junto a dos de sus compañeros de pesca, Manolo Álvarez y Noel Machín, expertos en una vida de salitre y escamas, acometía el último tramo del viaje que había iniciado un día antes, el 20 de enero de 1983, en la bahía capitalina de Tenerife y tras sellar el acuerdo de venta del pesquero de ocho metros en el que quedaron atrapados, en la inmensidad del mar durante ocho largas jornadas de miedo y hambre.

"Estábamos tan cerca que yo tiré el bocadillo que llevaba para pasar el día", relata ahora Manolo. Sin radio ni posibilidad de comunicación, solo contaban con unos trozos de pan y un trago de agua para sobrellevar cada una de las largas jornadas.

Habían pasado ya más de 48 horas a la deriva y bajo la voluntad de los elementos. Primero sufrieron una intensa calima, después fue el viento y por último una tormenta de extrañas corrientes que les arrastró hacia el norte de La Palma, cuando los tres náufragos acordaron de manera unánime arrojar los cuchillos al mar, "por lo que pudiera pasar", afirma Benito. "Esto lo propuse yo", recuerda Manolo antes de explicar, "ellos dos son familia así que pensé que de comerse a alguien seguro que iba a ser yo". No hubo objeción y los cuchillos, así como los bicheros fueron arrojado por la borda.

Se sabían perdidos. "Desde el principio estábamos asustados, sabíamos que las corrientes nos empujaban mar a dentro y hacía bastante frío pero intentamos mantener siempre la calma", relata Benito. "Vimos aviones pero imposible hacerles una señal. Pasábamos los días cada vez más nerviosos", añade éste. Unos cantaban y reían mientras los otros lloraban, al rato y ante la enajenación intercambiaban sus papeles.

Entonces, al octavo día se hizo la luz. "Estábamos durmiendo en el puente cuando sentimos un motor", cuenta José Benito, antes de añadir, "salimos disparados y entonces nos los encontramos ya encima. Nos habían visto en el radar". Era el Nedroma, su salvación, un barco argelino de 170 metros con capitán inglés. Entre abrazos, lágrimas y gritos de alegría, este buque les salvó la vida cuando estaban 170 millas al norte de La Palma. "Fue una suerte tremenda porque por evitar la tormenta el Nedroma se había desviado de su itinerario habitual, si no nadie nos hubiera encontrado", coinciden ambos. Ocho días después de perder su rumbo, volvieron comer caliente y pudieron mandar un telegrama a sus familiares que esperaban en el muelle. Pero su vuelta no estaba próxima. Después de otros trece días de mar llegaron al puerto de Baltimore en medio de unas históricas nevadas. Sin dinero, consiguieron refugio en el consulado y después de cuatro días volaron hacia España. El 22 de febrero, un mes después, llegaron a La Restinga. Estaban vivos.