Lo único que faltaba es que después de toda la vida viviendo en La Restinga y de que me hayan sacado de mi casa dos veces ahora me pierda yo el dichoso volcán". Manuel Álvarez, 67 abriles a sus espaldas y un consumado experto en medir las profundidades del Mar de Las Calmas tras varias décadas dedicado a la pesca de la cabrilla, no lo dudó ni un instante ayer. Después de comer, cogió del brazo a su esposa y a su hija y les pidió bajar hasta Tacorón para ver "en primera fila" el espectáculo que dicen los científicos se puede producir en el pueblo al que ha estado pegado desde que "me comía los mocos". La Guardia Civil había elevado ya en doscientos metros el perímetro de seguridad, y lo había trasladado de Tacorón a la carretera de Los Carriles, "y si han subido el control es porque algo se espera", sentencia don Manuel. Así que se puso a hacer guardia, junto a varias decenas de periodistas que, cámara en mano, esperaban por una explosión similar a la ocurrida el pasado sábado.

Porque el avistamiento del volcán se añadió ayer al catálogo de actividades domingueras de los herreños. Desde todos los rincones de la Isla, desde Valverde, San Andrés, Sabinosa o Frontera, donde la tierra tiembla más que nunca, los vecinos quisieron acercarse hasta la carretera de La Restinga "para ver si hay suerte", comentaba Roque Sosa, transportado en todoterreno desde Valverde.

"Mire usted, yo tengo miedo", explicaba Manuel Álvarez; "de hecho, no vuelvo a mi casa de La Restinga hasta que esto se aclare, porque para venir y tener que irme de noche, como ayer [por el sábado] mejor estoy en casa de mi hija en El Pinar. Pero yo sí quiero verlo, y si tengo que salir corriendo para eso están los coches", sentencia convencido Manuel, ante la risa de su mujer, algo más tranquila que en la noche del sábado, cuando las explosiones del volcán en el mar la obligaron a coger la maleta que ya tenía preparada y subir carretera arriba rumbo a casa de su hija, en El Pinar.

Tanto Manuel como su mujer pudieron entrar por la mañana a su casa junto al mar, "porque el sábado apenas nos dio tiempo a llevarnos la maleta que tenemos preparada desde hace un mes, pero yo no duermo más aquí, yo ya me quedo tranquilo en casa de mi hija y que sea lo que Dios quiera", reflexiona el pescador, que desde hace un mes ve cómo La Restinga muere poco a poco. "Es una pena ver el pueblo tan vacío. Y ese diablo [el volcán]? ese diablo ya está encima mismo del puerto".

Jubilados

Y mientras buena parte de la población acudió ayer a ver de cerca al volcán a la carretera de La Restinga, en pleno epicentro del municipio de El Pinar, en el bar El Mentidero, varias decenas de jubilados prefirieron la actividad clásica de los domingos por la tarde: el envite y el dominó. No hay volcán, por muy grande que sea, que pueda con la profesionalidad de don Andrés Robaina a la hora de sentarse a una mesa y gritar más veces que nadie el mítico "envío". No hay quien lo diga ni más nítido ni más alto. "A mí no se me ha perdido nada ahí abajo, yo ya no estoy para correr", afirma con un ojo puesto en la mesa de seis jugadores, desafiante ante sus compañeros y con el bastón colgado a la silla. "Si pasa algo ya lo veo por la tele".

El Pinar, el más joven de los municipios de España y con censo de 1.801 habitantes, se debate entre el dominó y el volcán. Ayer ganó el volcán, ante las noticias de una erupción inminente. Pero los más expertos en el arte del doble seis, ni aun a pesar de que podrían estar ante un espectáculo de los que sólo se ven una vez en la vida, sacrificaron su partidita dominguera por más que la bestia avise con aparecerse. "Al diablo ya lo veré más adelante", sentencia don Andrés.