Católica, ortodoxa y también judía. Soviética, y a su vez europea. Bizantina y latina. La historia de Lituania y su capital está enmarcado en todo un colorido mosaico de culturas y choque de diferentes nacionalidades..

Y es que Vilna, ese páramo catalogado por muchos como periférico, es el centro geográfico de Europa, según han afirmado los franceses, tras medir de una forma escrupulosa la distancia que separa el oAtlántico de los Urales.

Asentado en la confluencia de dos ríos, Vilna ha sido comparada en muchas ocasiones con Roma por las siete colinas que le rodean, desde donde se pueden obtener distintos paisajes del Centro Histórico, como es el caso de la de las Gediminas, en donde se erige el Castillo Alto. Su torre es el símbolo de la ciudad.

El entramado de callejones forma el casco antiguo barroco más grande del este de Europa, cómo no, reconocido Patrimonio de la Unesco en el año 1994. Pasear por ellas es como hacer un viaje a las antiguas ciudades italianas.

Por ello la calle Pilies cobra tanta importancia. Sus terrazas invitan a reponer fuerzas. Los cepelinai, masa de papa rellena de queso, carne o setas, es uno de los platos estrella de la gastronomía local, propia del clima frío de los países bálticos. Un arbata, una infusión aligera la digestión. Pero nada como uno de sus muchas variedades de alcohol -ya sea cerveza, vodka o vinos-, que para eso Lituana es el país más alcohólico del mundo.

En esta ciudad centenaria y de cultura versátil, el espíritu de tolerancia ante los diferentes pueblos y religiones se ha mantenido vivo durante años, a pesar de los episodios que ha tenido que pasar con el devenir de los siglos - asedios, invasiones y dominios de cruzados, polacos, franceses, alemanes y rusos.

Prueba de ello es Uzupis, el barrio soñador y bohemio de la ciudad, autoproclamado república independiente en 1997.

Aunque parezca una broma, este 'Estado' tiene su propia constitución, su himno, un parlamento en la terraza de un bar, una bandera y un puñado de ciudadanos orgullosos de vivir allí.