"Me queda cuerda para rato"

El actor Eusebio Poncela es Bernarda Alba en una nueva versión lorquiana "masculina pero feminista" dirigida por Carlota Ferrer

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El actor Eusebio Poncela actúa en el Teatro Cuyás

El actor Eusebio Poncela (Madrid, 1945) se convierte en Bernarda Alba en esta versión "masculina pero feminista" de la obra maestra lorquiana, escrita por el poeta y dramaturgo granadino meses antes de su fusilamiento en 1936 y donde retrata el encorsetamiento social, moral y físico que sufren las mujeres en la sociedad patriarcal de la España profunda. Esto no es La Casa de Bernarda Alba, adaptada por José Manuel Mora y dirigida por Carlota Ferrer, rinde homenaje a Federico García Lorca y también a René Magritte, ya que, en el envés de La Casa de Bernarda Alba, Esto no es La Casa de Bernarda Alba invita a repensar nuestra propia mirada, como hiciera el pintor surrealista de ceci n´?est pas une pipe.

Esta recreación híbrida y experimental trasciende en su búsqueda de "un discurso feminista radical", que alumbra la opresión de la mujer en boca del miedo de los hombres y que encarna un plantel de actores y bailarines, entre los que destaca Igor Yebra, bailarín y director del Ballet Nacional de Uruguay.

La poesía, la imagen, la música y la danza se dan la mano en este "canto a la libertad de las mujeres y a la libertad artística", que revela que "la casa de Bernarda Alba no es Bernarda Alba, sino la sociedad", apunta Ferrer, a lo que Poncela añade que "no se escamotea nada del texto de Lorca y el resultado es muy, muy entretenido".

¿Cómo es Bernarda Alba bajo el prisma de Eusebio Poncela?

Bernarda Alba es un personaje muy constreñido, esposado, así que no puedes ser muy versátil haciéndolo, porque Bernarda es el tótem de la tiranía y del poder mal entendido. A partir de aquí, lo que tengo en escena son las palabras de Federico García Lorca, al que siempre he vuelto a lo largo de mi vida. Su Mariana Pineda fue lo primero que hice nada más salir de la escuela de Arte Dramático en 1967 y, ahora, después de tantísimo tiempo, se produce este reencuentro, en el que se da la paradoja de que Mariana Pineda fue de las primeras obras de Lorca y La casa de Bernarda Alba es la última que escribe. Y es una obra muy bien escrita, en la que da gusto decir las palabras, incluso tratándose de un personaje tan áspero pero, al mismo tiempo, tan atractivo, porque esa aspereza, en las palabras de Lorca, se hace muy fácil de proyectar.

¿Cuánto ha puesto de usted en el personaje?

Pues supongo que todos tenemos un tirano dentro y una especie de hermano malvado, ¿no? En mi caso, lo digo por la facilidad que tengo para hacer este personaje, porque no tengo que mirarme al espejo y hacer un esfuerzo para meterme en el papel, como sí le ha pasado a otras actrices que han interpretado al personaje. Pero yo no tengo que hacer ningún esfuerzo psicológico sino que, al contrario, si lo hago, se me diluye la intensidad. En las palabras de Lorca está todo y son ellas las que me guían.

¿Lorca se adelantó a su tiempo o es España la que se empeña en retroceder?

Pues sí y sí, desde luego y, por eso, a Lorca se lo cargaron, porque don Federico se adelantó un poco a su tiempo. Pero también creo que en este año de feminismo feroz, para bien y para mal, en el que se han exacerbado algunos debates, debemos esperar a que se calmen las aguas, porque ¿quién no desea que el feminismo salga a flote y que la igualdad se instale por fin para siempre? Eso se da por sentado, desde el punto de vista del sentido común. Y por eso hoy cobra más sentido que nunca el texto de Lorca, porque La casa de Bernarda Alba muestra a mujeres encerradas, que no tienen una referencia externa porque no se lo permiten y que no pueden desarrollar sus deseos más orgánicos, no me refiero sólo a lo espiritual, sino a lo físico.

Para quien haya vivido cualquier tipo de opresión, ¿Esto no es La casa de Bernarda Alba es un ejercicio catártico?

Es que el teatro es catártico. Y este montaje, en concreto, es muy atrevido y lo desarrolla de manera que la catarsis, en realidad, termina produciéndose en el público. La gente sale liberada o queriendo liberarse gracias al texto y al montaje de Carlota Ferrer, a quien hay que reconocer que se afiló bastante las uñas en este terreno.

¿Y a usted le resulta catártico?

Sí, porque, además, hay gente con la que puedes comulgar mejor que con otra. La última vez que estuve en el teatro, antes de este montaje, fue hace cuatro años con Una luna para los desdichados, de Eugene O´Neill, y acabé un poco harto de tanto alcoholismo llorón. Que me perdone Strasberg, pero me harté y, por eso, tardé tanto en volver. Pero ahora he vuelto a reencontrarme con el gusto y el placer por las palabras, en un lenguaje propio, sin traducciones, sin versiones, o bueno, con versiones, pero en las palabras de alguien cercano.

A la hora de hacerse con sus papeles, desde José Sirgado en Arrebato (1967) a Dante en Martín Hache (1997), ¿ha prevalido su olfato, la intuición o ha sido cuestión de azar?

Yo nunca hago nada por conseguir nada y nunca he hecho nada por conseguir nada, ¿se lo puede creer? Nunca jamás. Cuando alguna vez he tenido la veleidad de querer o desear, la cosa se ha ido a tomar por el culo. Y como ya aprendí esa lección, ya nunca deseo nada ni quiero nada. Yo llevo muchos años en esta profesión y, cuando llevas muchos años, la gente te quiere, aun tratándose de un personaje tan poco convencional como soy yo (Risas). Las cosas me van llegando y unas, las acepto y, otras, no. Yo un día voy a escribir un libro sobre las cosas que no he aceptado y no he querido hacer, ¿eh? Pero ahora, por lo general, ya no me permito fallar en el juicio y, cuando acepto una cosa, incluso después de tres o cuatro años sin hacer teatro, ya sé seguro que voy a acertar de alguna manera, incluso aunque el montaje sea fallido, porque ese bagaje ya lo tengo y, por tanto, sabes cuándo puedes hacer una cosa en condiciones.

¿Y este era el caso?

Este era el caso. Y eso que cuando Carlota me propuso este montaje me pareció (¡incluso a mí!) una cosa un poco a contramano, no porque fuera poco convencional, porque eso a mí me encanta, sino porque lógicamente tenía un peligro. Y pensaba que yo ya no estaba para peligros de ese tipo: puedo arriesgarme, pero no hacer el gilipollas. Sin embargo, cuando leí otra vez el texto y reflexioné sobre esa cosa de que todo el reparto iba a ser de hombres, me dije: bueno, esto lo voy a hacer, sí o sí. Y además, lo voy a hacer mejor que Margarita Xirgu o Núria Espert (Risas).

A menudo compagina sus trabajos como actor con períodos largos de deserción. ¿Cómo le ha funcionado ese equilibrio?

No sé si me ha funcionado, pero sé que lo seguiré haciendo hasta el final. Yo tengo 72 años y, la verdad, los tengo con mucha fuerza, y sigo liderando un reparto. Pero es que hace 50 años que empecé a liderar repartos. Entonces, ¡algo he tenido que hacer bien! Y qué se yo, estoy rodeado de gente muy joven y muy valiosa, que es gente extraordinaria que, desafortunadamente, no se conoce, pero las generaciones vamos superándonos. Yo no sé hasta cuándo llegaré con esta lucidez y con esta fuerza casi adolescente, porque es un poco de susto ¿no?, porque a mí me queda cuerda para rato y, salvo que tenga un accidente de avión, o qué sé yo, me veo dándolo todo por mucho tiempo, porque tengo muchas cosas por hacer. Ahora estamos trabajando en una versión de El Rey Lear, sin ir más lejos. Pero antes me iré a la Patagonia, a sitios de profunda espiritualidad, para tener un eclipse de popularidad y, sin embargo, un resurgimiento de mí mismo.

¿Estos puntos de fuga le han servido para no perderse en la vorágine del oficio?

Es que este oficio es devastador. O más bien, devorador. Yo diría que es caníbal. Y después de todo, yo tengo una vida, no sólo un oficio. Mi oficio es importante y me ha salvado la vida en varias ocasiones, pero no lo es todo para mí. Lo importante para mí es mi vida y esa vida tiene otras áreas, como la pintura o la escritura, pero también la nada, vamos, el estar mirando al techo o contándote los pelos de los huevos, con perdón por la ordinariez, porque todos tenemos derecho a ello y a mí, querida, se me da de maravilla (sonríe). Por eso, ahora estoy metiendo goles: estoy de gira con Esto no es La casa de Bernarda Alba; acabo de terminar la serie El Accidente y, claro, me adoran por las calles, porque ya sabe cómo son los subidones estos de la televisión, así que pronto me tocará descansar un poco. Lo que hago es que me voy y desaparezco cinco o seis meses para que no me encasillen y para dejar un poco en paz al público. Nunca he sido de esos actores que están permanentemente en el candelero para que no les olviden. No sé bien por qué lo hacen, pero tampoco estoy muy interesado. Por eso trato de meter un par de goles y, luego, desaparecer y hacer mi vida, porque, ¿sabe qué? Mi vida me interesa mucho.

¿Y a qué se dedica hoy, si puede saberse, lejos de las cámaras?

Pues ahora estoy pintando, que es un área que no había tenido tiempo de desarrollar, aunque siempre he pintado muy bien, y es un área muy pasional. También estoy escribiendo y, luego, busco lugares para la espiritualidad. Mañana [hoy, para el lector] me iré al Roque Nublo, que siempre es una revelación para mí porque, cada vez que lo visito, se me quita la tontería como si me diera dos hostias. Esa es su grandeza, así que volveré a pedirle consejo a las estrellas

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