"No vamos a levantar la prohibición sobre el espectáculo", sentenció hoy el juez K.G. Balakrishnan, a la cabeza de un panel de jueces del Tribunal Supremo de la India.

Las "corridas" indias, llamadas "jallikattu", son en realidad una "caza" y dominación del toro que se celebra en el cuarto día de la fiesta sureña del Pongal, justo antes de la cosecha: los aficionados dejan suelto a un bravo astado y decenas de personas intentan atraparlo y amansarlo progresivamente.

Este año, los aficionados de Madurai y los alrededores, en la región de Tamil Nadu, esperaban con expectación la orden del Tribunal Supremo sobre la fiesta, que debía celebrarse el próximo 17 de enero.

Y el Supremo fue claro: para decepción de los aldeanos, no habrá "jallikattu" este año, porque es una práctica "bárbara" que atenta contra la Constitución india, donde los derechos de las vacas se cuentan entre sus principios directivos.

La "caza del toro", que se cobró en 2007 la vida de una persona y causó heridas a otras 65, cuenta además con la oposición de los grupos ecologistas y también del Comité de Bienestar Animal de la India (AWBI, siglas en inglés), un singular organismo gubernamental que llevó el caso a los tribunales.

"La noticia es una decisión gloriosa para todos los amantes de los animales de la India", dijo a Efe por teléfono el secretario de la organización, Rajesh Sekar.

En la zona de Madurai, sin embargo, muchos han recibido la prohibición con pesar, porque alegan que el "jallikattu" es más antiguo que las hispanas corridas de toros -dicen que la caza data del siglo III- y, sobre todo, que celebrarlo es fundamental para tener buenas cosechas, según sus creencias.

"Si no festejamos el 'jallikattu', este pueblo pasará tiempos difíciles: enfermedades y cosas así", relató un enfadado y bigotudo aldeano a la cadena de televisión india NDTV.

"Nuestro propósito no es ir contra las tradiciones, sino contra la crueldad -contraatacó Sekar-. Diez tipos saltando sobre el toro... Eso no es un deporte".

Aunque los toros indios no mueren durante la "fiesta", Sekar asegura que los asistentes les echan pimienta en los ojos, los emborrachan con licor y les cortan los cuernos para, a la vez, inyectar bravura a la res y aminorar el peligro que conlleva haberlo "enfadado".

Tras soltar al toro, decenas de "valientes" se lanzan sin armas a capturarlo, a la busca de un premio atado entre las astas, mientras el público apuesta por uno u otro competidor y festeja el Pongal sin hacer mucho caso al estatus sagrado que para los hindúes tiene el ganado vacuno.

"Como solía haber heridos, declaramos ganador a la persona capaz de coger al toro por los cuernos durante 100 metros", relató P.

Raghupathy, el apesadumbrado alcalde del pueblo de Alanganallarur, uno de los centros de la fiesta.

Aunque con el tiempo el "jallikattu" se ha convertido en una fiesta de hermandad rural, en realidad comenzó siendo una ceremonia amorosa en la que los pretendientes de una joven casadera debían hacerse con los cuernos del toro para obtener su mano.

Poco sensible al "amor", el Comité de Bienestar Animal había denunciado en 2004 el sufrimiento del toro al Tribunal Superior de Chennai, en Tamil Nadu, con lo que comenzó un largo tira y afloja entre los seguidores de la fiesta y los defensores de los animales que ha acabado en el Supremo.

Al final, los habitantes de Madurai no podrán ver las hazañas de sus cazadores, aunque los taurófilos indios todavía podrán consolarse con las "reklas", unas populares carreras de carros tirados por bueyes que sí han pasado el examen del Supremo.

O eso, o ir preparando una visita a las fiestas de verano de algún pueblo español.

"No puedo hablar de las corridas españolas, porque nunca he visto una", se inhibió echando un capote el ecologista Sekar.