- Usted abandonó Canarias siendo muy joven para iniciar su noviciado en los jesuitas, y el destino le llevó a convertirse con el paso de los años en provincial de la provincia Bética y, ahora, máximo responsable de la misma orden en España. ¿Cómo ha sido desde aquella juventud su relación con las Islas?

- A los diecinueve años es cierto que entré en la Compañía y dejé atrás Santa Cruz de La Palma, pero ingresé en la provincia Bética, que comprende Andalucía y Canarias, por lo que he mantenido siempre mi contacto con las Islas, sobre todo en los últimos años, aunque no trabajé nunca aquí como jesuita, salvo los meses en que hice la mili en Tenerife y concilié el servicio militar con la labor pastoral en la parroquia de la Concepción.

- Usted reconocía hace unos años que el número de jesuitas había caído drásticamente: estimaba en un 40 % el desplome y lo calificó de "gravísimo". ¿Continúa el descenso o, como dicen algunos, en situaciones de crisis y desesperanza la gente se acerca de nuevo a la religión?

- La verdad es que la reducción, efectivamente, ha sido general en toda la Compañía, y aquella declaración que realicé era sobre datos que abarcaban desde los años sesenta hasta casi la actualidad. La disminución es muy notable aún hoy: de unos 35.000 ó 36.000 jesuitas hemos pasado a unos 18.000. Hemos alcanzado un descenso del 50 %. Lo que sucede es que la reducción es diferente en función del sitio que se mire; no es igual en Europa que en América del Sur, Estados Unidos o África. La reducción es muy alta y alarmante en Occidente, cierto, pero en otras compañías, como las de África o Asia, nuestros noviciados pueden estar en 900 ó 800 novicios, que es un éxito. También es verdad que en Europa, con esta situación de crisis actual, que no es sólo económica, sino valórica, habrá que ver cuál es la respuesta que ofrecemos, porque puede haber un repunte en los fieles en cuestiones existenciales o puede aparecer una generosidad que no existía en los años de bonanza económica y despreocupación.

- ¿La Iglesia detecta el mismo tipo de demandas en sus fieles cuando surgen estas cuestiones tan mundanas como el paro o la falta de dinero?

- La sensación de que estamos ante un frente muy grande de dificultad lleva a la gente a querer verdad. Queremos sobriedad, queremos responsabilidad por lo que ocurre. Estamos defraudados. Somos más conscientes de las desigualdades, muchísimo más que antes, y hay una mayor sensibilidad hacia las injusticias, porque están a la vuelta de la esquina. Es cierto que se está produciendo una búsqueda en la sociedad que es muy importante en estos momentos.

- ¿No cree que ante una situación como la actual, por responsabilidad tanto de los dirigentes políticos como los religiosos, deberían abandonar los enfrentamientos a los que entran de manera desbocada unos y otros, utilizándolo todo como munición?

- Qué puede aportar una persona con fe a esta situación económica es un debate muy abierto en la actualidad. Creo que se puede aportar a lo común muchas cosas positivas. La fe lleva un dinamismo interno que nos anima a decir determinadas cosas sobre cómo debe ser la realidad, aunque lleve a soportar las críticas de la oposición. Así que la Iglesia está intentado hacer lo que puede para ayudar a buscar una solución que nadie demuestra tener en la mano.

- No puedo dejar de preguntarle por los símbolos religiosos o el debate planteado por el uso del pañuelo entre musulmanas. ¿Es necesario ese debate con la situación que sufre el país?

- Puede que cada parte tenga su opinión, y sí, creo que a veces habría que evitar desencuentros en beneficio de todos. Lo que también creo importante es que en España, si nos atenemos a la realidad, está siendo necesario plantear ya un debate urgente sobre la coexistencia religiosa.