- ¿Existe un patrón o unas características comunes que pudieran caracterizar a las independencias latinoamericanas, de las que en estos años se celebra el doscientos aniversario?

- En primer lugar lo común es que la emancipación colonial tuvo lugar en un momento en el que España había desaparecido como metrópoli [como potencia colonial]. Había sido invadida por las tropas napoleónicas en 1808 y los reyes españoles habían depositado la soberanía en José Bonaparte [hermano mayor de Napoleón], generando de inmediato desórdenes de la población, que era contraria a la invasión, y luego la guerra de independencia española. Ante el vacío de poder que este desmoronamiento del poder colonial español trajo consigo, en las colonias españolas en América, como pasó en Canarias, las élites locales, cuyo objetivo era mantener la hegemonía para seguir siéndolo, tomaron el poder -a través de las juntas supremas- para evitar que se desatase una anarquía temible para ellos, un caos, pues las tensiones sociales eran habituales.

- ¿Quiénes eran esas élites?

- Son el producto de una sociedad de aluvión originariamente con un importante componente español que va luego disminuyendo por una inmigración variada. Y ya en el XVII detentan el poder económico. Había, además, una gran movilidad social: gente que llegó con lo puesto, como Bernardo Rodríguez del Toro, de Teror, que acabó siendo el mayor hacendado venezolano. Y, bueno, cuando las independencias casi nadie de las élites criollas descendía de los conquistadores españoles.

- ¿Dónde se dio la anarquía?

- Esa anarquía en el mundo del Caribe, por ejemplo, se llamó Haití, con la famosa revuelta antiesclavista liderada por Toussaint L'Ouverture, un ex esclavo convertido al catolicismo, que abolió la esclavitud, pero que era ya una pequeño propietario agrícola. Él no declaró la independencia de Francia porque compartía los ideales ilustrados con la metrópoli en tiempos de Robespierre, hasta que Napoleón quiso volver al Antiguo Régimen, lo apresó y él murió en Francia. Luego los haitianos se independizaron: Jean-Jacques Dessalines y Henri Christophe, ambos esclavo libertos, se proclamaron emperadores sucesivamente dentro de guerras de poder violentísimas entre mulatos libres y ex esclavos liberados, en medio de las cuales la vieja élite blanca huyó...

- Eso lo cuenta Alejo Carpentier en El reino de este mundo...

- Sí, sí, fue brutal. Pero, en el caso de las colonias españolas, aunque José Napoleón quiso revalidar el poder de unas autoridades coloniales que ya no valían nada, el problema es que Francia [que lo había impuesto como rey en España] estaba obsesionada con bloquear y ahogar a Inglaterra, a la que tenía sometida a un gran bloque naval. Y ahí chocó con las élites criollas de la América hispana, que ya habían entrevisto el libre comercio como la panacea, e Inglaterra era clave para ese comercio.

- Es curioso el paralelismo con Canarias, a la que España concede la libertad comercial con el decreto de Bravo Murillo.

- Sí, es posterior, pero es la misma lógica, aunque con la diferencia de que en América Latina la libertad comercial exige de la independencia y, de hecho, lo primero que hacen las juntas supremas y los primeros gobiernos es decretarla. ¿Por qué era para el nuevo poder criollo la panacea? Porque habían tenido una experiencia muy positiva que se los había revelado: como se sabe, España estableció el monopolio de Indias [prohibición de comerciar con países extranjeros] tras la Conquista. El monopolio no funcionaba y de inmediato dio pie al contrabando y al desarrollo de economías internas ilegales, que protagonizaron esas élites en formación y que, de hecho, fue como se desarrollaron Cuba y Venezuela. Y ya en los siglos XVIII y XIX, atrapada en medio de las pugnas entre Francia e Inglaterra, permitió el llamado comercio neutral, de manera que con buques extranjeros -nunca ingleses- la América española podía comerciar con Europa, con Inglaterra como puerta de acceso. Y ahí se desarrollaron grandes negocios. En el caso de Cuba, por ejemplo, eso pasó, sin embargo, al abrirse al comercio con Estados Unidos.

- ¿Y ese miedo de las élites criollas a la anarquía social, que es lo que los llevaría a liderar los procesos independentistas, era el mismo en todas colonias?

- No, en absoluto. En Cuba, por ejemplo, su economía de plantación azucarera hizo que entraran millones de esclavos a finales del XVII y principios del XIX y el miedo de las élites cubanas a una rebelión al estilo de la de Haití las hizo, por el contrario, alinearse con la metrópoli española, como luego buscar la protección de los recién creados Estados Unidos, en busca de seguridad. En Venezuela, sin embargo, el cultivo al alza era el café, que no exigía mano de obra intensiva [esclava], y había pasado, además, a ser el consumo de moda en toda Europa. Entonces en Venezuela, el miedo de las élites criollas era a los pardos (un 45 por ciento de la población, mestiza y libre, mezcla de blancos, mulatos e indios, con la que había tensiones sociales en el interior del país porque le disputaban la propiedad de muchas tierras a las élites terratenientes caraqueñas) y los llamados blancos de orilla (un 25% de la población de pequeños cultivadores, muchos de origen canario, que sentían un odio de clase a los hacendados, siendo, como eran, los blancos de peor posición social). De hecho, estos blancos de orilla se convirtieron en la principal fuerza de la contrarrevolución [contra la independencia venezolana] cuando la élite mantuana (caraqueña) apostó ya en 1910 por la emancipación de España.

- ¿Y en las zonas indígenas?

- Sí, en Méjico, Perú y Bolivia el miedo de las élites era obviamente al indio; y, de hecho, las élites no van a apoyar nunca la independencia. De hecho en Méjico las primeras son propuestas indigenistas (como las del cura Hidalgo o José María Moreles) que van a proclamar una revolución democrática y popular, y acaban con el tributo indígena, un impuesto que debía pagar todo el que lo fuera. A todo esto se opone con todas sus fuerzas el poder criollo mejicano, que hasta 1920 fue profundamente españolista. De hecho, cuando lidera y proclama en esa fecha la independencia lo hace con un programa profundamente antiliberal. Agustín de Itúrbide, un hacendado que llevó al cadalso al cura Morelos en Michoacán, se proclamó emperador y rompió con España.

- ¿Y en Argentina y Brasil?

- Son dos casos muy opuestos. Estaba el virreinato [español] de Río de la Plata, que, con Buenos Aires como capital, agrupó a la actual Argentina, Colombia, Uruguay y Paraguay. Y en 1910 se desata una guerra entre las élites de estas respectivas zonas, luego países, por el control del Río de la Plata, que era -hasta el descubrimiento de las brasileñas Minas Gerais en 1699- el principal exportador de plata del mundo con Perú, Bolivia y Méjico. El resultado fue que el virreinato se fraccionó dando lugar a lo que hoy son esos países. Si no habría sido hoy como Brasil, que mantuvo la unidad. La plata era entonces el patrón básico del comercio, y se exportaba mucho a Asia. Llegó a hacerse en tales cantidades que provocó una gran deflación [pérdida en su valor de cambio] en el siglo XVII. Y, de hecho, ése fue uno de los grandes motivos de la decadencia económica española en el mundo.

- ¿Porqué no se parte Brasil?

- Lo de Brasil es realmente alucinante. Siendo Portugal un aliado histórico de Inglaterra, cuando Napoleón lo invade, y de paso a España, la armada inglesa traslada a todo el funcionariado portugués a Río de Janeiro con el monarca, Pedro IV, a la cabeza. Entonces en Brasil no hay vacío de poder y se mantiene unido. El rey decreta el libre comercio, que era lo que querían los ingleses y las élites brasileñas, mucho más potentes ya que las portuguesas. Y cuando en 1814 los franceses se retiran de Portugal, Pedro IV, en vez de regresar, se queda y proclama el Imperio brasileño, erigiéndose él en emperador. Se invierten los papeles, pues Portugal pasa a ser algo así como un protectorado de Brasil y el ya emperador manda a su hijo a ejercer de rey de Portugal, lo cual es rechazado y origina el secesionismo portugués de Brasil. Ya posteriormente Brasil se convertiría en una república, puesto que la burguesía mercantil y los hacendados optaron por un régimen más liberal.

- En síntesis, ¿cómo valora el curso de los países latinoamericanos en estos dos siglos?

- Ha habido enormes diferencias, salta a la vista; en todos los casos lo evidente es que, tras la independencia, las élites van a controlar el poder político, pero habrá tensiones enormes y estallidos sociales sobre todo por el inmovilismo en la estructura de propiedad de la tierra. El caso clásico fue la revolución mejicana de 1910, que con el PRI dura hasta hoy y que con Lázaro Cárdenas llegó a nacionalizar el petróleo durante la II Guerra Mundial. Las economías que más se desarrollaron en el periodo contemporáneo fueron las que exportaron materias primeras: Brasil y Argentina, también Cuba, y en menor medida Chile y Uruguay. El problema, insisto, es que no dio lugar a un reparto de la tierra, quedando una pequeñísima propiedad sólo para la economía local de consumo, y el latifundio de modelo hegemónico hasta la actualidad. Los norteamericanos, en cambio, a finales del XIX ocuparon República Dominicana, transformaron ese modelo de propiedad, acabaron con el sistema de explotación jornalera, importaron mano de obra y la desarrollaron. En casi todos los países, la inexistencia de una pequeña propiedad agrícola de cierta dimensión ha sido una tragedia.

- ¿Por eso el acelerón urbanizador, el éxodo a la ciudad?

- Sin duda, en el XIX emigraron miles de europeos que no obtuvieron nunca tierras, tuvieron que seguir como arrendatarios y medianeros, y las siguientes generaciones se marcharon al mundo urbano. Fue una terciarización fallida, que es la tragedia de las megalópolis latinoamericanas, míseras, que no se sabe para qué sirven, no hay sectores para dar trabajo a esos millones de personas. Hubo intentos en el siglo XX: Perón creó una industria exportadora estatal, de transformación agroalimentaria y reconoció los derechos de los trabajadores; los populismos de Uruguay crearon el frigorífico nacional también como eje industrial. Méjico y Venezuela, con el poder del petróleo, ésta última en la época de Rómulo Betancourt, que gobernó tras la dictaduras de Pérez Jiménez, igual. Hasta las dictaduras argentina y brasileña [de los años setenta del siglo XX] crearon una industria estatal. En Brasil fue la siderurgia, el automóvil... Todo lo contrario de Pinochet que desmontó el Estado, lo privatizó todo, frente a Salvador Allende que había nacionalizado el cobre.

- Industrialización precaria.

- Claro, se mantuvo mientras los precios de los productos agrícolas o el petróleo -la exportación- fue en alza. Cuando éstos cayeron tras la crisis del petróleo de 1983 (pues la deflación del petróleo llegó casi hasta la guerra de Irak) esos países se vinieron abajo. Esto, salvo quizás Brasil, porque su enorme dimensión nacional había permitido desarrollar un mercado interno diversificado y potente aún cuando la siderurgia se hundiera en el mundo después de 1973, también en EEUU -en Buffalo, Cleveland, Detroit...- y más tras la fibra óptica. De hecho es hoy una potencia en parte porque no se partió en trozos, como Río de la Plata, con la independencia. A muchos países, que tomaron grandes créditos internacionales, se les disparó la deuda, llevó al hundimiento financiero de Argentina, por ejemplo... Y ya las políticas duras de ajuste aplicadas como receta en los noventa, el Consenso de Washington, destrozaron a muchos países, se dispararon las desigualdades sociales hasta los extremos. Por ello básicamente a partir de 2000 han regresado tantos gobiernos de izquierdas.