No soy el mítico Funes el memorioso, capaz de recordar minuciosamente todos y cada uno de los instantes de su vida, pero todavía permanece nítida en mi memoria una tarde del verano de 2008 en la que recibí una extraña llamada en nuestro laboratorio de la Universidad de Oviedo. La voz era muy peculiar, su tono agudo y nasal no era nada habitual, pero a la vez sonaba familiar pues era casi idéntica a las que en los últimos años había oído repetidamente en varias reuniones científicas celebradas en Boston, adonde también acudían pacientes de todo el mundo con una enfermedad devastadora: la progeria.

Esta patología, rara entre las raras, conlleva una aceleración desbocada del reloj de la vida; es como si las horas transcurrieran en minutos y éstos en segundos, de forma que en unos pocos años el organismo experimenta todas las transformaciones que habitualmente acontecen en varias décadas. Así, el aliento vital se extingue vertiginosamente hasta que el cuerpo de los jóvenes pacientes, apenas unos niños, se rinde cuando todavía están cronológicamente en el amanecer de sus vidas. No hizo falta hablar mucho más, mi pregunta obvia encontró una respuesta también obvia, y aquel chico con voz de progeria acabó acudiendo desde su isla natal a nuestro laboratorio asturiano en busca de información y ayuda.

Así fue como conocimos a Néstor, aprendimos a disfrutar de su conversación y de su simpatía, y entendimos que ambas emanaban de una mente generosa y brillante que misteriosamente escapaba de la rápida y persistente demolición a la que la enfermedad sometía al resto de su organismo. Supimos también entonces que Néstor vino a Asturias atraído por la noticia de un periódico que informaba sobre un artículo de nuestro grupo publicado en la revista Nature Medicine y en el que describíamos una estrategia para tratar la forma más dramática de progeria, el síndrome de Hutchinson-Gilford.

Este trabajo fue el fruto final de una aparente casualidad iniciada hace ya más de 10 años, cuando una serie de investigaciones sobre los genes del cáncer comenzaron a transportarnos lentamente hacia el estudio de los mecanismos del envejecimiento humano. Así, la creación de ciertos ratones modificados genéticamente para analizar la progresión tumoral nos había llevado a observar que estos animales envejecían de manera acelerada debido a la acumulación de una proteína tóxica en la membrana que protege al núcleo celular, el almacén que guarda el ADN, nuestro material biológico más valioso. Apoyados en este primer estudio, publicado por nuestro laboratorio en 2002 en Nature Genetics, trabajos posteriores de otros grupos llevaron a demostrar que mutaciones en dos genes con nombres tan crípticos como LMNA y ZMPSTE24 causaban el síndrome de Hutchinson-Gilford y otras formas de progeria.

Tras explicar todos estos detalles a Néstor, nos dispusimos sin demora a confirmar mediante un análisis de sangre que su genoma portaba alguna de las mutaciones descritas en estos dos genes causantes de progeria. Ello no era una mera curiosidad científica, sino un requisito para formar parte del ensayo clínico internacional creado para tratar a los niños con progeria siguiendo el procedimiento diseñado en nuestro laboratorio. Sorprendentemente, Néstor no tenía ninguna mutación en los genes LMNA y ZMPSTE24, su cuerpo mostraba una enfermedad que su genoma desmentía, por lo que no podría beneficiarse de ese primer tratamiento útil para otros que parecen ser como él pero que en realidad no lo son. ¿Cómo encontrar la causa de su enfermedad?

En medio de la decepción, Néstor volvió a su isla con una promesa atemporal: "Cuando se desarrolle la tecnología precisa para estudiar genomas individuales a un precio y en un tiempo razonables, tus genes serán los primeros de nuestra lista".

El asombroso avance de algunas ramas de la Biología Molecular en los últimos tres años abrió una inesperada ventana de esperanza para Néstor. Así, en este tiempo y como parte de nuestra contribución al proyecto internacional de los Genomas del Cáncer, aprendimos los secretos técnicos fundamentales y desarrollamos los métodos precisos para ensamblar, alinear, analizar e interpretar la abrumadora cantidad de datos que se generan durante la secuenciación de los más de 3.000 millones de componentes químicos llamados nucleótidos que conforman el genoma de cada uno de nosotros.

Todo lo demás fue ya solo cuestión de tiempo. La comparación del genoma de Néstor con el de sus padres desveló que un cambio de Guanina a Adenina en la posición 65.770.755 de una de sus parejas de cromosomas que contiene el gen BANF1 es suficiente para que Néstor desarrolle su enfermedad. Una vez más la fragilidad humana quedó al descubierto: un solo cambio entre más de tres mil millones de posibilidades transforma el plan de toda una vida. Este hallazgo es solo un primer paso, que no curará la avanzada enfermedad de Néstor, pero que ya ha tenido sus primeras consecuencias positivas para él, para su familia y hasta para Guillermo, otro joven español diagnosticado de progeria y que porta en su genoma exactamente la misma mutación que Néstor. Desde hoy, sus familias ya saben quiénes en la lotería genética han heredado de sus progenitores las dos copias correctas del gen BANF1, y quiénes son sanos pero portan una copia defectuosa de este gen. Estos últimos, si lo desean y gracias al ejemplar y conmovedor afán de Néstor y Guillermo por conocer las causas de su enfermedad, podrán beneficiarse del consejo genético para evitar transmitir a su descendencia esta nueva forma de progeria, que ahora espera un nombre propio que la defina y cuyo estudio ofrecerá claves para comprender mejor el proceso universal del envejecimiento normal, ése que a todos nos iguala.

Néstor y Guillermo se han convertido así en los primeros pacientes españoles y entre los primeros del mundo cuya enfermedad ha podido ser identificada y caracterizada exclusivamente a través de la secuenciación de su genoma, sin precisar de ninguna otra información adicional. Comienza así un nuevo tiempo que sin duda traerá cambios notables en la forma de enfrentarnos a ciertas enfermedades, incluyendo algunas de las que hasta ahora han pasado desapercibidas para la ciencia, pero no para los pacientes o sus familias. Por eso, hoy no es tiempo de silencio ni de ignorancia, es tiempo de genomas.