Podrá parecer un tema menor, propio de la chismografía del corazón renacentista, pero los posibles amores de Cristóbal Colón con Beatriz de Bobadilla y Ossorio, señora de La Gomera, han traído de cabeza a historiadores y otros estudiosos de estas cuestiones. La correspondencia que mantuvieron durante casi cinco décadas (1950-1998) Antonio Rumeu de Armas y María Rosa Alonso, desvelada en el último número del Anuario de Estudios Atlánticos por Antonio de Béthencourt Masssieu, nos devuelve la enconada polémica que la escritora sostuvo a mediados del siglo pasado con Alejandro Cioranescu a cuenta de, entre otras cuestiones, el presunto affaire del almirante con la viuda de Hernán Peraza.

La Bobadilla, sobrina de su homónima marquesa de Moya, era lo que hoy denominamos una mujer de carácter. O algo más. En descripción que hizo Rumeu en un trabajo monográfico de 1985, "apasionada y dura, de reacciones impremeditadas bajo el impulso de la violencia. En la vida familiar se enemistó con todos sus parientes. En el gobierno de los estados la mano de hierro de la señora se dejó sentir sobre altos y bajos, poderosos y humildes, revelando particular saña contra los indígenas". Viera y Clavijo habla de una "mujer rara, que, teniendo todas las gracias y flaquezas de su sexo, tuvo la crueldad y constancia de un hombre sañudo".

Viuda del señor feudal de La Gomera desde 1488, Beatriz era también fogosa y bella. "Como contrapartida, fue una mujer tierna, sensible, enamoradiza, capaz de pasiones volcánicas en las lides del amor. Y de una hermosura deslumbrante, de que se hacen lenguas los contemporáneos", añade Rumeu. Así, la Bobadilla los traía de cabeza y se le atribuyen romances legendarios. Uno de ellos, con Rodrigo Téllez Girón, maestre de la Orden de Calatrava, tiene más crédito entre la comunidad de historiadores. Otro, nada menos que con Fernando el Católico, es mucho más discutido. Rumeu prefiere hablar de que "la amistad con el galante soberano no pasó el límite de la inclinación amorosa por la dama", y advierte de que "la maledicencia cortesana dejó volar la fantasía, urdiendo contra la fama de la protagonista una tupida red de aventuras galantes".

¿Y Colón? El almirante visitó La Gomera en 1492, 1493 y 1498 con ocasión de sus viajes a América. Allí contó con la importante ayuda logística de Beatriz, a la sazón gobernadora de la isla en nombre de su hijo menor, Guillén. La Bobadilla se implicó, y mucho, en el apoyo a la escuadra colombino. La magnífica acogida que les propició la señora en el segundo de estos trayectos es recogida en una carta-relación de Michele de Cuneo, que ha desatado todas las especulaciones. "Sería demasiado largo, si le dijera todos los triunfos, los tiros de bombarda y los fuegos artificiales que hemos hecho en aquel lugar. Todo ello se hizo por causa de la señora del dicho lugar, de la cual nuestro señor almirante estuvo encendido de amor en otros tiempos".

Cioranescu se mostró favorable a afirmar estos amoríos en su Colón y Canarias (1957). Por el contrario, Alonso los negó en una crítica a ese libro, ya que, a su juicio, el autor trastoca las fuentes utilizadas, si bien admite que Colón admiró la belleza de Bobadilla. Cioranescu luego contestaría a su vez esas críticas.

Fue una polémica agria, que llevó a Alonso a escribirle a Rumeu en marzo de 1963 que su contendiente "se sale por los cerros de Úbeda", para fina-lizar la misiva con un "dejemos a ciertas gentes con sus melindres de campanario y a otra cosa". Rumeu, en distintos trabajos, se mostró cercano a las tesis de María Rosa Alonso sobre estos presuntos amoríos.