El coro "grande" de la Orquesta Filarmónica lució un esplendoroso momento hace pocas semanas en el Auditorio. Su selectiva formación de cámara, el "Mateo Guerra", se llevó de calle al público que abarrotó como nunca la iglesia de Santo Domingo en el 15º Festival de verano. La cultura y profesionalidad de ambos, dirigidos por Luis García Santana, son las constantes de un trabajo tesonero que accede al nivel artístico por la puerta del perfeccionismo. Sin solvencia técnica no se sostiene el nivel de emoción y belleza por ellos conseguido con dos misas de requiem iluminadas por la esperanza en la vida eterna, pero muy diferentes.

La Op.48 de Gabriel Fauré es una obra maestra cuya presencia innumerable en las salas de conciertos no ha cesado desde su estreno en 1892 hasta hoy. Esta frecuentación la hace peligrosa porque siempre se espera de cada versión el sosiego conmovedor y el aliento metafísico de una contemplación de la muerte como tránsito a la definitiva felicidad. García Santana y sus coralistas le dieron estatus de plenitud en la austera armonía, las intensidades medias, la cohesión de las cuerdas, la entonación intachable y el empaste de una vocalidad distanciada de cualquier tremendismo. Extraordinario Nauzet Mederos en el órgano que compendia la orquesta, admirable la soprano Maite Robaina por la inteligencia del estilo en el bellísimo "Pie Jesu" y encantador el Coro infantil de la OFGC que dirige Marcela Garrón en el inefable "In Paradisum". Por contra, escuchamos un barítono de impostación inadecuada y un violinista portante, de afinación mejorable.

El "Requiem" Op.9 de Maurice Duruflé, escrito 50 años después, poco tiene que ver con las estéticas del siglo XX y es bastante difuso en los motivos de polifonía. Pero es más excitado y entraña dificultades mayores, impecablemente resueltas por los dos coros, el "Mateo Guerra" y el infantil. Muy arraigado en unísonos gregorianos, el despliegue armónico, la diversificación de las intensidades y los ritmos, las suaves fricciones interválicas y las disonancias exigen oído seguro y entonación versátil, entre el susurro y la brillante invocación del "Dies irae" y los "Hosannas" (también expansivos en la obra de Fauré). Otro logro de los intérpretes, con el violonchelo de Piroska Doughty muy bien empastado con el órgano de Mederos y un solo formidable de la mezzo Raia Lubomirova, idónea de estilo en la emisión plana y los largos "fiati" del fraseo.

El templo se venía abajo con las ovaciones finales.