- Desolación e indignación son conceptos incomprensibles para un refugiado africano. Eso es lo que sentiría o diría un occidental, acostumbrado a enormes privilegios por haber nacido blanco, y que ya da por amortizados sin darse cuenta de lo milagroso que es abrir un grifo y que salga agua. La paciencia africana está curtida en siglos de intemperie. Un africano no se ve a sí mismo con tanta importancia, no se dice "¿Cómo me puede estar pasando esto a mí?" Eso lo siente un occidental, quejoso por todo, que nunca quiere aceptar responsabilidades ni incomodidades. El africano, en cambio, acepta su destino, sea el que sea. Lo hace con estoicismo, como algo inevitable, algo que le ha tocado en el sorteo sin pensar siquiera si había otros números posibles. Son víctimas, pero no lo saben.

- ¿Qué le parece que haya millones para salvar a los bancos y sólo cientos para mandar a África?

- Plantear el salvamento de los bancos y la solución de la pobreza como alternativas morales que se contraponen me causa hilaridad cuando no irritación. Me gustaría ver cómo reaccionarían los que tanto critican la inmoralidad de los bancos si un día fueran al cajero automático y éste no soltara billetes porque el diabólico sistema financiero se ha hundido de verdad. Es fácil ser dogmático con la barriga llena. Claro que decir esto supone un incorrección, así pues, sigamos la fiesta de los reproches al sistema capitalista mientras funcionen los cajeros.

- ¿Hay alguna historia especial que viviera allí?

- El tremendo esfuerzo que desarrolla la Diócesis católica de Lodwar. Con muy pocos medios mantiene un hospital en Kakuma donde acuden no solo los refugiados, sino los verdaderos habitantes de la zona, los turkana, que han visto cómo de la noche a la mañana les han llenado su territorio con 50.000 extranjeros, con los que no pocas veces han tenido enfrentamientos armados por robos. Los refugiados tienen más suerte que ellos porque la ONU les hace caso y les envía comida. Pero a los turkana solo les hacen caso las monjas. Estuve un tiempo con ellas y les sorprendía que en mi país las jóvenes no quisieran ser religiosas. Para ellas ser monja era un privilegio. En Kenia hay muchas más vocaciones que plazas. Siendo monjas pueden estudiar, trabajar y librarse de un marido que habitualmente la va a considerar propiedad privada. Para ellas es una liberación aunque tengan que trabajar muy duramente, pero es que de todas formas tendrían que hacerlo porque la mujer africana es la que con su esfuerzo hace que funcione el continente.

- ¿Cómo continúa el camino dejando atrás ese drama?

- El drama africano se olvida a los quince días. Para los africanos no existe tal drama porque viven con él desde que nacen. Así es su realidad. No conocen otra. Un africano come su plato mientras enfrente mueren los niños de hambre. Así es la vida. No hay más que hablar. Entre los pastores turkana primero beben de los pozos las cabras, luego los hombres, luego las mujeres y al final los niños, los últimos en la escala social. Sin cabras la comunidad no sobrevivirá, pero lo hará sin niños. Es fácil fabricar más. Solo nosotros nos sentimos atrozmente traumatizados por la miseria... hasta que la ves todos los días, a todas horas, en todos los lugares. Entonces lo asumes. Punto. No hay más que hablar. Les pasa a los cooperantes, a los viajeros de larga estancia, a los que van a trabajar a África. A quienes no les pasa es a los muchos turistas que van poco tiempo. Entonces sucede la catástrofe, pretenden salvar su conciencia con limosnas y le dan unos dólares a un niño. Y el niño ve que pidiendo gana más que su padre en toda la semana trabajando. Los occidentales de estómago blando han creado una generación de mendigos.

- Habla de Lucy, ¿cree que en África nos sentimos todos un poco como en casa?

- África es el solar natal de la Humanidad, pero hace mucho que nosotros salimos de ella. No es nuestra casa en absoluto aunque nos parezca muy romántico un amanecer en la sabana. Si nos dejaran a nuestra suerte en esa presunta casa original sin vacunas contra la fiebre amarilla, el tétanos, la rabia y los antipalúdicos, no duraríamos vivos dos semanas.

- ¿Es cierto eso de que, en el fondo, todos los pueblos son iguales en esencia?

- He aprendido que la televisión nos miente. Nos meten miedos estúpidos y fijan la lupa sobre las excepcionales patologías de un planeta que es bastante más sano de lo que nos cuentan. La gente en su gran mayoría es decente en todos sitios, queremos las mismas cosas en cualquier latitud y cualquier idioma: un trabajo honrado, alimentar a nuestra familia, un techo y amigos con los que compartir penas y alegrías. Lo demás son monsergas. Yo he cruzado África, Mesopotamia u Oriente Medio no porque sea un Sandokán sino porque me han ayudado cientos de desconocidos, de ángeles, de buena gente. El mundo visto desde el telediario parece un lugar terrible, pero visto de cerca es mucho más habitable de lo que pensamos. Solo hay que salir fuera de la burbuja y comprobarlo.