En La Restinga, paraíso del buceo, las conversaciones de café giran en torno a una frase: "¿Sentiste el último, Longino?" Quien habla es Antonio Mora, nacido en La Gomera "pero criado en El Pinar desde que tenía seis años". "El último sí lo sentí, a las tres menos cuarto", comenta Longino Hernández, pescador de toda la vida en la zona, "fue uno de los más largos". No se equivocan los habitantes de La Restinga, convertida por un día en centro neurálgico de los seísmos herreños, después de que ayer los científicos detectaran que el epicentro de la crisis volcánica se desplazaba desde Frontera a El Julan, al otro lado de la isla de El Hierro. Efectivamente, los sismógrafos del Instituto Geográfico Nacional detectaron un movimiento sísmico en la zona a las 14.42, de 3,7 grados en la escala Richter y a 14 kilómetros de profundidad. En La Restinga, el mejor sismógrafo son las patas de la cama.

"Es el que más he sentido en todos estos días, y también el más largo", aclara Longino. "Duró unos seis segundos, estaba tumbado en la cama y se sintió clarito. Y mi mujer, que estaba en la cocina, se puso muy nerviosa". Los habitantes de este núcleo de población que pertenece a El Pinar, que viven gracias al maridaje de la pesca y el buceo, estaban ayer sobresaltados. Tanto, que algunos se mostraban temerosos de pasar la noche en el interior de sus casas.

Antes del temblor de las 14.42, por la mañana, otro movimiento en el subsuelo herreño sobresaltó a sus habitantes: "El de por la mañana fue algo más fuerte. Cuando estás en casa se nota más que cuando estás en la calle o en el trabajo", explica Ignacio Padrón, camarero del bar La Vieja Pandorga, que tampoco se equivoca en sus afirmaciones. Efectivamente, el IGN registró un seísmo a las 09.12 de la mañana, con 3,8 grados de magnitud Richter y a 17 kilómetros de profundidad. Hasta el momento, el más intenso de los miles que se han producido en la zona en los últimos tres meses.

"En el agua también se sienten. Es como si por encima de tu cabeza pasara un barco grande", afirma Andrés Hernández, buceador murciano al que la crisis volcánica lo ha cogido en plena semana submarina.

Si en La Restinga ayer había sobresalto, en Frontera aumentaba un grado la tranquilidad, tras 48 horas con el temblor bajo los pies. Muchos vecinos que fueron desalojados el martes pudieron volver a sus casas salvo los que viven a orilla mismo de la montaña, en Las Puntas, donde un hotel de cuatro habitaciones hace bien poco ostentaba el título de más pequeño del mundo.

Las Puntas es, posiblemente, uno de los lugares más tranquilos del Archipiélago. Allí Serguey Chaus, ucraniano de 48 años que hace seis trasladó su residencia al paraíso de la tranquilidad, asegura que "el volcán no me va a hacer marchar de aquí". Justo enfrente, su mujer regenta un bar; y al lado del bar un letrero inoportuno en una vivienda anuncia algo: "Se vende". La crisis del ladrillo, unida a la crisis sísmica, hace que "esa casa lleve sin venderse casi un año". Las viviendas de al lado fueron desalojadas el martes por temor a desprendimientos.

Alexander Geistlinger también es un herreño de acento raro. "Llevo 18 años viviendo en Frontera", asegura este diseñador gráfico, nacido en Alemania y cuya esposa es enfermera del centro de salud de la localidad: "Lo que más se dispensa, por la noche, son tranquilizantes", afirma. Justo a la salida de Las Puntas, el túnel de 2,4 kilómetros que conecta Valverde con Frontera permanece cerrado al tráfico, lo que obliga a los lugareños a realizar un recorrido de 45 minutos para ir a trabajar.

La Restinga y Las Puntas, distantes entre sí cerca de una hora en coche por una carretera en la que el cruce con otro vehículo se convierte en todo un acontecimiento, estaban ayer unidas por una placa tectónica inestable unos 12 kilómetros tierra adentro. Es el epicentro de la crisis sísmica, esa que tiene ilusionados a los vulcanólogos y sobresaltados a los lugareños.