El mayor misterio es el hombre". Esta frase de Sócrates la puede encontrar en internet cualquiera de los alrededor de ciento treinta millones de propietarios de un modelo de iPhone que hay en el mundo. Lo pueden hacer cómodamente mientras ven llover desde el porche de su casa en Toronto, cuando van en guagua entre la estación de San Telmo y el puerto de La Luz o mientras esperan por un vuelo a Londres en la T4 del aeropuerto de Barajas. También es posible consultarla desde un iPad. Podrían hacerlo incluso los sesenta parlamentarios de Canarias, que recibieron una gratuitamente al inicio de la legislatura. El creador de estos dos ingenios, Steve Jobs, fundador de Apple, aseguró que cambiaría toda la tecnología que ha ideado por una tarde en compañía del filósofo griego. Los usuarios de sus inventos no estarían de acuerdo. Steve Jobs falleció ayer a los 56 años tras luchar con un cáncer de páncreas desde 2004. A los hombres y mujeres de este siglo XXI de cambios y crisis les resultaría casi imposible imaginar un día a día sin sus dispositivos. Quizás Jobs converse ahora mismo con Sócrates en algún lugar, en una nube virtual de almacenamiento de datos como la anunciada este mismo año por Apple, pero el planeta que palpita aquí abajo dialoga y se comunica al modo que él soñó e ideó.

En la iVida de nuestros tiempos estructurada en parte por Steve Jobs es posible encontrar a miles de adolescentes ignorantes de su fallecimiento, porque no han tenido tiempo ni ganas para otra cosa que no sea poner a prueba la resistencia de sus tímpanos escuchando la música que vomitan sus iPod por los auriculares. El gurú de la nueva era poseía en sus últimos años el rostro propio de un monje de la Edad Media, pero no siempre fue así. En los inicios de esta historia resplandece el brillo acerado de una mirada que veía lo que nadie más podía hacer: el futuro.

No hay dos hombres exactamente iguales, pero quizás tampoco existan dos completamente distintos en todo. Thomas Edison, al que también se llamó "el mago" en el siglo XIX, fue excluido de la escuela reglada al ser considerado retrasado. Jobs, nacido en 1955 como hijo biológico de dos universitarios (Joanne Carole Schieble y el sirio Abdulfattah Jandali), fue adoptado por una pareja de clase media. En 1972 se matriculó en la universidad, pero sólo asistió durante unos cuantos meses. Su huida de las estrecheces del sistema educativo fue voluntaria en su caso. Demasiadas cosas por cambiar para perder el tiempo dentro de las cuatro paredes de un aula. La informática y el uso de los ordenadores tal y como los entendemos hoy comenzó a gestarse en largos días en un mugriento garaje de Los Altos (California). Dos jóvenes de aspecto desarrapado y con pintas de no respetar los horarios de sueño y comida trabajaban a destajo en una herramienta llamada a generalizar el uso de las computadoras. Todos aquellos que han hecho uso de sus ordenadores personales en casa y en la oficina o los llevan en su modalidad portátil encontrarán en aquel local la arqueología de esta realidad, sedimentada bajo capas de cajas de pizzas, leyendas y latas de refresco. Allí, junto a Steve Wozniak, un duende de la ingeniería informática, fundó Apple y las dos primeras computadoras: Apple I y Apple II, su primer éxito. Con ellas facturaron 117 millones de dólares y se convirtieron en jóvenes multimillonarios de dudoso corte de pelo que cambiaban la cotidianidad a golpe de teclado.

Con Jobs, el sol amanecer tecnológico tenía la silueta de una manzana mordida que resplandecía cada vez más, hasta el punto de cegar a sus competidores. Porque aquel visionario estaba demostrando que había que pensar en el mañana. Hoy era demasiado tarde para él y perfecto un concepto demasiado mediocre. "Cuando eres un carpintero haciendo una linda cajonera", dejó dicho, "no vas a usar un pedazo de madera contrachapada en la parte de atrás, aun cuando sabes que estará frente a un pared y por lo tanto nadie la verá. Sabes que está ahí y entonces usas una hermosa pieza de madera. Para poder dormir bien por las noches, la estética y la calidad tienen que ser ejecutadas en absolutamente todos los aspectos del producto". Si se sustituye al mueble por cualquier dispositivo diseñado por Jobs se obtiene el resumen de su filosofía empresarial, sumando la simplicidad en el manejo y en las formas. Un iPhone es en el fondo algo tan austero a la vista como el hábito de un monje. La profundidad se encuentra en el interior, en el alma de silicio y metal. No es eterna, pero se puede sustituir por otra unidad, mejor si es de un modelo de última generación. Una ventaja del cielo de Jobs...

El asceta Jobs encontró espinas en su camino. En 1984, tras el fracaso comercial del Apple Macintosh abandonó Apple por las discrepancias con el consejero delegado, John Sculley, al que había convencido años antes para que abandonara PepsiCo con esta frase: "¿Quieres vender agua azucarada toda tu vida o quieres cambiar el mundo?" En su travesía por el desierto tuvo tiempo de fundar Pixar (productora de Toy Story, Bichos o Buscando a Nemo) y de convertirse en el máximo accionista de Disney. En 1997, con Apple comida por el gusano del declive, regresó a casa. El resto de la historia comienza por la misma vocal: iPod, iTunes, iMac, iPhone, iPad. Se va encarnando a la perfección la frase de su admirado Sócrates, porque bajo su aspecto de asceta, su faceta budista y pescevegetariana y su vivienda sin amueblar se sigue escondiendo otro enigma: ¿qué venía ahora?