Una reciente publicación del Centro de la Cultura Popular Canaria, 1.000 nombres propios guanches, hace un exhaustivo acopio de los antropónimos de los primeros pobladores de las Islas. Algunos de ellos, aún envueltos en aromas épicos, han retornado a nuestro acervo y hoy son opciones comunes en el Archipiélago, que conviven con las del santoral y otras más exóticas. Las historias de Dácil, Doramas o Bencomo, reales o legendarias, son bien conocidas; otros nombres, más oscuros, ocultan alguna brumosa anécdota de la que apenas trascienden al libro un par de escuetos apuntes.

En esa galería de personajes no tan conocidos comparece el aguerrido guerrero gomero Gralhegueya, del que nos ha llegado su destreza como nadador y una lucha victoriosa con un marrajo. El noble teldense Abián se hizo famoso y rico robando ganado, mientras que Guadafret, un guerrero que combatió a las órdenes del mencey Bencomo en Acentejo, era, según la leyenda, de estatura gigantesca. Jayan fue un extraordinario majo de tres varas de estatura (más de dos metros), que fue enterrado al pie de la montaña de los Cardones. No sólo las alturas llegaron a ser legendarias: el grancanario Chiurron falleció en 1591 a la fabulosa edad de 140 años.

La gran mayoría de los inventariados son guerreros, nobles, princesas, auaritas bautizados en Sevilla o esclavos, pero no todos. Del Tenerife telúrico era Guayota, genio del mal que habitaba en el centro de la tierra o bien se ocultaba en el Teide. Guañameñe fue un adivino tinerfeño que anunciaba hechos venideros.

Hay algunos nombres de tortuosa pronunciación, como Admayatesha, de complexión fonética casi soviética, por el que se conoció a una aborigen vendida como esclava en Valencia, desdichado destino que aguardó a muchos de los que pueblan el libro.

El paso del tiempo ha obrado en contra de la fijación clara de muchos de estos nombres propios. Algunos antropónimos sobreviven en variantes diferentes, como es el caso del faycán teldense Aymediacoan, al que también se alude como Aimedeyacoan, Aimediacoan y Aymedeya-Coan. De otros, como Tacoremi o Ñañategui, ni siquiera se conoce a ciencia cierta su sexo.