El nombre del militar que asesinó al general Amado Balmes el 16 de julio de 1936 en La Isleta está suelto en una de las páginas de La conspiración del general Franco, el libro de Ángel Viñas. El polémico historiador y catedrático no señalaba al autor en la edición (Crítica) de 2011 para no acabar en los tribunales, denunciado por algún heredero que podría exigir una orden por escrito de una operación golpista que, como no podía ser de otra manera, había sido secreta. El experto en la II República y en la Guerra Civil da, sin embargo, una vuelta de tuerca a esta filosofía de curarse en salud: una versión ampliada sobre su teoría sobre el homicidio de Balmes, gobernador militar de Las Palmas, está en las librerías desde principios de mes, y en la misma cerca al asesino con detalles claves recopilados en los archivos militares.

La historia oficial franquista cierra el capítulo de la muerte de Balmes con la categoría de accidental, al disparársele una pistola en Las Palmas de Gran Canaria. Una investigación fugaz, con el golpe de Estado en los talones, concluye que el experto militar había apoyado un arma encasquillada contra su estómago en el campo de tiro de La Isleta. Ángel Viñas sostiene lo contrario: un asesinato que le iba a permitir a Franco volar hasta Marruecos desde Gando en el avión Dragon Rapide. Pero antes necesitaba neutralizar a un general que no estaba en la conspiración, y que por tanto ponía en cuestión el apoyo de la guarnición de Las Palmas al llamado alzamiento nacional. La historiografía señala que sin esta muerte hubiese sido imposible el desplazamiento de Franco desde Tenerife a Gran Canaria, donde presidió la exequias del fallecido.

Identidad

Aparte del ayudante del general Balmes, ¿quién era la otra persona que conocía la solitaria prueba de pistolas que hacía el militar? Ahí está el motivo principal de la pesquisas que a lo largo de un año ha realizado Ángel Viñas, y que ahora vuelca en una versión ampliada de La conspiración de Franco. Esta segunda entrega se adentra en la hoja de servicios del asesino, cuyo nombre se niega a desvelar el historiador. Una identidad, no obstante, que está entre las muchas que aparecen en las páginas de la obra. Imposible sonsacarle al catedrático un apellido. En una especie de juego, pide dar forma al rompecabezas, y de ahí saldrá la filiación del individuo que guardó el secreto que más podía desestabilizar al generalísimo: ordenar el sacrificio de un compañero de carrera. "Que no se me confunda con un showman, ni mucho menos, pero esta prudencia es por consejo de mis asesores legales", afirma el investigador.

Misiones

Empieza la construcción del perfil del hombre que disparó el golpe que contribuyó de manera definitiva a cambiar la historia de España: un oficial de la guarnición militar de Las Palmas; "jefe de Armas" el día de la prueba de pistolas por Balmes en La Isleta; varios días después del alzamiento viaja para encontrarse con Franco, que le encomienda misiones especiales de contacto con los levantados en el Sur de España... "Me llama mucho la atención que Franco, una vez en Tetuán, reclame a este hombre de confianza que tiene en Canarias, y lo llamativo es que sólo es un oficial. El general Yagüe, sin lugar a dudas, le hubiese facilitado el acceso a cualquier persona en una zona que él controlaba férreamente, pero él quería a su servidor en el caso Balmes, nada más y nada menos", afirma el autor.

"La matriz de su hoja de servicios es ya, de por sí, extremadamente significativa en julio de 1936. Su interés se acentúa en la guerra civil. Se trata de alguien sobre el cual se extendió, contra viento y marea, la larga mano protectora de Franco. Contra los informes negativos que respecto a él habría recogido el SIPM [Servicio de Información y Policía Militar creado en 1937 para el espionaje, contraespionaje e información]", abunda Viñas.

¿Rebelión? ¿Espionaje? ¿Traición? ¿Indisciplina? "No le puedo decir, de ninguna manera, el delito, la causa, el motivo. Se saldría fuera de las recomendaciones jurídicas que he recibido. Pero es algo menos complicado que lo que usted sugiere". De la misma hoja de servicios salta la sorpresa: el hombre que, según La conspiración del general Franco ejecutaría a Balmes, sería llevado a Consejo Militar, y de las garras de la terrible jurisdicción lo sacaría el mismísimo caudillo, en deuda siempre con su agente especial.

Rehabilitado

De nada sirvió en pos del castigo que al frente del tribunal estuviese el temido general Jesualdo de la Iglesia, un togado con poderes extraordinarios contra el comunismo y el espionaje. A lo largo y ancho de España [ejerció hasta los setenta y tantos] repartió condenas a diestro y siniestro, menos en el caso del protegido de Franco, que obtuvo sanción mínima con repetición de juicio y rebaja de pena gracias a la intervención del Cuartel General. "En definitiva, algo cuando menos que sorprendente, aunque también es verdad que después, y durante muchos años, el inmarcesible caudillo dejó de sonreírle. No de forma definitiva. Lo recuperó en los años sesenta", subraya Viñas. La reaparición no hace más que acrecentar la incógnita: ocuparía una responsabilidad política.

El autor de En defensa de la República. Con Negrín en el exilio (Crítica 2010) reconoce que, a raíz de su trabajo sobre Balmes, ha recibido un verdadero linchamiento de "chismes y comentarios". En concreto, señala los procedentes o amparados desde la Fundación Francisco Franco, "algunos tan absurdos como los que me piden un documento firmado por Franco con la orden para ejecutar al general Balmes. Hay que tener en cuenta", subraya, "que ha existido un peinado de papeles en los archivos, aunque no en todos, y segundo que ningún conspirador rubrica nada".

Otro de los aspectos novedosos de la ampliación de La conspiración del general Franco es la entrevista que Ángel Viñas mantuvo, en Barcelona, con la hija del general. Julia Balmes Alonso Villaverde, una niña cuando la muerte de su padre, relata ya nonagenaria en la obra que "nunca oyó a su madre hablar ni para bien ni para mal de Franco".

Sí tiene constancia de que su madre, tras el fallecimiento, tocó en muchas puertas para obtener como pensión el sueldo completo que le correspondía a Amado Balmes como general. La reclamación llevó a la incoación de un expediente que obtuvo resultado denegatorio, bajo el argumento de que la muerte había tenido como único responsable al fallecido, y por tanto no tuvo lugar en acto de servicio. No será hasta 1942, seis años después del trágico final del general, cuando la administración militar acepta la reclamación de Julia Alonso-Villaverde Moris.

"Para este segundo libro te tenido el firme apoyo de la familia Balmes. ¿Por qué? Al general se le presentó como decidido partidario de la sublevación. Se le imputó la extraña costumbre de desencasquillar la pistola apoyándola en el bajo vientre. Todo ello fantasías indocumentadas", afirma el catedrático Ángel Viñas desde Madrid.