Citada ayer en estas páginas, Valyunque es el nombre de la finca donde Martín Chirino ha construido su casa. Hace 14 o 15 años de mi primera visita, con la magnífica arquitectura "palladiana" recién acabada y los árboles casi plantones. En la segunda visita, de hace pocos días, gocé el esplendor de los pinos, abetos y cipreses que rodean la loma central de la propiedad, abierta al ilimitado paisaje del sur de Madrid. En la pura desnudez de las líneas arquitectónicas y en la gloria panorámica de la mirada transcurren los días de uno de los creadores esenciales de nuestro tiempo. Ha cumplido ayer 87 años y está en el cénit de la ideación y de la voluntad realizadora.

Después de recorrer la casa, tan confortable y gemütlich como excitante por la riqueza "museística", me abre Martín el reducto secreto del estudio-taller. De los negros del horno de fundición, tan difundido en la iconografía del artista, pasamos a una sala blanca en la que deposita la quintaesencia de su obra más reciente, la que, junto a las formas emblemáticas de toda la vida, poblarán el interior y el entorno del Castillo de la Luz cuando acabe la incuria y sea rematado como sede de la Fundación-Museo Martín Chirino. Doy fe de que casi toda esa obra, por él excluida del circuito internacional de exhibición, es inédita más allá de la intimidad de su creador. Por encima de la originalidad, que hará correr mucha tinta en cuanto salga a la luz, está su genialidad. El hierro es en algunas más ingrávido que nunca, y en otras sólido y compacto como los volúmenes-síntesis de aquel enclave roqueño. El gesto espacial de las líneas que vuelan desde los núcleos apoyados describe una poética de la imaginación en libertad, el grafismo incontaminado de la plenitud del espíritu y el punto-omega de un pensamiento que recrea el mundo.

Ese jardín secreto de Valyunque espera el momento de venir a Las Palmas, la ciudad natal que ha pedido a Chirino fijar en ella su fundación y que varias legislaturas municipales han demorado mediocremente, pese a la respuesta generosísima del artista. El gozo de descubrir tanta maravilla se apaga en la tristeza de ignorar cuándo va a integrarse en la vida de todos nosotros y de quienes nos visitan.