- ¿Cómo reaccionó usted ante la petición de su sobrino Eduardo Cubillo, autor de Cubillo, historia de un asesinato de Estado, de que contara todo lo que pasó el día en el que intentaron matarle en Argel?

- No me sorprendió, porque yo sabía que estaba estudiando Imagen y Sonido, y que la productora estaba interesada en este material. Yo le dije que le facilitaría toda la documentación que necesitara.

- Él cuenta que usted aceptó de inmediato verse cara a cara con el sicario que le dejó en silla de ruedas de dos cuchilladas, Juan Antonio Alfonso...

- Este hombre insistió mucho en que quería hablar conmigo, porque, según él, lo habían engañado y llevaba años sin poder dormir. Mi sobrino contactó con él y vino a Tenerife. Yo puse la condición de que le daría la mano a este hombre, pero si me revelaba una serie de cosas que me interesaba saber.

- ¿Qué cosas eran esas?

- Le dije: "Mira, antes de que muriera Houari Boumediene [expresidente de Argelia], a ti te iban a fusilar, porque estabas condenado a muerte, pero yo les dije a los servicios secretos argelinos que me interesaba que siguieras vivo para saber algunas cosas". Por eso no lo fusilaron, pero estaba en la lista. Yo quería saber quién le había dado la maleta de explosivos, que fue la primera opción para matarme. Él me confirmó que se la habían dado los servicios secretos españoles. Que la idea era ponerla en mi coche y que él se había negado porque yo iba con mi mujer y mis hijos. Además, se dio cuenta de que yo no era un agente de la CIA, como le habían dicho. Fue entonces cuando, según él, Espinosa [espía que estuvo infiltrado en el Mpaiac y cumplió cárcel por el atentado] le amenazó con que, si no lo hacía, les cortarían el cuello a él y a su familia. Por eso decidió matarme.

- Juan Antonio Alfonso asegura que actuó solo, pero usted está convencido de que en aquel zaguán había dos personas...

- Claro que eran dos, José Luis Cortés, que iba con él, fue condenado a 20 años. Yo llegué allí y vi a dos hombres vestidos de negro y dije "bonsoir" [buenas tardes, en francés]. Ellos me contestaron con el mismo saludo, yo me di la vuelta y me atacaron primero por delante, me abrieron la barriga, y después, al caerme, me dieron una puñalada en la espina dorsal y por eso estoy en una silla de ruedas. Caí por la escalera y la orden que tenían era de que me cortaran el cuello y me quitaran la cartera y los documentos, para que pareciera obra de rateros. Entonces, en aquel momento, apareció un vecino nuestro, que se llamaba monsieur Okbi, que mide dos metros, un hombre muy grande, y ellos salieron corriendo. Él llamó por radio inmediatamente y vino la ambulancia. Me salvé porque había un partido de fútbol y no había tráfico. Normalmente hubiese tardado media hora de trayecto.

- ¿Estaba en coma cuando llegó al Hospital?

- Llegué con un litro y medio de sangre. Yo tengo el grupo A negativo y como casi todos los bereberes son O negativo, que es un tipo universal, me hicieron las transfusiones. Además, había un cura que era suizo, el padre Blanc, que me dio dos litros de sangre, después le dieron dos sándwiches y le sacaron otro medio litro... O sea, que yo tengo sangre de cura.

- ¿Usted había coincidido con Juan Antonio Alfonso alguna vez después del día del atentado?

- Sí, en Madrid, en el año 90, cuando vino de testigo para declarar en el juicio contra José Luis Espinosa. Cuando lo condenaron a 20 años. Allí, el abogado de Alfonso también me confesó que quería darme la mano, porque estaba muy arrepentido. Pero yo en aquel momento no quería saber nada de él.

- ¿Le guarda algún rencor?

- No, no. Él fue un simple mandado de Espinosa y de Martín Villa.

- Precisamente, con Espinosa, que también sale en el documental, no quiso usted tener un encuentro.

- No, no, no, es un tipejo y yo con tipejos no quiero saber nada. Es un vulgar mercenario.

- ¿Le gusta el resultado del documental de su sobrino?

- Yo tengo mis opiniones, pero tengo que respetarlo, porque es cierto que hablan todas las personas que saben algo.

- Su sobrino defiende la tesis de que usted era un elemento incómodo en medio de la Guerra Fría y que por eso lo querían eliminar, ¿por qué cree usted que quisieron matarle?

- Porque se había hecho una reunión en Trípoli, en febrero de 1978, donde se decidió que iría a presentar el caso de Canarias ante las Naciones Unidas. Yo había presentado un memorándum que entregué en Argelia al presidente de los 24, del Comité de Descolonización de la ONU. De las Naciones Unidas vinieron a hablar conmigo a Argel y me dijeron que tenía que conseguir el apoyo del grupo africano de los países independientes para abrir el proceso y pasarlo directamente a la Asamblea General. Eso haría que se exigiera a España un calendario de descolonización. Yo tenía que salir de Roma el día 10 de abril con el presidente de la OUA [Organización de Estados Africanos]. Allí me hubieran esperado los servicios secretos alemanes para ametrallarme, si el 5 no me hubiesen acuchillado.

- Explique lo de la implicación de los servicios secretos alemanes que cuenta el periodista Melchor Miralles en el documental.

- Gobernaban los conservadores en Alemania y mirando papeles antiguos sobre un espía llamado Werner Mauss encontraron un telegrama de un agente suyo, un yugoeslavo, que decía: "El atentado será el día 5", con todos mis datos. Entonces, el Parlamento alemán me citó a declarar para contarlo todo. Mauss era el representante de la Agencia TUI, que le pagaba un avión todas las semanas para venir a Canarias. Tenían intereses turísticos aquí y por eso enviaron al yugoeslavo para infiltrarse en el Mpaiac. Aquel hombre me resultó raro, porque hablaba de secuestrar a ciudadanos alemanes y me parecía extraño.

- ¿Usted no se olió el atentado?

- Los servicios secretos argelinos, con los que tenía muy buena relación, porque era un Gobierno revolucionario que apoyaba los movimientos de liberación, un año antes me vinieron a buscar a medianoche para llevarme a un palacio en las afueras de Argel. Me pusieron una guardia y me dijeron que un comando enviado por el capitán general Hierro, entrenado en Fuerteventura, venía para matarme. Eran legionarios españoles y dos hombres de la OAS [Organización del Ejército Secreto francés]. Lo sabían porque tenían un policía sobornado en Madrid al que le pagaban mucho dinero y que les dio el aviso.