"La importancia de los aparatos de estimulación sexual puede ser muy grande, sobre todo en el caso de acabar con los tabúes sobre la sexualidad de las mujeres".

Así lo apunta la psicóloga especialista en sexología Miriam Oliva, quien recalca que el uso de aparatos de estimulación sexual tiene utilidades terapéuticas, si bien la vibración es una característica "que favorece el tratamiento de la anorgasmia", mientras que con el vaginismo, problema por el que la mujer contrae la musculatura pélvica y dificulta la penetración, "no es determinante, puesto que el objetivo es la dilatación".

El vaginismo requiere de ejercicios de relajación en los que "estas herramientas pueden servir de ayuda". Oliva explica cómo este problema "tiene un origen físico o muscular, que puede requerir una operación" o bien psicológico y fundado en la costumbre "de tensar esa musculatura y el control de los esfínteres", una práctica asimilada por la persona desde la infancia y a través del aprendizaje derivado de una educación "restrictiva" en materia sexual.

Es en este sentido, donde las mentadas herramientas vibradoras o de dilatación "sirven de apoyo dentro de un proceso de naturalización de la propia sexualidad", un logro social alcanzado y que, recuerda Oliva, tiene que ver con "la aceptación social general y de las mujeres en particular" de que la autoexploración, la masturbación o el onanismo no son exclusivos del sexo masculino.

La Organización Mundial de la Salud define la salud sexual como "un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad" y no sólo por la ausencia de enfermedad, disfunción o incapacidad.

La psicóloga cognitivo-conductual Elena Llamas defiende, en esta línea, que " la sexualidad debe ser libre, y para ello puede usarse cualquier artilugio sexual", un uso social que "está normalizado", como lo están las tiendas eróticas y productos como "las bolas chinas o el anillo vibrador", cuyo uso ha sido corroborado por algunos estudios como tonificadores de la musculatura pélvica.

Si vibradores, dilatadores y demás artilugios de uso íntimo cobran paulatinamente mayor aceptación en su faceta terapéutica, su uso como fuente de placer responde a la finalidad con que se diseñaron.

En cualquier caso, Llamas relativiza la importancia que con frecuencia se le atribuye al orgasmo: "La sexualidad es más que el placer, es conocerse a uno mismo", matiza la especialista, quien en sus terapias con mujeres aquejadas de problemas psicológicos relacionados con su sexualidad, inculca técnicas de aprendizaje mediante "tarjetas y láminas en las que figuran partes de la vagina, que correspondan al problema concreto de cada paciente" afirma Llamas.

Se trata de un trabajo conductual con el que la psicóloga trata de normaliza ciertos "problemas operacionales que requieren una terapia psicológica de reestructuración cognitiva", esto es, una estrategia destinada a modificar el modo de interpretación y valoración subjetiva, a través del diálogo y la práctica de hábitos nuevos.

En lo que se refiere a la historia de estos artilugios, las referencias más antiguas que se conocen, que detallan su uso como elemento decorativo o escultórico durante celebraciones de fiestas de fertilidad o cosecha, aparece en muchas culturas ancestrales.

El consolador más antiguo del mundo es un falo de piedra muy pulida de 20 cm de longitud y 3 cm de diámetro, del 27 000 a. C. (del periodo Paleolítico). Fue encontrado en la cueva Hohle Fels, a unos 500 m sobre el nivel del mar, en el valle del río Ach, cerca de la aldea de Schelklingen (Alemania).

Durante la Italia del Renacimiento, al uso del consolador se le añadió el aceite de oliva como lubricante. En la época victoriana se comienza a emplear el consolador de goma, más cómodo que sus iguales anteriores.