Una de las cumbres musicales de esta Temporada será, sin duda, el concierto que la Fundación del Teatro Pérez Galdós con la Sociedad Filarmónica ofrecieron el lunes último a cargo del pianista polaco Rafal Blechacz. Y lo primero que se me ocurre es que, debido a los muy comentados recortes presupuestarios en Cultura, posiblemente sin el concurso de las dos entidades, no se habría podido celebrar el evento que, insisto, se recordará mucho tiempo.

Lo primero que se me ocurre destacar es el magnífico programa ofrecido que fue recorriendo distintos estilos y épocas musicales y todo ello, como veremos en detalle, con gran fidelidad al espíritu, sonido y personalidad de cada compositor y así disfrutamos de una claridad de exposición tan nítida que nos permitió seguir nota a nota el contrapunto de la Partita nº 3 en la menor de Bach. Pero eso no fue todo, pues su variedad dinámica, con pianísimos de ensueño, y su rítmica tan cambiante que nos permitió apreciar la variedad de las danzas, dio como resultado un Bach vitalista, alegre en la Alemanda, danzante en la Corrente y el Scherzo, discretamente meditativo en la Zarabanda, en fin, una versión antológica.

Hacía muchos años que no oía en vivo la Sonata nº 7 en re mayor, op. 10, nº 3, de Beethoven y fue un descubrimiento, pues había olvidado el abismo que la separa de sus compañeras de opus, ya que en sus dos primeros Movimientos se ven algo más que indicios del Beethoven maduro abandonando el estilo galante de Haydn tan influyente en sus primeras obras. Al ímpetu y garra del Presto, rapidísimo como corresponde a ese tempo, marcando perfectamente los contrastes de los temas y con la misma claridad expositiva, nos sorprendió la meditación del Largo, el primero de sus magníficos Lentos (se cree que lo compuso al poco tiempo de percibir los primeros síntomas de su sordera), que en los dedos del pianista se convirtió en una oración laica, con sus pausas llenas de tristeza y dolor. La continuación de la Sonata, el Menuetto y el Rondo, nos volvieron al Beethoven de su primera época, pero, curiosamente, con un final en piano.

En la Suite bergamasque de Debussy nos sorprendió el carácter literario que dominó todas sus notas con un Claro de luna, extraordinariamente impresionista que nos recordó otras versiones de grandes especialistas en este estilo. Y, tratándose de un polaco, no podía faltar su músico más notable, con las dos Polonesas del op. 26, en las que aparecieron las conquistas del piano de Chopin, con un destacado, pero no exagerado, uso del rubato y terminando la segunda con el único final brillante de todo el programa? quizás para demostrar que no le preocupa el éxito fácil.

La cerrada ovación del público, puesto en pie, nos trajo de propina uno de los más conocidos Valses de Chopin.