Resulta curioso comprobar cómo de un tiempo a esta parte, en estos años en que ha arreciado la crisis, y quizás por la negatividad que nos impone esta cotidianidad que se pinta de negro-carbón, el ser humano se ha obsesionado cada vez más con su propio fin. De hecho, como reflexionó hace poco el escritor Vicente Ortiz, "aunque nadie lo quiera reconocer, como el 21 de diciembre no pase nada va a ser un chasco enorme". Sí, porque si aún no lo sabe, bastantes marcan esa fecha como la del principio del fin de todo, la de nuestra extinción definitiva. Como tantos asuntos de la contemporaneidad, poco importa cuánto hay de verdad en estas profecías y sus desmentidos científicos; lo que cuenta es que dan que hablar. Y que temer. Que se lo pregunten a David Morrison, científico del Instituto de Astrobiología de la Nasa, que asegura haber recibido miles de cartas de ciudadanos preocupados por el futuro inmediato; algunos de los cuales, por cierto, considerando seriamente el suicidio. Porque la cosa tiene gracia hasta cierto punto: seguramente los afectados por las inundaciones en Málaga de este año, personas que han visto perder todas sus pertenencias en cuestión de minutos, no se reirán de ninguna de las profecías, por más rocambolescas que sean éstas. Es el miedo y, sobre todo, la consciencia de tenerlo.

Como cuando el profesor de Filosofía trata de explicarle a sus pequeños alumnos que diariamente damos por supuestas muchas cosas: "Cuando salís del colegio no os preguntáis si estará en pie vuestra casa, porque la costumbre os indica que sí. Pero quizás algún día ocurra algo...". Es de suponer que los dinosaurios tampoco creerían en el fin del mundo. Pero, ¿ocurrirá algo el 21 de diciembre? Es tan fácil decir que sí como que no: en ambos casos, como en el de la fe, no hay demostración posible. La experiencia podría indicarnos que no: en 989 el cometa Halley fue anunciado como el inicio del fin del mundo -no pasó nada-; el efecto 2000 relacionaba nuestros temores apocalípticos con nuestra cada vez mayor dependencia tecnológica, y tampoco pasó nada. Quizás no ponemos estos topes como simples recordatorios de nuestra mortalidad.

Los mayas y sus calendarios abruptos han derribado a Nostradamus en el ranking de popularidad de profetas. Según su calendario de cuenta larga, el 21 de diciembre representaría una especie de fin de ciclo; además, según el libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh, en ese día de ese mes los dioses destruirían el planeta tras el decimotercer Bak'tun (un periodo que equivale a algo más de 394 años). Pero no todo iba a ser tan simple: en 2010 un equipo de arqueólogos encontraron unas inscripciones numéricas en Guatemala, fechas de un calendario de cuenta larga que contiene fechas hasta el año 7000. Quizás los mayas anticiparan una notable característica humana, manifestada en el recuento de participantes en cada huelga o manifestación: somos incapaces de ponernos de acuerdo en algo.

¿Y quién es José Argüelles? Pues el hombre que nos ha metido en este lío. Aficionado a llevar chaquetas de colores indescriptibles y tocar flautas exóticas, escribió en 1987 El factor maya, el primer libro en que, a partir de la matemática y los calendarios mayas, se hablaba del 21 de diciembre como una fecha clave para un "salto de consciencia del ser humano". Lamentablemente no lo experimentará: falleció en marzo del año pasado. Si está en algún lado, debe de estar riéndose a base de bien de nosotros.

En todo este asunto, hay profetas... y también científicos. El doctor Michio Kaku, profesor de Física Teórica, advirtió de los peligros potenciales de tormentas solares por nuestra creciente dependencia tecnológica: apagones constantes, averías en las líneas de alta tensión, influencias nocivas en la salud física y mental de los seres humanos... Kaku, quizás sin quererlo, alimentó otra idea apocalíptica incipiente: el fin del mundo ocurrirá tras una enorme erupción en la superficie solar. Porque el sol tiene mucho que ver en muchas teorías agoreras: muy populares se han hecho últimamente, aunque fueron formulados en 1997, los llamados tres días de oscuridad, 72 horas sin luz solar de ningún tipo, durante las que la Tierra descansará antes de afrontar una nueva etapa.

Zodiaco

El nuevo "caballero del zodiaco" Esperanza Gracia tiene trabajo: podría nacer un nuevo signo zodiacal. Ofiuco, el portador de la serpiente, la constelación número 13, el signo secreto, el que determinará la alineación del sol con Ofiuco y el centro de la galaxia en el solsticio de diciembre del 2012. Parece ser que eso dejó escrito, cómo no, Nostradamus.

Schumann no es sólo un compositor clásico. El físico alemán W.O. Schumann demostró hace cincuenta años que la Tierra está rodeada por un campo electromagnético que se forma entre el suelo y la parte inferior de la ionosfera, 100 kilómetros encima de nosotros. Ese campo tiene una resonancia constante de 7,83 pulsaciones por segundo; desde 1980 se ha venido elevando hasta llegar hoy día a 12 hertzios. En la actualidad, los días no duran 24 horas sino 16; o sea que si alguien le dice "Uf, cada vez la Navidad llega antes...", seguramente tenga razón. Y, claro, nuestro cerebro, hasta ahora sintonizado a la frecuencia de 7,83 -o sea, sincronizado con el pulso de la Tierra-, tiene que adecuarse a los 12, generándose notables desequilibrios. Pero la cosa se complica. Leyendo las teorías más extravagantes uno se entera de que cuando la Tierra detenga su rotación y la frecuencia de resonancia alcance los 13 ciclos, estaremos en el campo magnético del punto cero. La Tierra parará y en dos o tres días comenzará a girar nuevamente en la dirección opuesta. Esto producirá una reversión en los campos magnéticos alrededor de la tierra. Vamos, nada bueno.

El mitológico planeta Nibiru es mencionado desde los tiempos babilónicos. Para los sumerios, era el duodécimo planeta y cada una de sus órbitas tiene un inusitado poder para generar desastres. Se describe a Nibiru como un planeta con una órbita realmente excéntrica con respecto al Sol y que retornaría cíclicamente al sistema solar, generando así en la Tierra el caos climático. Hay muchas fotos y vídeos de este supuesto planeta ficticio en internet y en las que se puede ver el cuerpo cerca del Sol. Según la Nasa, esos aguafiestas, son imágenes falsas del Sol, causadas por reflejos internos en la lente. El caso es que se suponía que iba a impactar la Tierra en mayo de 2003, pero parece que viene con retraso.

Falsa alarma

¿Y si no pasa nada? Los gurús ya se están preparando, cómo no. Por ejemplo, el colombiano Fernando Malkún, productor del documental Las siete profecías mayas, se ha hecho bastante famoso en este tipo de círculos que mezclan el esoterismo con las teorías de las conspiraciones -los gobiernos siempre ocultando información-. De un tiempo a esta parte, a medida que se ha ido acercando diciembre de 2012, sus visiones han dejado de ser tan apocalípticas. "He sido malinterpretado. No habrá fin del mundo sino algunos cambios espirituales", declaró recientemente el otro survivalista. En cualquier caso, si no quiere usted aburrirse, no se preocupe, que aún hay más, mucho más: algunos expertos aseguran que Nostradamus predijo el fin del mundo en 2018 y el prestigioso de la ciencia Isaac Newton calculó que el ser humano echaría el cierre en 2060 con la segunda venida de Cristo.