Si nada se tuerce, su entrada aparecerá en el tomo XLI, el 41, del controvertido Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia, una colección cuyo comité de control hace esfuerzos casi sobrenaturales -a veces con sonoros fracasos y otras con escándalos- por mantener el equilibrio entre la dos Españas. Miguel Piernavieja del Pozo, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1916, aparece allí por la terna, digamos, de los que mascullaron contra el zarpazo de la garra del generalísimo para comerse todo el turrón. Pero es mucho más: en principio, de entrada, un agente del todopoderoso ministro Serrano Suñer, cuñadísimo de Franco, aspirante a gran canciller de la política exterior española en la sacudida de la II Guerra Mundial.

Nació por circunstancias del destino profesional de su padre en Tenerife. Era uno de los hijos de la extensa familia del fiscal del Tribunal Supremo Luis Piernavieja y Soto. La entrada del Diccionario, a la que este periódico ha tenido acceso (aunque no a su autor), describe al joven retratado como deportista consumado y estudioso de la disciplina, "aunque también se sintió atraído por la convulsa actividad política previa al estallido de la Guerra Civil española. En la capital", continúa la entrada, "militó en la Falange y el Sindicato Español Universitario (SEU) al tiempo que realizaba las carreras de Derecho y Filosofía y Letras". Otra cualidad: "Hablaba seis idiomas". Tras el estallido de la Guerra Civil, "colaboró en la clandestinidad con los círculos falangistas de la capital y en 1938 se pasó al bando sublevado".

Bajo el espectro de la victoria, en un ecosistema plagado de oportunistas, pistoleros, advenedizos, churreros de la política, matones y furibundos anticomunistas, Miguel Piernavieja del Pozo es designado en 1940 para viajar a Londres "a petición del también falangista Ángel Alcázar de Velasco, aventurero y notorio agente del espionaje alemán". Nuestro hombre en la City, dice su biografía, "pretendía transmitir a España datos sobre los objetivos de los bombardeos alemanes sobre la capital británica, además de informes sobre sus efectivos militares. Descubierto por el contraespionaje británico, regresó a España en enero de 1941".

O sea, al año era un espía quemado, a expensas de los jefes de una organización de primaveras dividida entre periodistas (Luis Calvo y Felipe Armesto) y diplomáticos imperiales como el duque de Alba, José Brugada y Miguel Lojendio. Pero sigamos la ruta: el ferviente falangista, cuenta Antonio César Moreno Cantano en su libro Espionaje, neutralidad y propaganda franquista en Gran Bretaña, llega a Londres "fruto de un rocambolesco plan ideado por Serrano Suñer y Ángel Alcázar de Velasco". Este último, novillero, gacetillero y agente secreto en plan Anacleto, le come el cerebro (algo nada complejo dada su ínfula expansionista) al ministro plenipotenciario.

Y la cuestión, que tiene higadillos, queda así, siempre según Moreno Cantano: El encargado de los trabajos apestosos relata que ha convencido a Samuel Hoare, embajador británico en España, de "que pretendía derrocar a Franco. Para acometer este plan consideró necesario que un colaborador suyo viajase a Inglaterra cerca del duque de Alba, para así buscar apoyos y poder tramar esta conspiración. Hoare aceptó la propuesta, lo que permitió que Piernavieja del Pozo gozase del apoyo de Foreing Office. Pero detrás de esta pantomima lo que buscaba realmente era que el enviado español disfrutase de libertad de movimientos por tierras británicas y facilitar así su misión secreta para el Eje".

En el filo de la navaja, con veinte y pocos años, nuestro espía canario llega al Reino Unido el 29 de septiembre de 1940 en el avión que unía a Lisboa con Bristol. Tenía una experiencia mínima (con la Quinta Columna en la Guerra Civil), pero estaba sobrado del idealismo joseantoniano y del vértigo de la acción. Los fondos reservados de la época, muchos de ellos dedicados a acciones secretas para satisfacer a Hitler, daban para bastante, y Piernavieja "se instaló en la séptima planta del Athenaeaum Court, un moderno y lujoso edificio de apartamentos en el número 116 de Picadilly", señala en conversación telefónica Javier Juárez, autor de Madrid-Londres-Berlín: Espías de Franco al servicio de Hitler.

Estaba en el verdadero meollo, próximo a la Embajada española, a las baterias antiáreas de Hyde Park y al complejo gubernamental de Whitehall, donde se hallaba la sede del primer ministro, el Foreign Office y el Ministerio de Guerra. En octubre de 1940 Alemania ultimaba la operación León Marino para la invasión del Reino Unido. La batalla de Inglaterra estaba en su momento álgido, con incursiones aéreas de la Luftwaffe continuas y devastadoras. Piernavieja, al que se le asigna el papel de periodista, establece su primer contacto con GW, nombre en clave de Gwilym Williams, personaje que le hará caer en desgracia y que provocará su sustitución por el cantamañanas Ángel Alcázar de Velasco. ¿Pero cómo fueron los hechos? "Para el Abwehr [la organización de inteligencia alemana], GW era un independentista galés al que había captado en 1939, pero la realidad era muy diferente. Bajo esa fachada se ocultaba uno de los primeros agentes dobles utilizados por el contraespionaje británico. Este hecho permitió al MI5 vigilar la actuación de Piernavieja y prevenir posteriormente intentos de infiltración", destaca Moreno Cantano en su libro.

A partir de su detección, nuestro espía canario con Franco paso a ser Pogo en los archivos británicos. Su contacto con GW tenía por finalidad "conocer el paradero de las fábricas de material militar y de las defensas costeras instaladas en determinadas zonas del sur de Inglaterra, cercanas a la isla de Wight". Piernavieja remitía su informes en tinta invisible a través de la valija diplomática de la Embajada y "su mayor éxito fue mandar a España un mapa muy actualizado con los lugares más afectados por los bombardeos y los principales daños sufridos. El espía regresó a España en febrero de 1941, seguramente por presiones del Gobierno británico sobre las autoridades españolas o por desavenencias con Alcázar de Velasco, que llegó a Londres por esas fechas".

La leyenda habla de noches turbulentas, de alcohol y mujeres, de falangistas que cerraban la mejores barras londinenses vestidos de uniforme con sus condecoraciones al pecho. El embrionario dispositivo de Serrano Suñer no pasaba desapercibido, y el MI5 tenía claro que la Embajada española en Londres era un nido de serpientes para su intereses, y todo desde una aparente neutralidad. Pogo, sin embargo, estaba convencido de su inmunidad y se paseaba como Pedro por su casa por las instituciones británicas, además de despacharse con declaraciones en la BBC y con entrevistas en el Daily Press y el Sunday Graphic. Sus días en la City estaban contados.

El tres de febrero de 1941, Miguel Piernavieja del Pozo embarca (con billete pagado por la Embajada de Madrid) en un carguero hostigado por los submarinos germanos en su trayecto hacia Gibraltar. Acababa así su corta experiencia en el espionaje español. ¿Fue una expulsión? El periodista Luis Calvo, compañero en la legación, habló de presiones del Gobierno británico sobre España. Otros ven la mano negra del influyente Alcázar de Velasco, su sustituto, que de inmediato no dudó en emporcar a Piernavieja con afirmaciones sobre su falta de profesionalidad o su pasión por la juerga. En sus memorias atribuye la salida a un lío de faldas con una tal Elisabeth, una inexistente (al menos en los archivos) agente del MI5. Un hecho posterior demostraría que el cese del joven falangista tenía mucho que ver con las cloacas del franquismo más peleón.

Javier Juárez da cuenta de lo que le esperaba en la capital a Pogo. "Pocos días después de llegar a Madrid varios policías se presentaron en su casa de madrugada y le arrestaron junto a otros miembros de su familia, trasladándolos a los calabozos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol. El asunto adquirió", señala el escritor, "dimensiones de escándalo ya que entre los detenidos figuraba su padre, el valllisoletano Luis Piernavieja y Soto, fiscal del Tribunal Supremo". El que había sido representante institucional de España en la etapa colonial de Cuba (donde casó con la cubana Carmen del Pozo y de la Cuesta) tuvo que mover hilos entre las oscuras cañerías del Ministerio de Información para obtener la libertad. ¿Qué significó aquella demostración de poder? ¿Quizás Franco se creyó la opereta de que el espía había ido a Londres para buscar apoyo para un golpe de Estado al régimen? No hay respuesta a aún.

Menos transparente fue lo ocurrido en los días posteriores, no aclarado por el Diccionario Biográfico, donde no hay mención alguna al extraño suceso. Juárez, en todo caso, muestra una ruta posible: Miguel consiguió evadirse y vagó oculto por Madrid durante varias semanas, por una calles llenas de delatores cuyos chivatazos eran bien recompensados. El 31 de marzo el Consulado Británico en Madrid remitió un escrito al Foreign Office informando de los hechos y asegurando que se había refugiado en la Embajada alemana. La siguiente información contrastada sobre Piernavieja del Pozo lo sitúa meses después luchando en Rusia en las filas de la División Azul. Según el Diccionario Biográfico, quedó adscrito a la 1a Sección de ambulancias de la 1a Compañía, destacando en la evacuación de heridos en los frentes de Possad y Ottenski.

En un blog de excombatientes y nostálgicos, Memoriablau, se le atribuye a Piernavieja un perfil no tan discreto. Aparece entre los llamados héroes de la gesta del lago Ilmen, donde la Compañía de Esquiadores consiguió dar apoyo a una unidad de ejército alemán. Los españoles, mandados por el feroz Muñoz Grande, atravesaron un infierno helado de 30 kilómetros, con temperaturas de casi 60º bajo cero. El canario fue uno de los superviventes, allí dejó uno de sus pulmones y, imaginamos, parte de sus ideales. Paradójicamente, el frío glacial y el torrente de nieve frenó la hemorragia. Empezaría para Piernavieja una etapa menos bélica, integrado en el aparato estatal franquista y volcado en el deporte. Quizás hasta bailó un pasodoble cuando vio que por fin salía de los confines.

Una foto de un grupo de militares en Riga, Letonia, nos devuelve a Miguel Piernavieja del Pozo. Se recupera allí de su herida mortal, y conoce también a su esposa, la enfermera Dzidra Rozitis Pampe. Los uniformes son alemanes. El historiador de la ULPGC Juan José Díaz Benítez lo explica: "Eran entregados a los voluntarios tras su llegada a Grafenwöhr, ya que la División Azul estaba integrada dentro del Ejército alemán como la División de Infantería número 250, de ahí el juramento de fidelidad al Führer. Los uniformes que solían llevar los voluntarios al salir de España eran del Ejército español. En la foto, están en el extranjero",

De Riga a la Administración

Finalizada la guerra, "se centró en su actividad como estudioso del deporte y obtuvo gran reputación en el mundo del periodismo con la fundación y dirección junto a Cagigal Gutiérrez de Citius-Altius-Fortius (1958); y desde febrero con la publicación Deporte 2000. Asimismo, publicó diversos estudios y ensayos en los que combinaba su calidad como investigador e historiador del deporte con la pedagogía, destacando El deporte en la literatura latina (1960) y El libro deportivo español (1965). Fue uno de los primeros responsables del Consejo Superior de Deportes y del Instituto Nacional de Educación Física", afirma el Diccionario.