La plaza de San Pedro amaneció ayer húmeda debido a la débil llovizna que caía sobre Roma. "Si es que parece La Laguna", apuntó el obispo tinerfeño, Bernardo Álvarez, mientras que una muchedumbre llegada de distintos rincones del planeta, compuesta por alrededor de 120.000 personas abarrotaban el recinto del Vaticano para participar de la tradicional audiencia de los miércoles con el papa Francisco. Eran el doble de lo habitual por la llegada masiva de devotos que ha generado la canonización de los papas Juan Pablo II y Juan XXIII, que tendrá lugar el fin de semana.

Solo unos pocos privilegiados, entre los que estaban los peregrinos tinerfeños de la Hermandad de los Caballeros de Anchieta y las autoridades canarias, pudieron verlo de cerca, e incluso charlar con él. El alcalde de La Laguna, Fernando Clavijo, fue uno de ellos. Estaba sentado en primera fila, a solo unos pasos del Santo Padre. Una vez que concluyó su homilía, traducida a media docena de idiomas, el Papa se acercó a él y sonrió emocionado cuando el regidor le dijo que venía de la tierra de José de Anchieta. Después de invitarlo a la misa que oficiará hoy en honor al nuevo santo canario, le estrechó la mano y, según relató Clavijo después, le pidió con vehemencia: "Por favor, dígale a los canarios que recen por mí".

"Se nota que es una persona especial con solo darle la mano", admitió el político lagunero.Consciente de que haber estado tan cerca de uno de los hombres más poderosos del globo y que además el motivo del encuentro fuera la canonización de un canario como Anchieta, "es algo histórico que uno puede vivir una sola vez en su vida", Clavijo se mostró muy agradecido con el Obispado tinerfeño "por permitir que La Laguna esté representada en un acontecimiento tan importante".

El Obispado nivariense consiguió que los peregrinos y autoridades canarias pudieran sentarse a pocos metros del escenario donde estaba el argentino Jorge Bergoglio. Su primera aparición en la plaza fue a las nueve y media de la mañana a bordo del papamóvil. Avanzaba levantando expresiones de alboroto y generando mareas de gente que intentaba acercarse a él. En ese momento el paisaje estaba invadido de paraguas y nubarrones negros. Cargado de fe, Esteban Afonso, hermano mayor de los Caballeros de Anchieta, se aventuró a pronosticar que cuando la ceremonia papal comenzara dejaría de llover y Roma no quiso contradecirlo.

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