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Entrevista. Sociólogo y filósofo

Zygmunt Bauman: "Querer ser feliz todos los días es una enfermedad"

"El problema más alarmante es el caos en el que viven unos hijos que no saben cuál va a ser su futuro", apunta el ensayista

Zygmunt Bauman: "Querer ser feliz todos los días es una enfermedad"

Polaco de origen judío, a Zgymunt Bauman, al que le acompaña su esposa, se le presume una salud de hierro, una longevidad extraordinaria, perseverante, que le permite disfrutar de una soltura de movimientos admirable. La audición es su punto débil. La traductora elige, por tanto, el lugar más cercano a su aparato auditivo. Autor de más de una decena de libros que penetran sobre todo en la sociedad de masas, el consumo y las clases sociales, Bauman acaba de publicar con Leonidas Donskis un ensayo donde vuelve a remover los cimientos de la conciencia. Ambos pensadores lanzan al espacio de la reflexión social un nuevo término, la adiaforización, la ceguera moral frente a minorías que no vemos, sobre las que decidimos pasar de largo pese a la dura situación que atraviesan. Se han convertido en invisibles.

Alto, vestido con un traje gris y un pulóver de cuello vuelto, decide por fin abandonar el momento sensual de su cigarro para dirigirse hasta el hall. Está desde el sábado por la tarde en Gran Canaria. El domingo lo aprovechó para una excursión por el barranco de Guayadeque, lugar del que volvió entusiasmado y pertrechado de pintaderas, a las que no se pudo resistir después de recibir información sobre los aborígenes canarios, sus cuevas y sus objetos. También se ha sentido seducido por la arquitectura local, por las maderas, por los techos a dos aguas de tejas, por la ermita, por la iglesia... Toma asiento. Veinte minutos de charla con un sabio. Hablar pausado. Al final de la conversación cierta inquietud por fumar de nuevo, pero tiene un nuevo turno de preguntas con otro medio de comunicación. Los anfitriones advierten que pese a su deseo de atender a todos llega un momento en que está agotado y es necesario dosificar. Fuera del hotel llueve. Bauman pidió para comer el domingo una pizza. Hoy [por ayer] lo introducirán en la gastronomía popular. Por cierto, su ojo crítico captó una secuencia: el transcurso de la vida en un pueblo de Canarias. Le gustó. Vive en el Reino Unido.

Usted interviene esta tarde [por ayer] en las XIII Jornadas Familia y Comunidad organizadas por el Ayuntamiento de Agüimes, que tiene por lema Acción y reflexión educativa ante una sociedad líquida

Me gustaría decir, antes que nada, que la organización ha tenido un gran acierto, porque el problema más complejo, más alarmante de nuestro tiempo, no es tanto la relación que tienen los padres con los hijos, sino que es la inseguridad absoluta en la que están en el mundo moderno. No saben cuál va a ser su futuro, no saben si van a tener trabajo, y entonces ya están viviendo en un permanente caos. Creo que en las Islas Canarias, en este sentido, están relativamente seguros en este momento. En las grandes ciudades se vive un proceso acelerado de desaparición de puestos de trabajo, con la exportación de mano de obra a otros países con una protección laboral precaria y donde es más fácil actuar con el soborno a los gobiernos...

¿Y cuál es a su juicio lo que salva al Archipiélago?

Es muy difícil exportar el trato del turismo a ningún otro país, es decir, hace falta que el turismo se consuma aquí... Por lo tanto, los puestos de trabajo desde esta perspectiva no se pueden exportar a Bangladesh ni a África del Norte. De todas maneras, me gustaría enfatizar que este gran problema, que se está convirtiendo en una tendencia general en el mundo entero, podría alcanzar a la Islas Canarias tarde o temprano. De este hipotético futuro es del que he venido a hablar.

A los noventa años, ¿qué es la felicidad para el pensador Zygmunt Bauman?

Sobre ello me gustaría decir lo que dijo Goethe, el gran poeta romántico alemán al que a los noventa años, a mi misma edad, le hicieron la misma pregunta. Y contestó que él recordaba haber tenido una vida muy feliz, pero añadió que no recordaba que hubiese tenido una semana entera feliz. Se trata de una reflexión muy profunda porque significa que la felicidad no consiste en un estado ininterrumpido de placer, sino que son momentos que se dan y que ocurren cuando superamos retos, dificultades, y hemos encontrado maneras de resistir a la presión...

Esa es su propuesta, ¿pero qué observa a su alrededor?

Hoy día estamos bajo un tipo de enfermedad, de plaga, una tendencia al contrario, en el mundo moderno. Se supone que todos los días deberíamos estar felices y que se debería ir coleccionando la felicidad para alcanzar la mejor vida posible. Hay una ética que parece decir que la felicidad nos es debida, y que todos los que están alrededor deben contribuir a ello, a nuestro derecho a tenerla. Y es una enfermedad que básicamente está producida por la sociedad de consumo, y que las carreteras hacia la felicidad pasan necesariamente por las tiendas... Esto es muy destructivo, primero porque no es real en cuanto a cómo se plantea la felicidad, y segundo porque también es insostenible para nuestro planeta.

¿Y se puede limitar el consumismo?

Hay límites que se tienen que poner al consumismo, y no se puede pensar que si no podemos tener más objetos en nuestra vida no se puede estar más felices. En realidad los momentos de felicidad están cuando uno se reúne con otra persona, se comparten sus problemas, se coopera... Pero todo esto no está mediado por las tiendas, que es lo que una gran mayoría quiere. Entonces, todo ello no es una amenaza al futuro de nuestra felicidad sino también del planeta.

Usted acaba de publicar con Leonidas Donskis el libro la Ceguera moral: la perdida de sensibilidad en la modernidad liquida

La falta de sensibilidad moral enlaza con lo que estamos diciendo anteriormente. La sociedad está basada en el egocentrismo, en la autosatisfacción. Es la mayor motivación hoy en día de cada uno de los individuos, y también de las instituciones colectivas encargadas de velar por el bienestar de los ciudadanos. Perseguimos nuestros propios proyectos, sin importarnos los de los demás. Es la incapacidad de ver la responsabilidad moral en lo que hacemos, es lo que yo llamo la adiaforización de la sociedad, donde convertiremos a algunos grupos en minorías frente a las que tenemos cero responsabilidad.

¿Conformismo? ¿Escepticismo? ¿Nihilismo?

Nosotros miramos las diferencias entre las utopias que existían hace 300 años y las de ahora. Una metáfora que nos pareció acertada para acercarnos a ese pasado fue la del jardinero que tenía un mundo caótico en su solar, y como consecuencia de ello quería imponer una armonía perfecta, que sería la sociedad, con cada planta en su lugar adecuado, con la malas hierbas eliminadas, con soluciones para erradicarlas.

Parece que ya nadie se preocupa por ese jardín cuyo cuidado provocaba movimientos de masas, revoluciones y sacaba a la luz líderes que llenaban a los pueblos de esperanza...

Hoy en día es la utopía individual. Y la mejor metáfora que podríamos utilizar para entenderlo es que cada persona es un cazador que quiere obtener la mayor parte de animales del bosque, con el objetivo de llevárselos muertos a su casa. El jardinero, en cambio, tiene responsabilidad para crear la perfecta armonía en su lugar, tiene un plan y trabaja para que todo funciones. El cazador, por su parte, no es responsable en absoluto con el estado del bosque, y lo único que le interesa es llevar el máximo de animales posibles a su hogar. Así, pues, tenemos una situación en la que la responsabilidad ha desaparecido, hay una ceguera moral total. Entonces, yo no evalúo en absoluto lo que son las repercusiones de mis actos porque las otras personas no importan, sólo importo yo y nada más.

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