Usted sostiene que las imágenes modelan el pensamiento, la historia colectiva y personal.
Hoy vivimos en una iconosfera, envueltos en una membrana de imágenes, la vieja teoría platónica de que estamos en una caverna y sólo vemos las sombras ha dejado de ser una metáfora para ser una realidad. Las imágenes condicionan nuestras opiniones y nuestras vidas, por tanto hay que prestar atención a cómo funcionan. Se da la paradoja de que cada vez somos más hábiles haciendo imágenes y más inhábiles al descifrar su valor y su impacto.
¿Somos más torpes o es que hay demasiadas imágenes?
Hay una desproporción entre el acceso a la producción de imágenes y la capacidad de lectura. Esa superabundancia no nos da más conocimiento, nos da más información pero limita el conocimiento porque no nos permite cribar las imágenes importantes, que quedan oscurecidas por un magma que nos distrae.
Han desaparecido los álbumes de fotos, sustituidos por imágenes que documentan cada instante y que se comparten.
El álbum de familia era un objeto de naturaleza totémica, el libro sagrado al que acudía un determinado linaje a buscar su fuerza. Eso ha ido cambiando en la medida en que las imágenes pierden su valor sagrado y su dimensión mágica. Hoy las imágenes están secularizadas. Las imágenes eran una exclusiva de los sacerdotes y los chamanes; luego llegaron los artistas, una élite que tenía un talento; luego los profesionales, expertos en el manejo de un instrumental; en 1889 aparece el señor Eastman que crea la empresa Kodak y dice: usted apriete el botón y nosotros haremos el resto. Cualquier persona puede hacer fotos, despreocupándose del aspecto profesional, pero hay un cierto handicap, que es el coste.
Hasta hoy.
Sí, así llegamos a la posfotografía, la fotografía digital. Antes reservábamos las fotografías a momentos solemnes, históricos; hoy fotografiamos todo, banalizamos el acto del disparo y desproveemos la imagen del carácter de singularidad que realza el acontecimiento.
¿Mirar el mundo a través de un objetivo o de una pantalla distorsiona la visión de la realidad?
La realidad es una construcción intelectual de nuestra percepción y la fotografía es un medio para negociar nuestro concepto de realidad.
El acceso masivo a la fotografía cuestiona el concepto de autoría. Usted dice que para que exista se requiere de intención.
Todos escribimos, pero verdaderamente, ¿todos somos escritores, es decir, autores? Todos fotografiamos, ¿pero todos somos fotógrafos, es decir, autores? Para que eso ocurra tiene que sobrepasarse la utilización del medio, del lenguaje, meramente con fines comunicativos, y hay que darle cierta intención. Es ahí donde hace falta voluntad.
Algunas imágenes son tan reconocibles que es difícil imaginar que son propiedad de alguien.
Hay que confrontar el acceso a la cultura con los derechos del autor. Yo tengo unos derechos sobre las obras que he creado; el público y otros autores deben tener libertad para acceder a las obras que han creado otros. Yo lo veo con mucha libertad. En el fondo, todas las imágenes tienen relación con las imágenes precedentes, las imágenes no se crean en el vacío, se crean a partir de una cultura visual que nos ha conformado. Todos nos debemos a todos, así que la regulación del derecho de propiedad debe ser abierta.
La fotografía ha tardado mucho tiempo en ser reconocida como un arte y tener su lugar en los museos.
La fotografía es mucho más que un arte: es un lenguaje, una cultura visual, un instrumento de la curiosidad, un ámbito abierto a muchos territorios, uno de ellos es el arte y no necesariamente el más importante. Lo que se le ha negado a la fotografía no es la naturaleza artística sino su incor- poración en el mercado del arte. La fotografía no se consideraba digna de ser objeto de transacciones, de estar en las colecciones pero la capacidad artística y de creación no se le puede discutir. La fotografía ha cambiado el mundo: desde el arte hasta la noción de la verdad.
