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La joya del desierto

El templo de Baal Shamín, que han destruido los mercenarios del EI, tenía una importancia trascendental incluso para el cristianismo

El Estado Islámico muestra la destrucción del templo. EFE

Érase una vez una ciudad encantada en medio del desierto? Parece el principio de un cuento de hadas, pero se trata de una historia real. ¿Cuántas veces visité esa ciudad hechizada perdida en un mar de arena? No lo recuerdo con exactitud, lo cual me preocupa, porque mi desmemoria es una metáfora del olvido al que la ha relegado la humanidad.

Hace muchos siglos, en los mercados de aquella ciudad oasis situada en la ruta que unía Roma con Oriente, se comerciaba con todas la riquezas de la Antigüedad. Pero su gran suerte, o su desgracia según se mire, es que estaba gobernada por una reina que rivalizaba en belleza, inteligencia y cultura con Cleopatra, de la cual afirmaba ser descendiente. Ella fortificó y embelleció la ciudad hasta el punto que desafiaba en belleza y fortaleza a las mayores urbes de la época.

Como todas las personas inteligentes tenía una gran tolerancia, lo que le llevó a acoger en su corte a paganos, judíos y cristianos, y a permitir que sus súbditos adorasen en sus templos a divinidades de todo el mundo. También aventajaba a los hombres en valor, porque era una reina guerrera poseída por tal ambición, que quiso convertir su reino en un imperio, pero para eso tenía que eclipsar primero a la gran potencia de la época, Roma?

Se llamada Zenobia y su ciudad Palmira, cuyas ruinas sobreviven, por poco tiempo, en el desierto sirio. En el año 269 d. de C., invadió Egipto, pero dos años después el emperador romano Aureliano logro expulsarla y sitió Palmira que se rindió en 272. Aureliano visitó uno de los templo del Sol, se llevó sus ídolos a Roma y los ubicó en otro santuario que construyó a esa divinidad solar en el Campus Agrippae de la ciudad del Tíber. La identificación de Aureliano con ese dios fue tan grande que dos años después la convirtió en la principal del panteón romano e hizo oficial su festividad, que se celebraba el solsticio de invierno, el 25 de diciembre.

Cuando el Impero Romano aceptó el cristianismo, el nacimiento de Jesús comenzó a celebrarse en esa fecha como una medida para cristianizar la festividad pagana más popular. Ese es el origen de la navidad.

No se sabe a ciencia cierta de que templo tomó Aureliano las estatuas, pudo haber sido el de Baal Shamín que hace unos días volaron por los aires otro grupo de esos mercenarios sanguinarios disfrazados de musulmanes que luchan a sueldo para el autodenominado Estado Islámico.

Cuando vivía en Damasco y viajaba a Palmira, cada vez que llegaba a la ciudad miraba por las ventanas del vehículo y lo que veía me parecía un espejismo que surgía por ensalmo en el desierto. Me gustaba visitar sus templos, en especial esta edificación dos veces milenaria, aunque el templo de Bel se encontrase mejor conservado. Admiraba la fusión de estilos arquitectónicos orientales y romanos y dentro de sus muros reconstruía, con una mezcla de imaginación y conocimientos históricos, como debía de haber sido. Me imaginaba a Zenobia e incluso al emperador romano Adriano realizando rituales en honor a Baal Shamín.

Nunca olvidaré Palmira como han hecho los países occidentales que han usado a los terroristas para desestabilizar Siria y que a pesar de ello se llaman civilizados, esos regímenes que ahora cierran las puertas a los refugiados que huyen del horror que desataron los Estados Unidos, el Reino Unido, España y demás naciones que integraron la coalición que invadió Irak.

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