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'La cumbre escarlata'

El universo Del Toro

El universo del realizador Guillermo del Toro se expande, y si se expande, acabará tragándose todo lo que hay en él. En el fondo, de eso trata La cumbre escarlata: atrapar un relato de asesinatos y fantasmas a finales del XIX y mimetizarlo con la, ya, hiperreconocible estética del cineasta mexicano. La potencia de sus formalidades es evidente desde el principio, donde una chica estadounidense (Mia Wasikowska) de padre industrial norteamericano (esencial esto) se enamora de un noble inglés (esencial esto) venido a menos (Tom Hiddleston).

La muerte del progenitor y la boda con el británico la conducen a la mansión extranjera de su nueva familia, justo al lugar que su madre muerta y ectoplásmica le avisó que no debería acercarse. Ahí se construye una historia de terror e intriga que funciona porque está Del Toro detrás.

La fuerza de lo que cuenta La cumbre escarlata no es demasiada pero el cómo lo cuenta consigue que el resultado sea muchísimo mejor. Con ecos de la Hammer, y de la Rebeca de Hitchcock, y de la remezcla de tantas cosas, se va armando una película a través del lenguaje de Del Toro que funciona y nos escapa de una narración de thriller al uso. Se plantea a los dos mundos, la vieja y pobre Europa vs. la nueva y rica Estados Unidos, en permanente fascinación mutua mediante esas aristocracias que fueron y que podrán ser, de continuo enfrentadas. Habría que pensar el filme también en su control de los espacios, que se hunden sobre una arcilla sangrante, como La caída de la casa Usher, y se vuelven locos de tanto estar encerrados. Llegan, no queda otra, los crímenes y el horror para que esta chiquilla se dé cuenta de la tiniebla en la que se ha adentrado. El triángulo Wasikowska-Hiddleston-Chastain deslumbra y continúa Del Toro llevándonos entre fantasmas hasta desembocar en una última mezcolanza. La nieve, ocurría en esa historia de fantasmas que se llamaba El resplandor, termina por purificar las vidas de los protagonistas, unos, ectoplasmas arrepentidos para siempre, y otros, vivos abrumados de culpa por el tiempo que les quede.

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