La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Entrevista

Sádaba: "Quien tiene miedo al pensamiento también tiene miedo de sí mismo"

"La satisfacción con uno mismo es lo que hace que merezca la pena vivir y que seamos más felices", expone el filósofo

El filósofo Javier Sádaba. JUAN CARLOS CASTRO

¿La ética debe despojarse del puritanismo y ocuparse más del deseo y menos de los deberes?

Siempre he defendido una combinación entre deberes y deseos. Quizás, últimamente, he insistido mucho en los deseos porque estaban muy dejados de lado y, en este sentido, creo que habría que recuperar un poco más la idea del placer epicúreo, pero sin olvidar que siempre hay semáforos que no se deben traspasar nunca y esos son los deberes. Por eso, yo digo: cumplamos todos los deseos que podamos y tengamos las satisfacciones que estén a nuestro alcance, sin olvidar que hay murallas que no se pueden rebasar y que tienen que ver con hacer mal al otro, con agrandar más las desigualdades o con pisotear la justicia. Pero dentro de eso, defiendo la máxima libertad para los deseos.

Si el fin último de la ética es la felicidad, ¿una vida moral se aproxima más a una vida feliz?

Con mis dudas, yo digo que sí. Creo que la felicidad, que siempre es limitada en los humanos, tiene dos niveles. El primero es el de los deseos y placeres, que hay que exprimirlos, como he dicho antes. El otro es el de la satisfacción con uno mismo, esto es, que la conciencia quede satisfecha. Ese es el núcleo de la moral y es lo que hace que, al final, merezca la pena vivir y que, por lo tanto, seamos más felices.

Sus últimas obras se detienen en las distintas maneras y tipologías de amor, ¿predomina en estos días el "amor con prisas"?

No soy nada original, pero creo que hoy cabría rescatar ese verso de Machado, que dice: "Voy deprisa por la vida...". Esto se aplica también al amor, donde creo que hay mucha inmediatez, mucha urgencia y mucho "aquí te pillo, aquí te mato". No me gusta entrar a juzgar, pero creo que un amor más denso, más interesante, tiene muchos más mimbres; con sus partes de seducción, de construcción y de remate. Y de que después haya ecos que, ojalá, duren toda la vida. En mi caso, han durado toda la vida.

¿La sociedad de consumo y la virtualidad de las relaciones obstaculizan nuestra capacidad para cultivar relaciones reales?

Creo que este escenario -que comporta, sin duda, grandes ventajas- está creando nuevos dioses. Me parece que el ciberespacio se está convirtiendo en la divinidad de nuestros días; los niños crecen agarrados a la tableta y eso conlleva unos costes y aduanas considerables. En primer lugar, las relaciones de tú a tú, que constituyen un valor que jamás habría que perder mientras el homo sapiens sea homo sapiens. Pero también otros valores como el reposo, la lectura, pero saboreándola, y un cierto tipo de meditación y reflexión, que son necesarias para coger resuello y, después, dirigirse al mundo. Entonces, insisto en que, desde un punto de vista estrictamente tecnológico, los avances son grandes y proporcionan grandes bienes, pero habría que hacer un esfuerzo pedagógico por dilucidar cómo aprovechar todas esas ventajas y no olvidarse de ese registro del alma que necesita que uno, de vez en cuando, esté solo o cara a cara con los demás.

Alguna vez ha dicho que España es un país intelectualmente muy pobre, ¿este empobrecimiento dificulta las posibilidades para una vida buena?

Antes habría que aclarar que España es un conjunto con piezas muy distintas pero, si hacemos un análisis transversal, yo creo que hay dos cosas negativas, aunque también tenga otras muchas positivas. Una es que España sigue siendo un país muy inculto y cada vez más; se lee poquísimo y se grita, pero no se discute. Y, por otro lado, creo que hay un miedo tremendo a la abstracción, es decir, todo lo que no sea algo concreto, inmediato, que pueda comerse o beberse, por así decirlo, produce miedo. Creo que las causas son diversas y tienen mucho que ver con la historia de este país. Pero convendría que, de vez en cuando, nos eleváramos más a los conceptos y que, al mismo tiempo, fuéramos más cultos, más curiosos, y que estuviéramos más enterados de todo lo que sucede a nuestro alrededor.

¿Ese miedo a la abstracción es también miedo a mirar dentro de uno mismo?

Quien tiene miedo al pensamiento se tiene también miedo a sí mismo, porque en la conciencia, lo poco o mucho que podamos tener de conciencia, se refleja todo lo que estamos haciendo. Entonces, parece que lo mejor es huir y yo creo que uno de los grandes males es la huida. Siempre hay un núcleo oscuro en nosotros, pero debemos intentar conocernos un poco más, ¿no? Tratemos de salvarnos, de apoyarnos en nosotros mismos y, para eso, conocernos un poco más.

En este escenario, ¿es más peligroso que nunca cercenar las horas de filosofía en las aulas?

Totalmente. Me parece que lo que se está haciendo es una barbaridad. Primero, la filosofía debe impartirse bien y el profesor debe saber exponer la historia de la filosofía y, al mismo tiempo, conectar con los intereses de los alumnos. Una vez dicho esto, creo que ese intento por eliminar todo pensamiento crítico y autocrítico; por hacer que no se mire más que a los aspectos más productivos de las cosas; por hacer que todo cuanto promueve una visión del mundo más profunda ante las cosas, desaparezca, es un mal. Y quitando la filosofía, van a quitar mucho de eso.

Compartir el artículo

stats