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Danza 'Animal'

Soñar con los orígenes, para empezar de nuevo

Soñar con los orígenes, para empezar de nuevo

Ya sabíamos, cuando entramos al teatro, que la coreografía de Daniel Abreu iba a introducirnos en una atmósfera onírica. Y así fue; no nos defraudaron. Da gusto poder contemplar de este modo los sueños ajenos; siempre encontraremos en ellos imágenes que resuenen en nosotros mismos y nos expandan. Cuando el primer bailarín aparece en el escenario y con calma se detiene a contemplar los tres arbustos que cuelgan del techo, entramos con él en un espacio mágico donde van a ser recreados nuestros comienzos con el silencio que en ocasiones nos regala la danza.

Al poco tiempo aparece en escena Anuska Alonso, apenas vestida y con una ramita en la mano; libre y sensitiva, con su melena sobre los hombros. Recuerda a una cazadora-recolectora, porque entonces debió haberlas. Ella también se para bajo esos tres arbustos muy ramificados y secos cuya función es la de dar plenitud al vacío y recrear una dimensión en la que las categorías de espacio y tiempo han sido trastocadas. No parece que venga de acabar con la vida de un semejante (como el primate en la odisea espacial de Kubrick), porque aún solo estamos contemplando a una humanidad donde los instintos pueden satisfacerse en paz. En Animal hay presencia e inventiva. Con qué suavidad se acuclilla Anuska sobre los tobillos de su compañero, aquel que junto a otro parece realizar al unísono una cópula ritual con la tierra. Se sienta y espera, y luego pasa bajo él, explorando la intimidad, y se cuelga de su torso. Entonces se producen momentos de una silenciosa delicadeza. Podríamos haber seguido respirando con ellos, bajo aquella luz cálida que no hería su desnudez.

La entrada en escena de Dácil González, tan alta en contraste con su compañera e investida de una autoridad mítica, da a la coreografía la potencia simbólica de un poema épico indostánico. Además, la música ya había empezado a extenderse por el espacio como en una larga y vibrante raga hindú. Después, el poema se volvería prosa, novela negra; habría reverberación, rojo brillante. La diosa se fue desvistiendo poco a poco y ya como mujer de mundo se sentiría cosificada. Pero antes de un final imprevisto, la cazadora volvió para pacificar a los dos contendientes.

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