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Entrevista a Alberto Omar Walls

"La vida en el siglo XVII era aún más dura en las Islas que en la Península"

"Fue una época de lo más contradictoria y conflictiva en lo social como atestiguan las continuas guerras", indica el escritor

El escritor Alberto Omar Walls. LA PROVINCIA/DLP

¿Por qué ha situado la acción de la novela en el siglo XVII?

Había muy poco publicado de esa época, con el tratamiento de ficción. Al parecer el novelista canario no había visto la manera de abordar un período tan complejo, y en cierto sentido oscuro, de la vida en nuestras islas. Y porque siendo el Barroco tan excelso en todas las artes, incluso en la literatura, fue, por el contrario, devastador para muchos en lo social, tanto por imperar una moral cerrada como por ser tan estratificado y rígido el ejercicio del poder.

¿Se inspira en algún personaje real para crear a Liberto?

En nadie en concreto, pero busqué conocer a personas ya centenarias para entender a mi personaje. Y, por otro lado, tuve la inspiración de crearlo cuando leí a Manuela Marrero, quien decía que más de un tercio de la población canaria era esclava y se daba el caso de niños esclavos que cumplían la función de cuidar de otros niños más pequeños, hijos de los señores. Me atraía la idea de que alguien ya centenario y libre, con formación y situado en el XVII, pudiera reflexionar, sin acritud, pero con inteligencia, sobre el siglo pasado que lo vio nacer.

¿El hecho de que el personaje haya sido esclavo y libre hace que la novela transcurra entre el drama y la comedia?

España era un imperio porque en sus territorios no se ponía el sol. Sumaba veinte millones de kilómetros cuadrados con sus territorios de Europa y América. Una expoliación mercantilista le correspondió a América, pues llegó a contribuir con más de quince mil toneladas de plata y doscientas de oro, y, a pesar de tan riqueza, se trató de una época conflictiva y contradictoria en lo social como lo testimonian las continuas guerras, revueltas y la extendida pobreza en el país. En estos años se dan lo sublime y lo grotesco; los dramas y las comedias. Por entonces triunfarán por igual, siendo distintos, Calderón de la Barca, Tirso de Molina o Lope de Vega, Gracián, Quevedo o Góngora.

¿Había mucha diferencia entre la población de Canarias y el resto de España en esta época?

Respecto del número de habitantes, en ese siglo hay un gran aumento demográfico de las islas respecto del peninsular. Sobre todo en Tenerife y La Palma, debido al auge del vino y su exportación. El 60 por ciento de unos cien mil habitantes se repartía entre Tenerife y Gran Canaria, unos quince mil en La Palma, y los quince mil restantes se distribuían entre El Hierro, Gomera, Lanzarote y Fuerteventura.

¿Eran las condiciones de vida aún más duras en las Islas?

Sí que eran muy duras, y se sucedían, durante años, las hambrunas y epidemias; abandonaban los terrenos los pequeños propietarios, que compraban a bajo precio los que más tenían; lo sufrían mucho las islas orientales y se daba una continua inmigración, pero grande y sangrante emigración fue la que se exportaba a América, mucha por designación real. Asunto que recojo en La sombra y la tortuga, junto a los peligros de los piratas, que eran continuos, y los apresamientos para vender para rescate o esclavitud. En Tenerife y La Palma, en el XVII, se cultivó más vino que cereales, por lo que la exportación vinícola superó al rendimiento azucarero, que decreció hasta desaparecer poco a poco. La burguesía, mayoritariamente extranjeros asentados en Canarias, junto con la nobleza, heredera de las reparticiones, eran los que concentraban más riqueza, lo que hizo que la población de Tenerife, por la mano de obra necesaria, superara los cincuenta mil habitantes y se llegara a producir unos quince millones de litros de vino.

¿Le ha sorprendido algo especialmente de esta época?

Que el niño no existía como ahora lo entendemos, pues no se atendía su educación. O que la mujer nacida libre tuviera poquísimas opciones en la vida, casarse o meterse a monja de clausura; y al margen de esas dos opciones mejores, sin obviar la prostitución, no tenía valor social alguno, porque se dudaba de su capacidad e integridad moral. Una sociedad tan machista como la del Antiguo Régimen no podía permitir las reivindicaciones de las más inteligentes. En mi novela dejo testimonio de la ardua lucha por la liberación de la mujer que, en los casos que expongo, pierden siempre. Porque sabemos que el cambio no se da hasta el XIX, con las primeras sufragistas, quienes exigen el voto para la mujer y la abolición de la esclavitud.

¿Han vuelto a ponerse de moda las novelas históricas?

En sentido estricto esta no es una novela histórica. Eso sí, asume un telón de fondo, el siglo XVII en Canarias, y sobre él proyecta sus personajes y los muchos conflictos. De todas formas, todos los géneros están ante nuestros ojos y nosotros podremos usar, si no atendemos a modas pasajeras, lo que mejor nos cuadre para exponerle al lector mensajes concretos.

¿Qué supone esta novela en su producción literaria?

Un primer resumen de lo aprendido en la vida.

¿Hay una línea temática o un interés particular que haya mantenido en sus novelas?

Siempre la defensa del más débil y la lucha contra cualquier clase de esclavitud o el dominio de un ser sobre otro. Nadie tiene derecho a controlar o esclavizar a nadie, por el contrario, creo que todos tenemos la obligación de amar sin pedir nada a cambio.

¿Hubo una Generación de los 70 en Canarias?

Sí que la hubo, pero en el sentido de que pertenecimos, siendo jóvenes, a una época donde se estaban dando profundos y positivos cambios sociales, y todos ellos formaron parte de nuestras materias creativas. Lo que cada uno de nosotros haya hecho con esos aprendizajes, es cuestión personal que se dilucida siempre a lo largo del tiempo. Y quien quede para ser leído, lo dirá el futuro.

¿Tiene referentes o influencias a la hora de escribir novela?

No, me siento absolutamente libre de mis mitos y lecturas. He leído desde los catorce años, y seguro que en mi inconsciente habitan hermosos o terribles seres de ficción que alguna vez me impresionaron y engulleron. Recuerdo que mis padres salían los domingos al campo con mis hermanos menores, y me quedaba tan feliz leyendo las obras completas de autores que en la casa había. Me daba lo mismo que fuera Tolstoi, Balzac, Dostoievski, Proust, Ibsen, Gorki, o Hesse, porque me emocionaban y trasmutaban al sumergirme de lleno en aquellos universos que creaban. ¡Oh, qué bello objetivo como novelista, lograr con algún lector que lea La sombra y la tortuga, algo similar a ese tipo de abducción.!

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