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Entrevista

"La memoria no tiene que estar vinculada a la nostalgia"

"La responsabilidad del cronista está vinculada al compromiso con el presente", explica José A. Luján, presidente de la Junta de Cronistas de Canarias

El cronista José A. Luján. LA PROVINCIA / DLP

¿Cómo comenzó en el mundo del periodismo?

Mi primera crónica la publiqué en febrero de 1966 en El Eco de Canarias, con ocasión de la inauguración de la luz eléctrica suministrada por Unelco y la bendición de las nuevas campanas de la iglesia de Artenara, por lo que, echando cuentas, se cumplen ahora cincuenta años. Creo que fui el primer corresponsal de prensa en la localidad y desde entonces sentí la necesidad de contar a la gente lo que le pasa a la gente, como diría García Márquez, es decir, los pequeños acontecimientos de la localidad. Creo que esa primera crónica sobre la luz y el anuncio que hacen las campanas encierran una metáfora o definición muy certera del periodismo, que te atrapa para toda la vida. En el instituto dirigí la revista Tribuna Joven, creada por Salvador Sagaseta, que tras haber cesado durante ocho años, se reinició cuando volví al centro como profesor de Literatura; en la etapa universitaria fui corresponsal de El Eco de Canarias en La Laguna; más tarde dirigí diez números del Boletín Informativo del Colegio de Licenciados, y desde 2005 coordino el anuario Crónicas de Canarias, que edita la Junta de Cronistas, cuyo undécimo volumen se presentará el próximo sábado en Garachico.

Piedra lunar es su última producción bibliográfica a modo de colección de la columna homónima.Piedra lunar

Uno comprueba, como si fuera un arquitecto, que a lo largo de la vida ha construido una obra diversa. Siempre me he considerado como un hombre del Renacimiento, que trata de indagar en los múltiples planos de lo que llamamos la realidad. En mi producción creativa, con más de quince títulos, hay obra de investigación histórica, rescates etnográficos y patrimoniales, crónicas desde la oralidad, creación literaria en narrativa y poesía, propuestas de iconos culturales y etc. El título de la columna Piedra lunar, ahora recogida en formato de libro, sintetiza esta dualidad creativa: la piedra como realidad y la luna como sueño.

La recuperación de la memoria juega un papel fundamental en esta obra, algo propio de su actividad como cronista oficial de Artenara y presidente de la Junta de Cronistas de Canarias.

La investigación y la escritura es una pasión que forma parte de la cosmovisión de quien la siente como un compromiso. En nuestro caso no existe la necesidad de sumar méritos académicos para mantener una carrera docente. Los cronistas nos movemos por dejar constancia escrita a las generaciones venideras del mundo que nos rodea, con una perspectiva que arranca del pasado y se proyecta hasta el presente. La memoria no tiene que estar vinculada a la nostalgia, que siempre es regresiva y reaccionaria, sino que ha de intentar construir los estratos que han configurado el pasado de nuestra sociedad. Por eso, la responsabilidad del cronista está vinculada al compromiso con el presente para que sus testimonios sean tenidos en cuenta de manera certera en el futuro cuando se pretenda interpretar esta actualidad que para ellos será pasado. En esta obra queda plasmada mi cosmovisión personal sobre múltiples temas en los últimos diez años. Y ahí está para ser enjuiciada.

El Real Club Náutico le acaba de conceder un premio por su relato La Mujer que hablaba con los Muerto

Sí. Ha sido una de las satisfacciones de esta última semana, que ha coincidido con la publicación en formato de libro de las 270 columnas que conforman Piedra lunar. El relato premiado trata de un personaje histórico, Cha Zaragoza, que decía que hablaba con los muertos. Ese hecho, reconstruido en narración, es literatura pura en la mejor expresión que se cataloga en el realismo mágico.

El poeta Leopoldo María Panero fallecido el año pasado es el protagonista de varias de sus crónicas ¿Cómo fue su relación con él?

Luis Arencibia me lo presentó aquí en Las Palmas. Él lo conocía de su estancia en el manicomio de Leganés y fue quien propició su traslado desde Mondragón a Las Palmas. Yo vivía cerca de El Esdrújulo, la cafebrería donde Panero pasaba las tardes cuando salía del manicomio. Me percaté que por nuestras calles traficaba un poeta universal y como profesor de literatura y cronista no podía dejar escapar la oportunidad de tener una relación cercana con este personaje. Era muy difícil hablar con él, no se le entendían sus palabras, pero así y todo hubo una cercanía. Yo le mostraba algunos poemas, asentía, y luego hablaba de Mallarmé y de quiénes lo convertían en loco, en fin, la retahíla reconocida en su biografía. Algunos vecinos de Triana decían que había que "quitar aquella basura de los bancos", donde dormía desde media mañana. Cuando murió, en el tanatorio sólo estábamos cinco personas. Yo pude ver su rostro de niño muerto. En el minuto final, formamos una hilera, dijimos unas palabras y se leyeron unos versos. Nadie de la cultura oficial apareció por allí. Al mes de haber muerto, los gestores culturales se volvieron locos de contento, organizando lecturas colectivas en la Biblioteca Insular, exponiendo sus obras y ensalzando su figura. Poco tiempo después, en la presentación de El discurso del cuerdo, de Luis Arencibia, en el Club LA PROVINCIA, se propuso colocar un sencillo memorial en la zona del Parque de San Telmo que recuerde su figura. Una placa con sólo su nombre. Ese icono elaborado de manera gratuita por Máximo Riol, honraría a esta ciudad que lo acogió y lo rechazó. Eso es fruto del malditismo, su religión poética.

El pintor José Arencibia, el autor del mural de la iglesia de Artenara y su hijo Luis también son personajes recurrentes en su libro, ¿a qué cree que se debe el desconocimiento de la obra de ambos?

El reconocimiento de los artistas en el marco de una tradición plástica depende de distintos factores: divulgación institucional, efemérides y conmemoraciones, edición de monografías, etc. En este caso, padre e hijo son de una gran potencia creadora en nuestro ámbito cultural. La biografía de José Arencibia Gil es excepcional y ha sido tratada por Germán Jiménez Martel que ahora trabaja en una tesis doctoral. Falleció de manera repentina a los 54 años y el instituto de Telde donde impartía clases lleva su nombre. No obstante, su figura y valoración se solapa con la del pintor expresionista, cuasi homónimo, Jesús Arencibia, el pintor de Tamaraceite, que fue profesor de la Escuela de Magisterio. Antonio González Padrón, cronista de Telde y director de la casa Museo León y Castillo ha sido el gran valedor de la figura de José Arencibia. Organizó una exposición con motivo de su centenario (1914-2014), que en parte se llevó a Artenara y se pretendió que fuera itinerante y con un sentido didáctico, pero los recortes en cultura han impedido la proyección de su centenario, aunque queda pendiente una gran exposición de su obra en Las Palmas. Por su parte, Luis Arencibia, afincado en Madrid desde hace 40 años, ha desarrollado una intensa obra cultural sin perder sus referencias con Gran Canaria. La obra Sueños barrocos, de Jonathan Allen, es el mejor testimonio biográfico de este artista, que a pesar de estar jubilado, continúa en constante producción. Lo que está claro es que en la plástica isleña, José Arencibia y Luis Arencibia, padre e hijo, tienen nombre propio y su obra merece ser reconocida y divulgada con mayor empeño institucional.

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