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Entrevista a Miguel del Arco

"En 'Antígona' están todos los conflictos que pueden enfrentar al ser humano"

"Las preguntas que se hacían los griegos hace 2.500 años son las mismas que nos hacemos hoy", asegura el dramaturgo

El dramaturgo Miguel del Arco. LA PROVINCIA / DLP

Ni Creonte ni Antígona, tío y sobrina, rey de Tebas y ciudadana rebelde, pueden ceder en su enfrentamiento sin traicionar su ser más esencial. "Ambos tienen razón, o ambos creen tenerla", reflexiona Miguel del Arco, quien reescribe y dirige esta reinvención de la tragedia insigne de Sófocles. En la Antígona que presenta Del Arco, Creonte es una mujer, que defiende la portentosa Carmen Machi; la fuerza de su apuesta radica en el equilibrio desprejuiciado entre sus dos protagonistas frente al maniqueísmo fácil; y los conflictos morales y políticos que retrata, enmarcados en la incipiente democracia ateniense, también hablan de los conflictos de nuestro tiempo.

Antes que nada, ¿por qué escoge el mito de Antígona como primera apuesta escénica al abrigo de El Teatro de la Ciudad

Antígona es una función fundamentalmente política, que enfrenta al individuo con la sociedad, y este es un tema que siempre me ha interesado enormemente, porque reflexiona sobre cuáles son nuestras obligaciones como miembros de la sociedad y dónde se desdibujan las fronteras del individuo para pasar a ser integrante de una sociedad. Y este conflicto es manifiesto en Antígona. Por otra parte, me interesa también la cuestión de la moral individual frente al interés general, es decir, aquello que tú íntimamente crees y su colisión con las leyes que, en algunos casos, puede llegar a traicionar tu ser más íntimo. En definitiva, en Antígona están todos los conflictos que pueden enfrentar al ser humano: la familia contra la sociedad, el individuo contra la sociedad, el hombre contra la mujer, los dioses contra los seres humanos y los vivos contra los muertos. Todos los grandes temas están en Antígona.

¿Por qué los conflictos que aborda Antígona

De la misma manera en que, ahora que ando metido en el montaje de Hamlet, sigue viva la cuestión del "ser o no ser": porque habla de la condición del ser humano. Somos animales gregarios, vivimos en sociedad y, por lo tanto, vamos a tener que hacernos las mismas preguntas que se hacían los griegos hace 2.500 años en una democracia incipiente; y que son las que plantea Antígona y son, a su vez, exactamente las mismas que nos hacemos hoy. Por lo tanto, cambian las formas, pero no las preguntas, porque forman parte de la condición innata del ser humano: por qué estoy aquí, por qué me tengo que morir, por qué estoy viviendo o por qué y para qué tengo que cumplir estas leyes si van en contra de lo que yo íntimamente pienso. Estas preguntas son infinitas y creo que la vocación del teatro no es ni contemplar ni darles respuesta, sino seguir interrogándonos, que es lo que creo que tiene que hacer siempre el ser humano: interrogarse permanentemente.

¿Cómo decide convertir al personaje de Creonte en una mujer y cómo modifica esta elección el sentido de la obra?

La idea de convertir a Creonte en una mujer ya rondaba por mi cabeza de la misma manera en que lo hacía el nombre de Carmen Machi. Cuando digo que cambian las formas, pero no cambian las grandes preguntas, también me refiero a esto: las formas cambian porque, hace 2.500 años, la democracia era posiblemente más participativa que la nuestra, pero sólo era participativa para los hombres, mientras que mujeres y esclavos estaban a la misma altura y sin ningún tipo de acceso. Ahora, eso ha cambiado, con lo que no digo que mujeres y hombres estén en igualdad de condiciones, pero hemos avanzado bastante con respecto a hace 2.500 años. Sin embargo, no creo que el poder sea una cuestión de géneros y no veo una diferencia real entre que mande una mujer o un hombre. Y tampoco creo, como indican tantos estudios, que Creonte sea un personaje misógino. Creo que es un personaje deudor del tiempo en que fue escrito, que fue esa democracia en que las mujeres no participaban. Por eso, no creo que Antígona hable de un problema de género sino de un conflicto político, donde cada parte expone sus razones. En el caso de Creonte, está totalmente convencido de estar haciendo lo mejor para la democracia y mi intención no es ni juzgarlo ni justificarlo, sino intentar comprenderlo.

Su revisión busca situar a los personajes de Antígona y Creonte en un plano de igualdad, sin que Creonte tenga que ser el malo -o mala- de la obra.

Tal vez haya una parte que se gane en el hecho de que ambos personajes sean mujeres, para aparcar ese posible conflicto de género, aunque es cierto que sigue habiendo una desigualdad porque Creonte tiene el poder y Antígona no. En este sentido, convertir a Creonte en el malo de la película es muy fácil, pero a mí me parece que el acierto de Antígona es presentar a dos personajes, como son Antígona y Creonte, que están muy equilibrados, y donde el conflicto surge al escuchar a Antígona y estar de acuerdo con Antígona y, al mismo tiempo, escuchar a Creonte y estar de acuerdo con Creonte. Si ese conflicto no funciona, si no hay equilibrio, queda un planteamiento maniqueo, porque entonces tendríamos a un dictador terrible que actúa desde la perversión y eso convertiría a Antígona en una víctima. Y Antígona es mucho más que una víctima. Lo interesante de Antígona, al igual que lo interesante de Creonte, es que ambos son muchísimas cosas.

¿Antígona podría haberse titulado AntígonaCreonte?

Pues es que Creonte está mucho más tiempo que Antígona en el escenario explicándose a sí mismo, pero no sólo en mi versión, sino en el texto original de Sófocles. Aun así, en la obra hay un equilibrio en el conflicto y creo que la inteligencia de Sófocles reside en situar a dos personajes con una identidad sobrecogedora para que todo lo que suceda en el escenario conflictúe al espectador y que éste tenga que pensar: ¿Y qué haría yo en una situación parecida?

Después de este tridente de tragedias grecolatinas, ¿el nuevo reto de Teatro de la Ciudad

Aún hay que darle forma, porque la producción del Teatro de la Ciudad ha sido ardua y complicada, ha requerido movilizar a muchísima gente, desde la investigación hasta la creación de la puesta en escena de los montajes, y prácticamente sin ayuda. Aún estamos recuperándonos de esta primera aventura que ha sido maravillosa en lo profesional, pero que en la producción ha sido muy difícil. Ya hemos empezado a investigar en la comedia, para pasar del llanto a la risa, pero no tenemos prisa; el Teatro de la Ciudad surge como un espacio para reflexionar y profundizar desde las raíces.

Tres directores, tres espectáculos y una mirada común sobre la manera de hacer teatro. Hasta ahora, ¿cuál es su balance?

Ahora que el público podrá ver las tres tragedias seguidas, Edipo Rey, Medea y Antígona, enmarcadas además en el mismo espacio escénico, se podrá apreciar el resultado de cómo cada uno de nosotros ha escogido piezas tan diferentes, pero partiendo escénicamente de las mismas premisas. Sin embargo, los espacios escénicos cambian y se vuelven completamente diferentes a partir del trabajo de la escenografía, los coros o la manera de abordar la versión, de modo que las obras han ido por derroteros completamente diferentes habiendo hecho una investigación conjunta. Creo que eso es estupendo para el público y, desde luego, para nosotros en nuestro recorrido artístico, y ha sido una experiencia sensacional.

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