"Señoras y señores, hemos captado las ondas gravitacionales. Lo hemos logrado", dijo ayer David Reitze, director ejecutivo del experimento LIGO. Y la comunidad científica explotó en aplausos. ¿Se han vuelto locos los científicos? No. Simplemente, se ha constatado una predicción teórica establecida hace cien años, nacida del cerebro de Albert Einstein.

Desde hacía semanas, los científicos estaban inquietos. Las filtraciones y rumores sobre la presunta detección de ondas gravitacionales se extendían casi a la velocidad de la luz en las redes sociales. Ayer se despejaron las incógnitas. La ciencia constataba una predicción teórica de la Relatividad General de Eisntein que llevaba siendo esquiva casi un siglo. El espacio-tiempo vibra, igual que lo hace la superficie de un estanque cuando alguien arroja una piedra. En esta ocasión esa piedra era la colisión de dos agujeros negros hace 1.300 millones de años. Y la humanidad ha sido capaz de detectarla.

El hallazgo, que abre una nueva ventana en la exploración del universo, posiciona a Canarias en la vanguardia de la investigación astrofísica con unos observatorios que han convertido al Archipiélago en una referencia mundial de primer orden en la materia.

Los integrantes del experimento LIGO revelaron ayer los resultados de sus observaciones para regocijo de la comunidad científica. El 14 de septiembre del pasado año 2015, los láseres que recorren 4 kilómetros en suelo de Estados Unidos, inmersos en el vacío más absoluto que conoce el universo, percibieron una vibración. No era una sacudida por nada que ocurriese en el entorno; ni un terremoto ni el paso de un tren cercano: era un encogimiento del espacio debido al paso de una onda gravitatoria. Era el eco de un fenómeno cósmico lejano pero de una brutalidad sin parangón. Y ahora, por fin, la humanidad puede escucharlo.

Las ondas gravitacionales fueron predichas por Albert Einstein hace casi un siglo, basándose únicamente en la belleza matemática de su teoría de la Relatividad General. Los científicos llegaron a tener pruebas indirectas de que existían, pero hasta ahora habían resultado escurridizas. Sólo era posible demostrar su existencia constatando que el espacio-tiempo se encoge al pasar una de esas ondas.

El experimento LIGO posee una precisión impresionante. Es capaz de detectar variaciones del espacio del tamaño de un átomo en una longitud de cuatro kilómetros. Para tener la certeza de que detectaban ondas gravitacionales y no cualquier otra perturbación, los científicos construyeron dos laboratorios separados 3.000 kilómetros. Si lo que uno percibía se producía también en el otro es que no se debía a fenómenos locales, sino a efectos gravitacionales más allá de nuestro planeta.

Finalmente, tras meses de observación, el experimento pudo encontrar una señal causada por un fenómeno que se produjo hace 1.300 millones de años. Es como escuchar en la lejanía el sonido de una explosión, sólo que esta vez hay que poner la oreja en el propio espacio, que se estira y encoge como un tejido, tal y como predijo Einstein.

La detección de ondas gravitacionales marca un antes y un después en nuestra comprensión del universo. Hasta ahora, toda la información que obteníamos sobre el cosmos procedía de la luz: bien en el espectro visible, la radiación infrarroja, ultravioleta, los rayos X o las microondas. Ahora, los científicos podrán "escuchar" los ecos de fenómenos gravitatorios que no emiten luz, como la colisión de agujeros negros o el propio Big Bang, el origen del Universo.

"Es como esas aplicaciones que escuchan una canción en un bar y te dicen el artista y el nombre del tema aunque haya mucho ruido alrededor", explica Sascha Husa, investigador de la Universidad de las Islas Baleares, integrante del equipo español en el experimento.

La detección de las ondas gravitacionales abre una nueva ventana para observar el universo y para conocer cómo fue en su etapa primigenia, de la que ni siquiera nos llega información en forma de luz: podremos escudriñar los tiempos inmediatos al Big-Bang.

Este hallazgo, junto al descubrimiento del bosón de Higgs, constituye uno de los hitos científicos de este siglo: la constatación de que el espacio-tiempo también transmite energía en forma de ondas y de que la mente de un hombre, en este caso Albert Einstein, es capaz de desvelar los secretos más fascinantes del universo basándose únicamente en su intuición científica.

La investigadora principal del grupo español que colabora en LIGO, Alicia Sintes, confesó que ninguno de los investigadores creía que en este primer periodo de observación "se podría ver nada". "Ha sido una gran sorpresa".

Se trata de un triple descubrimiento, precisó Sintes: "Por primera vez se detectan ondas gravitacionales en la Tierra, se observa un sistema compacto de agujeros negros, y la fusión de dos de ellos".

Para explicarlo en términos sencillos, la científica recurrió a una romántica explicación: "Había dos agujeros negros que están bailando enamorados, están uno al lado del otro, y en un momento dado se besan, se funden y en este momento impresionante generan una cantidad de energía, una potencia nunca vista como la del origen del Universo, y esperamos que en el futuro veamos más agujeros negros bailando".