Más allá de que Albert Einstein tenía razón, para los investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) el anuncio realizado el pasado jueves de la comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales es un hallazgo que permitirá a los expertos desentrañar de manera más precisa los misterios que se ocultan tras los cuerpos celestes. Es la apreciación del astrónomo Miquel Serra-Ricart que sin embargo apela a la paciencia: "Hasta dentro de 40 o 50 años no podrán usarse de manera efectiva en las investigaciones".

Son dos los argumentos que emplea el científico, por un lado, la inexistencia de tecnología precisa para captar las señales y por otro la debilidad con la que llegan hasta el planeta. En concreto, Serra-Ricart explica que "la experimentación sobre ondas gravitacionales no existe ni en el IAC ni en ningún otro centro del mundo que no sea el proyecto LIGO" aunque añade que "hay científicos de Japón que también lo tienen en desarrollo, además de un proyecto de la Agencia Espacial Europea para lanzar un satélite".

Precisamente, el hecho de que la investigación se haga directamente en el espacio y no en la Tierra se corresponde con la debilidad de la señal a la que alude el científico del IAC: "Es complicado hallar las ondas desde el planeta y por eso se ha tardado cien años en encontrar lo que anunciaba Einstein", señala antes de insistir en que "en realidad, ningún físico dudaba de que la teoría de la relatividad y por tanto la existencia de ondas gravitacionales fueran ciertas".

Lo que ocurre, según indica Serra-Ricart, es que "eran imposibles de detectar con la tecnología anterior porque son muy débiles" y de hecho recuerda que el reciente descubrimiento "ha provocado un cambio de longitud de apenas un átomo". Esa modificación de la masa es la principal consecuencia de las ondas gravitacionales, cuya señal compara el experto del Astrofísico con un "microterremoto".

"Era complicado saber si una determinada señal se correspondía con un sismo o con las propias alteraciones de movimiento del planeta, incluso con una pisada", añade Serra-Ricart, quien indica que "la clave en el experimento LIGO ha sido el uso de dos instalaciones diferentes y a miles de kilómetros de distancia". "Si no habría sido así, nadie se lo habría creído", sentencia.

Por ello para detectar las ondas se requiere una tecnología muy potente "que sean capaces no solo de captar la señal o la modificación de la masa sino además aislarla de los movimientos asociados al planeta. Explica Serra-Ricart que en el Universo existen dos tipos de ondas y las que no son gravitacionales son las que se vienen empleando hasta ahora en la astrofísica: las electromagnéticas. Este tipo procede de la luz y de la energía "por lo que son más fáciles de detectar aún cuando se encuentren a millones de kilómetros".

Es en ese campo donde han estado actuando la mayor parte de los telescopios terrestres, entre los que se encuentran los que están instalados tanto en el Observatorio del Roque de Los Muchachos en La Palma como en el del Teide en Tenerife. "A partir de ahora ambos tipos de estudio serán complementarios", resume el investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias.

A su juicio, los análisis que se hagan en objetos celestes serán más completos al aunar la energía, la luz y el movimiento gravitacional. Entre ellos cita el ejemplo de los agujeros negros "en los que la luz no entra y por lo tanto no se puede saber cómo es en su interior, ni que masa tiene ni cuales son sus componentes".

Eso sí, las ondas gravitacionales que más interesan al IAC son las denominadas como primigenias. "Asociado al Big Bang hay toda una serie de reacciones entre las que se encuentra con toda probabilidad la presencia de ondas gravitacionales y es una de las señales que busca el experimento Quijote", recuerda el investigador en alusión a una serie de dos telescopios equipados con tres instrumentos que escudriñan el Universo en busca de los restos que demuestren esa teoría sobre su origen.