La Provincia - Diario de Las Palmas

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En un lugar de Valsequillo

En ese valle está uno de los restoranes de mejor cocina de la Isla. Su propietario, ex futbolista profesional, es un caso insólito de cocinero perfeccionista y vocación tardía

No se le llama venta. Venta es la versión manchega, del Quijote. Lo nuestro es guachinche o bochinche. Hasta hace bien poco aquella acepción se empleaba en Tenerife isla; era figón que daba de comer y beber al jinete, a su jumento o a todos los de las diligencias, que en Canarias las hubo. Y el primer restorán que conocemos (otro tipo de comedor público inventado en París a finales del XVIII por un tal Boulanger) irrumpe en la Isla a finales del s. XIX para atender a los turistas, la mayoría británicos que salían de excursión por el centro o iban a sus hoteles de El Monte Lentiscal. Debió de estar ubicado al finalizar la cuesta de la carretera a Tafira, entre Medio Pañuelo y el campus.

Isaac Latimer, entusiasta periodista del Western Daily Mercury de Plymouth, cuyas crónicas fueron decisivas para que se diera el cambio de la corriente turística de Madeira a Canarias, en 1887, al describir las exiguas carreteras de la Isla, señaló en su libro de artículos Notas de un viaje a las Islas de Tenerife y Gran Canaria (un clima de verano en invierno) "que los ingleses las utilizan mucho está claro por el hecho de que pasamos por una hostería en la que estaban escritas las palabras: Half-way Restaurant, una cosa completamente insólita para cualquier lugar alejado del mar". Otra referencia sobre el figón aparece en la primera revista turística, The Canary Island Review (1903-1904). Latimer está a la espera de que un prócer le dedique la merecida calle o placita.

Y a Valsequillo fuimos: supuestamente a uno de esos guachinches de inevitables garbanzas y cochino frito, y poco antes de alcanzar la iglesia encontramos El Escondite, con lo que ya teníamos la primera pregunta para el mesonero. Pero lo que apareció fue restorán, cosa que en la ruralía no suele dar buen fario. Así que nos invadió la mala uva. Todo se nos puso de espaldas, la carta no nos pareció gran cosa; estábamos dispuestos a "rajar", todo nos parecía más de lo mismo. Alguien pidió los Callos a la canaria, que no son receta de nuestra preferencia, y, por lo difícil que resulta encontrarlas, Carajacas. Mas queridos amigos, tanto gustaron que se ordenaron otras tres medias de Callos, con un sutil picante (3,90 euros), y otras cuatro medias de Carajacas, quizás algo bajas en vinagre (4,10 euros). No dábamos crédito ante la calidad de la cocina, y menos aun tras llegar unas finísimas galletas-canapés cubiertas de pimientos, anchoas (2,50 euros). Y sí las cosas, al observar nuestro entusiasmo, el chef nos envió como cortesía un par de carpaccios de pato rociados de virutas de foie micuit, que no solo nos permitió constatar la alta calidad del género sino las correctísimas cocciones y las delicadas presentaciones. Pues aparte de la espectacular plástica, las especialidades vienen en distintos tipos de platos, terrinas francesas...

Y en eso que vimos como aterrizaba en la mesa contigua un plato de pochas con tropezones (9,90 euros). Le preguntamos al camarero si eran de bote y del disgusto casi se le cae la tonga de platos. ¡Por favor, señor! contestó sin más. Al fin las judías, que llegaron con muslitos y pechuguitas del rico pajarillo, la codorniz, si bien les sobraban -a nuestro entender- el pellizquito de curry. Después, un par de venerables chuletones de rubia gallega, de un kilo, madurados 40 días (27,90 euros). La pena es que no dispone de brasas. Y mientras aquellos se asaban vinieron Huevos rotos con inmejorable jamón patanegra bellota (8,50 euros) y las mejores carrilleras estofadas que hemos degustado. Suculentas, tiernísimas.

El entusiasmo iba in crescendo, al punto de que nos fuimos a la cocina para conocer a ese chef, tan perfeccionista, que resultó un fibroso joven, José Carreño, que lleva todas las tareas culinarias con solo una ayudante, su cuñada, Lucía Suárez. Le preguntamos en qué casas había trabajado. En ninguna, nos dijo. Bueno ¿en qué escuela estudió? En ninguna. Después nos aclararía que tuvo con su padre una empresa de construcción, y como el sector sigue plano abandonó también la UD Las Palmas, en cuya plantilla figuró nueve años, y transformó un local de comercio en este restorán, con diez mesas y ambientación rústica. Después nos informamos que su tardía vocación le venía desde niño: se había gestado junto a las faldas de su madre, proba cocinera doméstica sobre todo de platos de cuchara. Amén de que coge recetas de Internet o se inspira en los platos que degusta en los restoranes, sobre todo cuando viaja por Navarra, Asturias, La Rioja, en donde también apalabra los mejores géneros y los más selectos vinos; de ahí que disponga de una bodega que es deleite de los vinófilos. Además, José contrató a su hermana Davinia y a su amigo Domingo Henríquez para el comedor, y prestan un servicio familiar admirable.

Tres días después regresamos, deseábamos degustar su expresiva y colorista Ensalada de bonito, pimientos, tomates... rociados con semillas de sésamo tostadas (8,45 euros), un bacalao, confitado a 70º, de insólita textura con papas a la panadera (11,90 euros) , su versión del Tataki de atún rojo coronado con foie y compota de cebolla caramelizada sobre una deliciosa salsa de soja, salsa Teriyaki y miel (12,90 euros), pochas con gambones y almejas (11,90 euros), pluma de ibérico a la plancha con un salteado de verduras tipo sureste asiático y la versión propia de las papas fritas ¡magníficas! (12,90 euros) y finalmente un trozo de una ambrosía en forma de Tarta de polvitos uruguayos (3 euros). Y todo volvió a fascinarnos. Estamos, no nos cabe duda, ante uno de los restoranes con mejor cocina de Gran Canaria. Va a dar que hablar. Se admiten apuestas. Cierra domingo y lunes. Tel: 928 705 436.

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