La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Entrevista a José Álvarez Junco

"El nacionalismo es el único problema que persiste en España de los últimos 100 años"

"No solo ocurre en nuestro país, hay otras muchas naciones con problemas de integración nacional", asegura el historiador

José Álvarez Junco. MARA VILLAMUZA

José Álvarez Junco, catedrático de Historia del Pensamiento y los Movimientos Sociales, acaba de publicar Dioses útiles. Naciones y nacionalismos (Galaxia Gutenberg), que puede verse como una síntesis de un largo trabajo. Álvarez Junco dedica una parte del libro a la comparación de distintos nacionalismos y reserva la segunda mitad para analizar el caso español, en que la organización territorial se ha convertido "en un problema grave y persistente".

Empecemos por el título, Dioses útiles

Efectivamente, de Edward Gibbon, historiador británico del siglo XVIII cuya gran obra se centra en el Imperio romano y dice que en la antigua Roma los dioses eran verdaderos para la multitud, falsos para el filósofo y útiles para el político. Me parece que eso es aplicable a las naciones también.

¿Por qué en España el nacionalismo se convierte en un problema capaz de condicionar toda la agenda política, como vemos ahora?

No sólo en España, hay muchos otros países con problemas de integración nacional. En Bélgica, por ejemplo, la situación es mucho más invivible que en España, con dos comunidades que no quieren entenderse lingüísticamente. Problemas los hay también en Quebec, en Canadá, o en Escocia. Eso quiere decir que el Estado, la organización política que controla el territorio, no ha conseguido convencer a esos ciudadanos de que forman parte de una comunidad cultural a la que llamamos nación.

Estamos hablando ya de estados muy consolidados, que ya tienen un recorrido histórico.

Pero suele ser un recorrido histórico peculiar. Bélgica nació en 1830 en virtud de un acuerdo internacional. Es un Estado almohada que se coloca ahí entre Francia, Holanda y Alemania, protegido por Gran Bretaña, un Estado relativamente artificial cuyo cometido es estabilizar Europa. Canadá es una antigua colonia francesa, luego tomada por los ingleses y donde las dos comunidades de antiguos colonizadores no se llevaban bien. El caso británico es lo más parecido a España: una monarquía compuesta por diversos reinos que vienen de la Edad Media.

¿Y la peculiaridad española?

En el caso español es una monarquía que vincula diversos reinos con una unión de tipo confederal. Fernando de Aragón e Isabel de Castilla deciden gobernar juntos y sus herederos serán reyes de los dos reinos. Pero eso no quiere decir que haya una fusión de ambos, cada uno mantiene sus aduanas, sus monedas y sus instituciones de autogobierno. Las cortes castellanas quedaron muy limitadas tras la revuelta de los comuneros, pero las aragonesas, catalanas o valencianas aprobaban sus impuestos y estaban muy interesadas en mantener ese privilegio porque evitaban así que los esquilmaran como habían esquilmado a los castellanos.

Buena parte de los símbolos que sustentan esas identidades nacionales son de elaboración decimonónica, más recientes de lo que se suele contar.

Las identidades vienen de antes, son bastante antiguas. La nación se convierte en protagonista político con las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII y principios del XIX. En ese momento, el sujeto de la soberanía pasa a ser la colectividad, el pueblo. Entonces es cuando podemos hablar de un nacionalismo moderno. Para reforzar esa nueva identidad que es la nación se elabora toda una historia en términos nacionales, en la que se da por supuesto que España existe desde hace miles de años, en la que se da una música, una literatura o una pintura nacional. Y en el País Vasco y Cataluña se hacen cosas parecidas.

La lengua se convierte en el alma de esa identidad nacional, algo tan persistente que hace pocos días 250 intelectuales y académicos catalanes suscribían un manifiesto contra el bilingüismo.

En el caso de la identidad catalana el factor cultural por excelencia es la lengua. No siempre ocurre así, en otros casos nacionales ese papel lo juega la religión. El catalán es una lengua más débil y más amenazada que el castellano, por lo que resulta comprensible cierta alarma entre quienes tienen un vínculo emocional con ese idioma y recurran a medidas extremas para intentar protegerla.

¿Asistimos a la confrontación de dos mitos, el de 1714 por la parte catalana, y el de la unidad nacional desde los reyes Católicos por parte española?

El mito que alimenta ese conflicto y que hace que no se comprenda bien el problema catalán es la idea de que cualquier Estado debe ser como Francia, es decir, completamente homogéneo, que tiene que haber una sola capital. En España hay como mínimo dos grandes ciudades, que son Madrid y Barcelona, similares de tamaño, de fuerza económica y cultural. Desde la perspectiva catalana se alimenta el mito de 1714 y la Guerra de Sucesión se presenta, por parte de los nacionalistas más radicales, como un enfrentamiento entre España y Cataluña, cuando en realidad fue un conflicto dinástico internacional. La actitud de los catalanes, sobre todo al principio, no fue unitariamente antiborbónica.

¿Eso ilustraría su afirmación de que la historia siempre cumple una función política?

Pues sí, evidentemente porque la historia es la base en la que se fundan las identidades y la autoestima. En muchos aspectos la historia está muy cercana al mito. Lo que nos enseñan con el nombre de historia, especialmente cuando somos niños, no es tanto a conocer el pasado, lo que verdaderamente ocurrió, como a respetar una serie de mitos fundacionales relacionados con nuestra comunidad, a venerar a esos héroes y mártires. La verdadera historia, que es bastante más compleja, sólo se puede enseñar a personas de una cierta edad, con capacidad crítica y complejidad mental. Por decirlo de una manera muy sencilla: a un niño empiezas a contarle una historia y tiene que quedarle muy claro quiénes son los buenos y los malos, le atrae la simplicidad de los maniqueísmos.

Buena parte de los enfrentamientos políticos a los que asistimos ahora se sustentan más sobre esa visión infantil.

Naturalmente. Pero superar ese estadio supone, como digo, meterse en un mundo más complejo, obliga a contar que no todos los españoles estaban contra Napoleón. Eso es algo más difícil de explicar.

¿El distinto comportamiento político que ahora observamos en los nacionalismo en España responde a circunstancias históricas o son cambios de estrategia recientes?

Todo tiene raíces históricas. La identidad catalana es muy antigua, se ha ido formando a lo largo de los siglos y las reivindicaciones de respeto a esa identidad, a la lengua y al autogobierno vienen de muy atrás. En los tiempos recientes se exacerbó el conflicto, sobre todo durante el franquismo, cuando el nacionalismo español se identificó con dictadura, con alejamiento de los modelos europeos, demócratas y modernos, mientras que el nacionalismo catalán, y en parte también el vasco, pasan por ser lo moderno, lo europeo y lo democrático. Eso les dio un plus de legitimidad a esos nacionalismos periféricos frente al nacionalismo español. La identificación de la bandera española -que ni siquiera era la única versión de la bandera española porque había una republicana, por no hablar de la carlista del siglo XIX- con el régimen hizo que fuera un símbolo que repudiaba una parte de la población. A los jóvenes antifranquistas las muchedumbres con banderas españolas nos daban miedo porque suponíamos que era una manifestación de apoyo al régimen. Ahora la bandera es un símbolo de éxito deportivo del equipo nacional, aunque para algunas generaciones siga conservando ciertas connotaciones particulares.

Compartir el artículo

stats